15 octubre 2025

LAS ESTRELLAS NO SE APAGAN: DIANE KEATON, UNA ACTRIZ QUE TRASCIENDE GENERACIONES


 

Artículo de Joana Rodríguez Pérez, Contratada predoctoral en el departamento de Historia del Arte y Filosofía, Universidad de La Laguna. Revisado por: Enrique Ramírez Guedes, Profesor Contratado Doctor T1. Departamento de Historia del Arte y Filosofía., Universidad de La Laguna. Publicado en la revista digital The Conversation.

La-di-da, la-di-da, la la…”. Una expresión indeterminada cargada de sentido que marcó por completo uno de los personajes más icónicos del cine estadounidense de los 70: la excéntrica joven cantante Annie Hall.

Diane Keaton, fallecida el pasado sábado 11 de octubre a los 79 años, y que dio vida al personaje en el homónimo film dirigido por Woody Allen, recibió el Óscar a mejor actriz por este papel, lo que supuso el despegue y la consolidación de su carrera en la industria cinematográfica.

De Hall a Keaton

La carrera actoral de Keaton es un viaje fascinante entre la ironía nerviosa y la profunda intensidad emocional. Nacida como Diane Hall en 1946 en Los Ángeles, adoptó el apellido de soltera de su madre porque en el momento de registrar su nombre artístico descubrió que ya existía una Diane Hall. Tras comenzar en el teatro en Nueva York, en musicales como Hair, gradualmente trazó su camino en el séptimo arte desde su primera película, Lovers and Other Strangers (1970) de Cy Howard, hasta, con el paso del tiempo, consolidarse como una de las actrices más emblemáticas de su generación.

Aunque su papel como Kay Adams, mujer de Michael Corleone en El Padrino (1972) de Francis Ford Coppola, le daría visibilidad, su presencia en la pantalla emergió con rotunda nitidez gracias a su colaboración con Woody Allen.

La relación con Allen comenzó, como la propia Keaton afirma en sus memorias, en el otoño de 1968 cuando ella acudió a una audición para la obra de teatro Play It Again, Sam (Sueños de un seductor) y logró hacerse con el papel (que, posteriormente, repetiría en la gran pantalla). Desde entonces, se estableció una unión profesional que los llevó a trabajar juntos en producciones como El dormilón (1973), la ya citada y reconocida Annie Hall (1977), Interiores (1978) o Manhattan (1979), entre otras.

A lo largo de su carrera, que se prolongó más de medio siglo, Diane Keaton desarrolló una versatilidad indiscutible: comedias sofisticadas, dramas íntimos y personajes que transitaban la ligereza y la melancolía con igual convicción.

Participó en Rojos (1981) y La habitación de Marvin (1996), por las que también estuvo nominada al Óscar, además de El precio de la pasión (1988), Amelia Earhart: el vuelo final (1994), The First Wives Club (1996) o Something’s Gotta Give de la directora Nancy Meyers, entre muchísimas otras. Según afirmó la misma Keaton en su aparición en 2018 en los premios David di Donattello del cine italiano, esta última película –su cuarta nominación al Óscar– desatascó su carrera y renovó su presencia, otorgándole 20 años más de cine.

Su estilo como actriz se caracterizaba por una contención deliberada; muchas veces reprimía el gesto, la respiración, y otras sabía el modo justo de utilizar el histrionismo. Llenaba la pantalla con pequeñas inflexiones, tensiones internas y miradas que sostenían el fuera de campo, como la famosa escena final de El Padrino en la que Kay se percata de la realidad de la familia en la que acaba de entrar. Esta manera de actuar modulada le otorgó un sello personal difícil de imitar.

Además de sus incursiones delante de la cámara, Keaton tuvo relación con el cine detrás de esta. Dirigió proyectos como Heaven (1987), un documental que también escribió, o Hanging Up (2000), protagonizada por ella misma, Meg Ryan y Lisa Kudrow. Asimismo, estuvo a cargo del decimoquinto capítulo, “Slaves and Masters”, de la segunda temporada de Twin Peaks, la serie creada por David Lynch.

La creación de un icono

Diane Keaton no solo habitó personajes, también creó una iconografía visible. Su estilo se convirtió en extensión de su aura artística, y con los años su propia imagen atravesó el mundo de la moda y la identidad visual.

Desde muy pronto la actriz desarrolló un interés especial por la ropa y una capacidad notoria para expresarse a través de ella. El 23 de junio de 2020 afirmaba en su perfil de Instagram que de joven tomaba patrones de algunas piezas y daba indicaciones a su madre sobre cómo quería que fueran.

En Annie Hall –donde la aportación personal de Keaton fue sustancial– quedó fijada esa estética aparentemente desaliñada: sombreros (bombines, boinas, fedoras), camisas de cuello alto, corbatas holgadas, chalecos, cinturones anchos y pantalones de talle alto. Aunque ya otras actrices como Marlene Dietrich o Katharine Hepburn habían llevado de manera icónica un traje, Diane Keaton lo convirtió en su sello personal.

De esta manera, Keaton legitimó su estilo como una declaración estética propia y creo así un discurso visual independiente, ajustado a su personalidad, y a modo de resistencia ante los estándares.

Un atlas de la memoria

Si algo amaba la actriz eran las imágenes, no solo como objeto pasivo sino como materia expresiva y como archivo emocional. Esto queda claro a través del cine, pero también a través de su interés en la composición de collages con fotografías familiares, recortes de revistas, objetos visuales que la interpelaban y le interesaban, etc.

En entrevistas, y también en sus memorias, expresó que aprendió de su madre a jugar con recortes, con combinaciones que desbordan narraciones íntimas. Entendía la práctica del collage como una forma de diálogo entre su memoria, sus obsesiones estéticas y su identidad.

En varias ocasiones a través de publicaciones en Instagram compartió y explicó sus composiciones en un enorme corcho de pared en el que creaba un verdadero atlas de imágenes que se relacionaban entre sí por estética, temática…

Diane Keaton fue un ser único, carismático y luminoso, cuya huella trasciende generaciones. Convirtió la naturalidad en arte, la excentricidad en autenticidad y la imagen en forma de pensamiento. Como han señalado estos días, consternadas por su perdida, figuras como Jane FondaAndy Garcia o Bette Midler, fue un rayo de luz en la cultura cinematográfica, una presencia que marcó la manera de mirar, vestir y sentir el cine.

 

13 octubre 2025

LA SOLEDAD

 

La soledad está en el candelero. Se considera sin más una tragedia, se utiliza políticamente, se atribuye –como no pocas cosas– a la sociedad en su conjunto, a todos nosotros, a los ciudadanos en general. Tiene esta atribución unas características que son comunes a todos los problemas que de buenas a primeras parece que han surgido y se han extendido como una mancha de aceite y de los que tendremos que hacernos cargo como sujetos culpables.

Siempre que esto sucede yo percibo un tufillo a grupos decididos a aprovecharse de la situación y hacer que alguien los subvencione, no por resolver lo que sea, sino por mover las conciencias para que hagamos algo al respecto. No se trata de un interés real para que lo que sea se solucione, ni tampoco de ayudar propiamente a minimizar las consecuencias negativas; se trata de tener protagonismo, de hacerse notar, de escalar si pueden, de beneficiarse de una o de varias maneras.

Tiene esta situación y sus promotores algo en común: nada de hondas reflexiones, nada de buscar mitigar el dolor que pueda producir en ciertos individuos de una manera total o parcialmente gratuita. Menos aún se detendrán en averiguar si esa calamidad que enuncian es universal como dicen, si tiene arreglo, si hay algo que empeora la situación, algo que pueda mejorarla. Solo entienden de atribuciones de culpabilidad y, eso, de forma absolutamente genérica y sin ninguna clase de matices.

Cuando se trata de la soledad de los mayores, de los ancianos quiero decir, aprovechan a fondo los tópicos de la moral tradicional –de la que ellos no quieren ni hablar en otras ocasiones, pero que sí que utilizan para insistir en el cuanto peor mejor, hasta el punto de sumergir a los que supuestamente quieren salvar en un abismo sin retorno y sin futuro.

La soledad merece nuestra atención, aunque solo sea porque mucha, muchísima gente se siente desgraciada porque se siente sola: sola y abandonada por todos. En esa situación todo lo que se les ocurre es pensar que una voluntad malévola les ha sumergido en esa desgracia. No ven que nada ni nadie puedan sacarles de ahí. Están convencidos de que algo o alguien podría realmente resolver su problema, salvando la distancia entre ellos y el otro, entre su ser y lo otro.

Les han convencido de que alguien tiene la obligación de hacerlo, de que se lo deben, de que –y esta es la peor deriva– si no lo hacen es por pura maldad. ¡Qué fácil es entregarse a cualquier promesa, a cualquier lucha por “sus derechos”! ¡Qué fácil culpar a quien sea, preferentemente a quienes otros señalan como culpables!

El sentimiento de la soledad, como el del aburrimiento –entre otros– es muy moderno. Lo son tanto que aún podemos creer que no son universales, que no forman parte de nuestra condición de seres humanos en un mundo “que no nos devuelve la mirada”. Aparecen- o deberían- en la adolescencia. Es en la adolescencia cuando en un momento dado e impredecible se abre una grieta que nos rodea por completo y que no podemos saltar, ni reducir de ninguna forma.

Es una experiencia esencial. Estamos solos y el mundo, nuestro mundo, ha dado un paso atrás y se ha quedado al otro lado del foso. Es una experiencia dolorosa y radical; es el golpe definitivo en el dolor de crecer y de abandonar el paraíso de la infancia. He dicho que esto sucede, debería suceder, en la adolescencia y soy muy consciente de que más de uno no reconocerá haber vivido esa primera experiencia filosófica esencial. Son pocos los que viven la adolescencia realmente, quedándose ni se sabe cuánto tiempo en una infancia tardía de la que en otras épocas podían muy bien no salir jamás.

Todo: la cultura tradicional, el trabajo temprano, la falsificación que todo lo inunda, los estudios deshilvanados, los adultos que no tienen nada de adultos los fijaban y los fijan en un desarrollo anterior. Es sintomático que se haya consagrado el término de adultos inmaduros –aunque nunca se precise qué quiere decir exactamente– a pesar de que cada vez sean mayores y peores las consecuencias de ese estado.

La experiencia de la soledad radical del ser humano es de esas que no tienen más que dos salidas: aceptarla o huir de uno mismo intentando escapar a esa evidencia como el niño pequeño que huye de su propia sombra, ignorando que la única salida solo sería la oscuridad total.

El amor nos rescata de la soledad radical, pero solo a condición de fundirnos en el otro y perder la propia identidad. Es el espejismo perfecto, pero ningún espejismo dura lo suficiente. Solo un amor maduro, que acepta su condición de maravilla y la prolonga sin perderse en ella, puede aliviar el sentimiento de esa soledad consustancial a nuestra condición.

La acción nos distrae, los proyectos pueden aliviarnos, el hábito de estar con uno mismo, de disfrutar observando a los otros y siendo testigos del desarrollo infinito de la propia conciencia nos librarán de otras búsquedas enajenadas.

El recuerdo o la espera de un encuentro afortunado nos mantendrán abiertos al otro en el deseo infinito de que un momento de comunicación pueda sorprendernos. Cuando nos abandone quedaremos con la nostalgia pero también con la certeza de que ha sido posible, de que puede ser posible. Mientras tanto viviremos abiertos a todo lo que pueda llegar a nosotros, lejos de los tópicos, los sucedáneos y de todos los que bien quisieran utilizarnos para sus propios fines.

 

Martina Martínez Tuya

Publicado en la Revista de Amaduma nº 50

11 octubre 2025

CITAS PARA REFLEXIONAR

 

“Yo puedo estar equivocado y tu puedes tener la razón, pero con un esfuerzo podemos acercarnos los dos a la verdad”.


Karl Popper: Viena 1902 – Londres 1994 ; habiendo estudiado en Viena y en Cambridge se especializó en los campos de Filosofía de la ciencia, epistemología y filosofía social; autor de : Sociedad abierta y sus elementos, La lógica de la investigación científica y Búsqueda sin término; está considerado como uno de los filósofos más reconocidos del siglo XX.



UN POEMA PARA EL SÁBADO: JOAO CABRAL DE MELO NETO

 

El poema

A tinta y a lápiz
Se escriben todos
los versos del mundo.

¿Qué monstruos están
Nadando en el pozo
Negro y fecundo?

¿Qué otros se deslizan
Soltando el carbón
de sus huesos?

¿Cómo el ser vivo
Que es cada verso
Un organismo

Con sangre y hálito
Puede brotar
De gérmenes muertos?

El papel no siempre
Es blanco como
La primera mañana.

Es muchas veces
El triste y pobre
Papel de estraza.

Es otras veces
De carta aérea
Con aire de nube.

Pero es en el papel
En su aséptico blanco
Donde el poema rompe.

¿Cómo un ser vivo
Puede brotar
De un suelo mineral?

 

João Cabral de Melo Neto, (Recife, Pernambuco, 9 de enero 1920, Rio de Janeiro 9 de octubre 1999), fue un poeta y diplomático brasileño.

Miembro de la Academia de las Artes Pernambuco y de la Academia Brasileña de Letras, fue galardonado con varios premios literarios.

Su poesía, que va desde una tendencia a la poesía popular surrealista, pero caracterizada por el rigor estético con poemas confesionales, aversión al riesgo y marcada por el uso de sonoras rimas, inauguró una nueva forma poética en Brasil.

Conocida por el rigor estético de sus versos —contrarios a confesionalismos y marcados por el uso de rimas consonantes— la obra poética de João Cabral ha sido justamente reconocida por premios como el Premio Camoes (el más importante de la literatura en portugués) en 1990, Neustadt International Prize for Literature en 1992 y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 1994.

Además de poeta, viajó por todo el mundo gracias a sus obligaciones diplomáticas. De los innumerables países que conoció, ha desarrollado un especial afecto por España, fuente de inspiración para muchos de sus versos y tierra donde hizo grandes amigos. Especialmente proteico fue su primer destino profesional en Barcelona, donde se relacionó estrechamente como el pintor Joan Miró y el poeta Joan Brossa y animó el incipiente grupo "Dau al Set".

Cuando murió en 1999, se especuló con que era un fuerte candidato para el Premio Nobel de Literatura


10 octubre 2025

PARA LOS ANTIGUOS GRIEGOS LA PLAYA ERA UN LUGAR ATERRADOR

 

Artículo de Marie-Claire Beaulieu, Associate Professor of Classical Studies, Tufts University. Publicado en la revista digital The Conversation

Ir a la playa a tomar el sol y descansar forma parte de las vacaciones de muchas personas. Múltiples investigaciones han demostrado que pasar tiempo al lado del mar puede ayudar a relajarse. Contemplar el océano nos sumerge en un estado meditativo, el aroma de la brisa nos calma, la calidez de la arena nos envuelve y, sobre todo, el sonido continuo y regular de las olas nos produce serenidad.

Sin embargo, las vacaciones en la playa no se popularizaron hasta el siglo XIX y principios del XX, como parte del estilo de vida de los más ricos en los países occidentales. Pero los primeros europeos, especialmente los antiguos griegos, consideraban la playa un lugar de penurias y muerte. Como pueblo marinero, vivían principalmente en la costa. No obstante, temían al mar y pensaban que la vida agrícola era más segura y respetable.

Como historiadora de la cultura y experta en mitología griega, me interesa este cambio de actitud hacia la playa.

La experiencia sensorial

Como cuento en mi libro de 2016 sobre el mar en el imaginario griego, la literatura griega descarta todas las sensaciones positivas y se centra en las negativas para enfatizar la incomodidad que ese pueblo sentía por la playa y el mar en general.

Por ejemplo, la literatura griega destaca el intenso olor de las algas y la salmuera. En la Odisea, el poema del siglo VIII a. e. c. que transcurre en gran parte en el mar, el héroe Menelao y sus compañeros se pierden cerca de la costa de Egipto. Deben esconderse bajo pieles de focas para atrapar al dios del mar Proteo y que él les indique el camino a casa. El olor de las focas y la salmuera es tan extremadamente repulsivo que su emboscada está a punto de fracasar, y solo la ambrosía mágica colocada bajo la nariz puede neutralizar el olor.

Del mismo modo, mientras que el sonido de las olas en un día tranquilo es relajante para muchas personas, la violencia del temporal puede angustiar. La literatura de la antigua Grecia se centra únicamente en el poder aterrador de los mares tormentosos, comparándolo con los sonidos de la batalla. De hecho, en la Ilíada, poema contemporáneo a la Odisea, el ataque del ejército troyano contra las líneas de batalla griegas se compara con una tormenta en el mar:

 “A la manera que un torbellino de vientos impetuosos desciende a la llanura, acompañado del trueno del padre Zeus, y al caer en el mar con ruido inmenso levanta grandes y espumosas olas que se van sucediendo, así los troyanos seguían en filas cerradas a los caudillos, y el bronce de sus armas relucía”.

Finalmente, incluso el apuesto Odiseo se vuelve feo y aterrador por la exposición al sol y la sal del mar. En la Odisea, este héroe vaga por el mar durante diez años en su camino de regreso a casa tras la guerra de Troya. Al final de sus tribulaciones, se aferra con dificultad a una balsa durante una tormenta enviada por el furioso dios del mar Poseidón. Finalmente, se suelta y nada hasta la orilla. Cuando llega a la isla de los feacios, asusta a los sirvientes de la princesa Nausicaa con su piel quemada por el sol, “toda manchada de salmuera”.

La arena de la playa y el mar mismo se consideraban estériles, en contraste con la fertilidad de los campos. Por esta razón, la Ilíada y la Odisea suelen llamar al mar ‘atrygetos, que significa “sin cosechar”.

Esta idea es, por supuesto, paradójica, ya que los océanos proporcionan alrededor del 2 % del aporte calórico total de los seres humanos y el 15 % del aporte proteico y probablemente podrían proporcionar mucho más. Los propios griegos comían mucho pescado, y muchas especies se consideraban manjares reservados a los ricos.

La muerte en la playa

En la literatura griega antigua, la playa era un lugar aterrador que evocaba la muerte y, de hecho, era habitual llorar el ella a los fallecidos.

Las tumbas solían estar situadas junto al mar, especialmente los cenotafios, tumbas vacías destinadas a conmemorar a los que morían en el agua y cuyos cuerpos no podían ser recuperados.

Este era un destino especialmente cruel en la antigüedad, ya que aquellos que no podían ser enterrados estaban condenados a vagar por la Tierra eternamente como fantasmas, mientras que los que recibían un funeral digno iban al inframundo. El inframundo griego no era especialmente apetecible, húmedo y oscuro, pero se consideraba la forma respetable de terminar la vida.

De este modo, como ha demostrado la estudiosa de la cultura clásica Gabriela Cursaru, la playa era un “espacio liminal” en la antigua Grecia: un umbral entre el mundo de los vivos y el de los muertos.

Revelación y transformación

Sin embargo, no todo era malo. Dado que la playa actuaba como puente entre el mar y la tierra, los griegos pensaban que también servía de puente entre el mundo de los vivos, el de los muertos y el de los dioses. Por lo tanto, tenía el potencial de ofrecer presagios, revelaciones y visiones de los dioses.

Por esta razón, muchos oráculos de los muertos, donde los vivos podían obtener información de quienes habían fallecido, se encontraban en playas y acantilados junto al mar.

Los dioses también frecuentaban la playa. Escuchaban las plegarias y, a veces, incluso se aparecían a sus adoradores. En la Ilíada, el dios Apolo escucha a su sacerdote Criso quejarse en ella de que los griegos maltratan a su hija. El dios enfadado toma represalias desatando inmediatamente una plaga sobre el ejército griego, un desastre que solo puede detenerse devolviendo a la niña a su padre.

Además de estas creencias religiosas, las playas también eran un punto físico de conexión entre Grecia y las tierras lejanas.

Las flotas enemigas, los mercaderes y los piratas solían desembarcar en ellas o frecuentar las costas, ya que los barcos antiguos no podían permanecer en el mar durante largos periodos de tiempo. De este modo, la playa podía ser un lugar bastante peligroso, como ha argumentado el historiador militar Jorit Wintjes.

Por el lado positivo, los restos de naufragios podían traer agradables sorpresas, como tesoros inesperados, lo que en muchas historias suponía un punto de inflexión. Por ejemplo, en la antigua novela Dafnis y Cloe, el pastor Dafnis encuentra una bolsa en el mar, lo que le permite casarse con Cloe y hacer que su historia de amor tenga un final feliz.

Quizás hoy en día quede algo de esta concepción. La búsqueda de objetos en la playa sigue siendo un pasatiempo popular, y algunas personas incluso utilizan detectores de metales. Además de los efectos psicológicos positivos demostrados, el beachcombing refleja la eterna fascinación del ser humano por el mar y todos los tesoros ocultos que puede ofrecer, desde conchas y cristales hasta monedas de oro españolas.

Al igual que les sucedía a los griegos, la playa nos hace sentir que estamos en el umbral de un mundo diferente.


08 octubre 2025

VIAJE A NAVARRA. SEPTIEMBRE 2025

MAYTE TUDEA

Hemos regresado de nuestro viaje de principios de curso, programado para recorrer la Comunidad de Navarra en las tres zonas en las que se divide: alta, media y baja.

Navarra reúne naturaleza, patrimonio y gastronomía, y de ellas  hemos disfrutado plenamente. Bosques de hayas, abetos y pinos; sierras elevadas y frondosas, valles verdes y apacibles, castillos y palacios que contienen una historia inmemorial y comidas abundantes y sabrosas cuyos ingredientes son el producto de una tierra fértil y bien cuidada.

Ha habido algún pequeño fallo (la comida en el restaurante del camping no estuvo a la altura) que se compensó sobradamente con la del siguiente día en el restaurante de Leiza.

El hotel Maisonnave cómodo y magníficamente situado en el mismo centro de la ciudad (cerca del Ayuntamiento). A destacar la limpieza, los desayunos y la atención que nos dispensaron. Ha sido excelente.

Nos han acompañado dos estupendas guías y un buen conductor que ha demostrado gran pericia manejando un autocar de setenta y cuatro plazas por carreteras estrechas y curvadas. Y la presencia de Kiko, director de Nautalia, que cubre todas las contingencias y resuelve cualquier problema que se pueda presentar.

       Como colofón, el buen tiempo ha sido nuestro compañero, sin un solo día de lluvia. Temperatura fresca por la mañana y veraniega a partir del mediodía. En conjunto este viaje ha resultado muy satisfactorio.

       Los ripios con los que suelo rememorar el recorrido, (ripios y no versos) hay compañeros que me los han pedido y no encuentro una manera mejor que trasladarlos al blog para quien tenga interés en recordarlos.

Un saludo afectuoso,

  3—octubre—2025

 

 

RIPIOS (SIN NINGUNA PRETENSIÓN) DEL VIAJE A NAVARRA.

En el Ave, tempranito, hacia Madrid enfilamos,

sin retrasos, tranquilitos, en tiempo y forma llegamos.

Medinaceli el yantar, y de nuevo al autobús,

de tanto tiempo sentados casi nos da un patatús.

La Pamplona de Pompeyo recorrimos al llegar,

un paseo por sus calles y hacia el hotel ¡a cenar!

Y Maisonnave ofreció, grata cena, buena cama,

nos fuimos a descansar parra cansarnos mañana.

Segundo día de viaje: nos tocó naturaleza.

Los pinos, hayas y abetos se abrazan en la belleza.

Carreteras muy curvadas hacia la sierra ascendimos,

pequeños pueblos cuidados jalonaban el camino.

Y luego, en Ochagavía, en un museo rural

conocimos un oficio en el que se acaba mal.

Almadieros sufridores hasta los huesos mojados

transportaban la madera sin que fueran apreciados.

En el comedor de un camping nos sirvieron la comida,

olvidemos la experiencia, que fue lo peor del día.

Ascendimos escaleras, descendimos empedrados,

y entre bajar y subir la tarde la completamos.

Y el veintiséis nos marchamos hacia Leyre y a Javier,

y por la tarde en Olite. Visitarlos fue un placer.

El monasterio enclavado en paraje singular,

nos acogió con agrado y el fraile supo explicar.

El Castillo de Javier donde nació San Francisco

se destruyó por rebelde y a la familia hizo cisco.

Después lo reconstruyeron y así se nos permitió

que nosotros disfrutemos de dicha reconstrucción.

Y por la tarde, en Olite, admiramos su palacio

que con pasión erigió el “muy noble rey don Carlos”.

Don Carlos, de apodo el noble, mejoró la dinastía.

su padre, llamado el malo, no contó con simpatías.

Llegamos al día cuatro, al ecuador del viaje,

tocaba Zugarramudi, que de brujas es paraje.

Bosques cubiertos de hayas, de recios robles y pinos,

laderas de verde hierba jalonaban el camino.

Y en la cueva de las brujas que fueron ajusticiadas,

entró un grupo de mujeres, nuevas brujas renovadas.

La cueva del aquelarre resulta espectacular,

su estructura es impactante, su paisaje singular.

Aclararé que es ser bruja: Ser buena administradora,

esposa y amante fiel, paciente, resolvedora,

en el pajar ser aguja y ¡la guinda del pastel!

En Elizondo un paseo en busca del chocolate,

mejor es el pacharán para aclarar el gaznate.

Pamplona, al anochecer, fue una explosión de alegría,

gigantes y cabezudos, todos en gran sintonía.

Y ya el día veintiocho, a Roncesvalles llegando

Mikel más chulo que un ocho la historia fue relatando.

Derrotamos a los moros en las Navas de Tolosa,

con valor y sin desdoro, ¡pero ahí no quedó la cosa!

A Carlomagno el francés, le dimos un revolcón,

y a su sobrino Roldán en el culo un patadón.

Fue Sancho séptimo, el Fuerte, al frente de los vascones,

quien al francés  hizo frente, duro y sin contemplaciones.

Y tras glosar las hazañas de tanto español ilustre,

nos tomamos unas cañas para alegrarnos el buche.

Descendimos el camino por el kilómetro uno,

llegamos al restaurante sin lesionarse ninguno.

Otra comida abundante, y la cena, singular,

ya que en Navarra los pinchos es obligado probar.

Mañana esperan las Bárdenas, un paisaje tan marciano

por el que caminar asombra a cualquier humano.

Y nos quedará Tudela, ciudad para disfrutar

su renombrada menestra, un reputado manjar.

Solo queda agradecerle a Kiko por su interés

en que se cumpla el programa y el viaje termine bien.

La pericia de Manuel al manejar este bus,

tomando suaves las curvas, su trabajo tiene un plus.

Y nos han acompañado unas guías estupendas,

conocen bien su trabajo, decirlo no duelen prendas.

Y el personal de Amaduma se ha comportado muy bien,

también hay que agradecerles su prudencia y buen hacer.

Tengo las neuronas secas, la verdad estoy cansada,

reposaré la cabeza, ¡se acabó lo que se daba!

  

06 octubre 2025

YO NO LEO AUTORES VIVOS

 


Con el calor de una tarde de Agosto, impropio para caminar bajo su canícula, la mujer de paso firme y tacones de aguja, entró en la librería donde el señor Escritor tenía previsto firmar ejemplares de Reivindicación, su último libro. Un Louis Vuitton colgaba de su antebrazo balanceándose al vaivén de sus caderas. Dentro de él, además del móvil y el atrezo femenino indispensable, había algunos elementos propios de su profesión y un botellín de agua helada. En la otra mano llevaba el libro del autor. Sus pensamientos absortos y su actitud decidida, casi la hicieron trastabillar al tropezar con una escalera que había cerca de la entrada. Paseó su mirada por los peldaños hasta observar colgada del techo la banderola de publicidad del evento. Se recreó en sus letras grises sobre fondo negro.  

 

Siempre llegaba con la hora justa para sentarse en las últimas filas. Ese día lo hizo delante porque quería dar su opinión. Esta Mujer sentía un interés tan especial por las presentaciones del señor Escritor que rayaban la devoción. No era atracción física, aunque no le faltaban cualidades para ser el centro de todas las miradas: el porte elegante y desenfadado de sus cuarenta y muchos años, unos quevedos en equilibrio sobre su nariz y ese mechón entrecano y rebelde que en vano intentaba colocar detrás de la oreja.  

Todos sus libros, sin llegar a ser best sellers, habían tenido un gran éxito de ventas. La fidelidad de sus lectores engrosaba su cuenta corriente sin demasiado esfuerzo. No se regía por los caprichos del mercado literario. Sus novelas rompían con las normas de la moda por lo grotesco y vulgar. Su experiencia como profesor de literatura clásica se dejaba leer entre líneas en sus obras, dotándolas, a su vez, de un lenguaje auténtico y cercano, sin importar el género del que trataran. Se había ganado la confianza del público, entre ellos la de esta Mujer que no se perdía ninguno de sus encuentros.

 

Sus treinta y pocos años solo los testificaban su carné de identidad. La primera de su promoción de la carrera que había ejercido su familia durante tres generaciones. Pelo largo y moreno, recogido en un moño bajo, enmarcaba una cara de belleza típicamente andaluza, donde sus grandes ojos negros eran los verdaderos protagonistas. Vestía una blusa de seda blanca, desabrochada hasta donde resbala la imaginación, falda negra y ajustada por debajo de la rodilla.

 

Cuando el resto del público empezó a acomodarse; la mayoría con sudaderas, vaqueros caídos y deshilachados, tenis de colores fluorescentes y gorras con visera, muy a su pesar, destacaba por su elegante sencillez.

 

Desde la primera fila siguió con disimulado entusiasmo todo cuánto se habló del argumento del libro y las intervenciones de los asistentes. Era una novela negra cuya protagonista reivindicaba con sus actos que las mujeres no necesitaban licencia para matar. Cuando el moderador dijo que hicieran la última pregunta la Mujer levantó la mano sin demostrar impaciencia, y comentó que le encantaría leer su libro porque lo admiraba mucho, pero que ella tenía por norma no leer autores vivos. Él contestó con un apunte de sonrisa: Mi bella no lectora, me ha dejado usted sin palabras. Todos aplaudieron mientras las carcajadas reverberaron hasta el último rincón de la librería, a la vez que se formaba la cola para la firma de ejemplares. La Mujer, sin inmutarse, se volvió de espaldas y maniobró con destreza dentro de su bolso. Después se puso en la cola. Cuando llegó su turno le extendió el libro y el botellín de agua rodeado de un kleenex, con el que lo secó antes de entregárselo. Se había acabado la de la mesa y parecía necesitarla.

 

—Tenga, todavía está fría. Debe tener la boca seca.

 

Gracias por dar agua al sediento. ¿Qué pongo en la dedicatoria? ¿Es para un regalo, o ha cambiado de opinión?

 

 Solo escriba: por su reivindicación y la fecha, es suficiente. 

 

El señor Escritor la miró recreándose en su figura. Desenroscó la tapa, sin esfuerzo, y se lo bebió mientras ella esperaba mirándolo satisfecha.

 

—Me gustaría saber algo más sobre esa norma suya tan original. ¿Querrá cenar conmigo esta noche y me lo argumenta más despacio?

 

—No puedo, tengo otro compromiso. Además, estoy segura que la comida no le sentaría bien si la ingiere con mis contradicciones.

 

Lo presento la semana próxima en la Biblioteca Municipal.

 

—Ya no estaré en la ciudad pero quiero agradecerle la comprensión que ha demostrado por mi inusual costumbre.

 

Le entregó su libro y se estrecharon la mano. Ella se dirigió a la salida con rapidez, sorteando nuevamente la escalera. Le dio una palmada al pasar como si la felicitara, aunque aquel gesto en realidad iba dirigido a sí misma. Misión cumplida, susurró al atravesar la puerta.

 

Caminó una calle hasta la parada de taxis. En el trayecto tiró en una papelera un par de guantes de latex. Cuando llegó al aeropuerto otra papelera recibió el contenido de una pequeña bolsa de plástico con una jeringuilla y los restos de una sustancia, indetectable en el organismo, y la más eficaz para provocar un infarto en poco tiempo. O sea, el atrezo indispensable de una farmacéutica que deseaba reivindicar a cualquier precio su derecho a no leer autores vivos.

 

 

Esperanza Liñán Gálvez

Publicado en el libro Impulsos de voz recuperada.

“aa. vv.”

        

 


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