Entre mis amistades existe un número considerable de mujeres que han ingresado con dignidad en la cuarentena o incluso en la cincuentena o más y que se han reencarnado en flamantes rostros de niñas llenas de vigor y alegría.
No tienen nada que ver con aquellas chicas precoces de sus veinte años sino precisamente esta otra figura que luce en la cima de su edad y que les permite ganar la apariencia de muchachas en la segunda mitad de los treinta cuando está desapareciendo su habilidad para introducirse en la sexualidad sin ponerse torpes o nerviosas.
Este tipo de mujer, que aún no tiene su espacio en las estadísticas, ha generado una nueva subespecie en la feminidad y pronto hallará su contrapartida en la veloz incorporación del hombre, al que se considera residuo aun por colonizar.
Los tratamientos vitamínicos, las sesiones de masaje facial, los cosméticos y las últimas tendencias en maquillaje devuelven al cutis una tersura y un resplandor que por haber sido rescatado tan inmaculadamente adquiere el valor del más preciado de los tesoros, convirtiéndose en el mágico triunfo de un milagro. A lo que me refiero no tiene nada que ver con una criatura rellenada, recosida y con postizos a quien se hace imposible amar estéticamente. Es más sencillo, se trata de rostros que retornan inmaculados desde los espejos del pasado, vírgenes y radiantes. Rostros trasladados hasta el día de hoy y al punto exacto en que no desearíamos que hubiese concluido. El recuerdo de tiempos pretéritos nunca fue estéril convirtiéndose ahora en alegres frutos de temporada, suaves, olorosos, aromáticos y sutiles, aireando la belleza que viene a invalidar la edad.
Hay criaturas tan deliciosas que hasta el movimiento que realizan para ponerse o quitarse las medias lo convierten en una ceremonia erótica tan bella como eficiente, en contraposición a la fealdad del hombre maniobrando con el calcetín, con lo que consigue únicamente potenciar su estampa de menesterosidad o de disfunción eréctil. Y es que la mujer adulta para embellecerse no tiene límites, es capaz de conseguir autenticas obras de arte con el maquillaje. La actriz Catherine Deneuve a sus 68 años puede dar buena muestra de ello. Musa de su generación, hermosa, de belleza pálida, soberbia, recatada y siempre conturbadora, sirena de unos mares por los que nunca pudimos navegar, capaz de reencarnarse, hoy, en su papel de “Tristana” sin desmerecer nada aquella otra imagen de inocencia elegante y provinciana.
Las mujeres preparan su rostro, rectifican sus cejas, diseñan sus labios y la luz de sus ojos, para alcanzar una apariencia susceptible de mover el deseo de los hombres, porque para ellas la belleza es solo necesaria como resplandor de su generosidad y quieren atraer y ser atraídas, pero en ningún caso consideran la belleza como mecanismo de poder o para crear un templo reservado; su fin último es entregarse.
¿Por qué no mantener la legítima reclamación a la belleza? No amar o admirar en ellas su hermosura adquirida, vuelve al hombre en objeto de sospecha. Justamente hay tantas con las que fascinarse que todas resultan invariablemente seductoras.
Nono Villalta (setiembre 2011)
No tienen nada que ver con aquellas chicas precoces de sus veinte años sino precisamente esta otra figura que luce en la cima de su edad y que les permite ganar la apariencia de muchachas en la segunda mitad de los treinta cuando está desapareciendo su habilidad para introducirse en la sexualidad sin ponerse torpes o nerviosas.
Este tipo de mujer, que aún no tiene su espacio en las estadísticas, ha generado una nueva subespecie en la feminidad y pronto hallará su contrapartida en la veloz incorporación del hombre, al que se considera residuo aun por colonizar.
Los tratamientos vitamínicos, las sesiones de masaje facial, los cosméticos y las últimas tendencias en maquillaje devuelven al cutis una tersura y un resplandor que por haber sido rescatado tan inmaculadamente adquiere el valor del más preciado de los tesoros, convirtiéndose en el mágico triunfo de un milagro. A lo que me refiero no tiene nada que ver con una criatura rellenada, recosida y con postizos a quien se hace imposible amar estéticamente. Es más sencillo, se trata de rostros que retornan inmaculados desde los espejos del pasado, vírgenes y radiantes. Rostros trasladados hasta el día de hoy y al punto exacto en que no desearíamos que hubiese concluido. El recuerdo de tiempos pretéritos nunca fue estéril convirtiéndose ahora en alegres frutos de temporada, suaves, olorosos, aromáticos y sutiles, aireando la belleza que viene a invalidar la edad.
Hay criaturas tan deliciosas que hasta el movimiento que realizan para ponerse o quitarse las medias lo convierten en una ceremonia erótica tan bella como eficiente, en contraposición a la fealdad del hombre maniobrando con el calcetín, con lo que consigue únicamente potenciar su estampa de menesterosidad o de disfunción eréctil. Y es que la mujer adulta para embellecerse no tiene límites, es capaz de conseguir autenticas obras de arte con el maquillaje. La actriz Catherine Deneuve a sus 68 años puede dar buena muestra de ello. Musa de su generación, hermosa, de belleza pálida, soberbia, recatada y siempre conturbadora, sirena de unos mares por los que nunca pudimos navegar, capaz de reencarnarse, hoy, en su papel de “Tristana” sin desmerecer nada aquella otra imagen de inocencia elegante y provinciana.
Las mujeres preparan su rostro, rectifican sus cejas, diseñan sus labios y la luz de sus ojos, para alcanzar una apariencia susceptible de mover el deseo de los hombres, porque para ellas la belleza es solo necesaria como resplandor de su generosidad y quieren atraer y ser atraídas, pero en ningún caso consideran la belleza como mecanismo de poder o para crear un templo reservado; su fin último es entregarse.
¿Por qué no mantener la legítima reclamación a la belleza? No amar o admirar en ellas su hermosura adquirida, vuelve al hombre en objeto de sospecha. Justamente hay tantas con las que fascinarse que todas resultan invariablemente seductoras.
Nono Villalta (setiembre 2011)