Artículo
de Joana Rodríguez Pérez, Contratada
predoctoral en el departamento de Historia del Arte y Filosofía, Universidad de
La Laguna. Revisado por: Enrique Ramírez
Guedes, Profesor Contratado Doctor T1. Departamento de Historia del Arte y
Filosofía., Universidad de La Laguna. Publicado en la revista digital The
Conversation.
“La-di-da, la-di-da, la
la…”. Una expresión indeterminada cargada de sentido que marcó por completo
uno de los personajes más icónicos del cine estadounidense de los 70: la excéntrica joven
cantante Annie Hall.
Diane Keaton, fallecida el pasado sábado 11 de octubre
a los 79 años, y que dio vida al personaje en el homónimo film dirigido por
Woody Allen, recibió
el Óscar a mejor actriz por este papel, lo que supuso el despegue y la
consolidación de su carrera en la industria cinematográfica.
De
Hall a Keaton
La carrera actoral de Keaton es un viaje fascinante
entre la ironía nerviosa y la profunda intensidad emocional. Nacida como Diane
Hall en 1946 en Los Ángeles, adoptó el apellido de soltera de su madre porque
en el momento de registrar su nombre artístico descubrió que ya existía una
Diane Hall. Tras comenzar en el teatro en Nueva York, en musicales como Hair,
gradualmente trazó su camino en el séptimo arte desde su primera
película, Lovers
and Other Strangers (1970) de Cy Howard, hasta, con el paso del
tiempo, consolidarse como una de las actrices más emblemáticas de su
generación.
Aunque su papel como Kay Adams, mujer de Michael
Corleone en El
Padrino (1972) de Francis Ford Coppola, le daría visibilidad, su
presencia en la pantalla emergió con rotunda nitidez gracias a su colaboración
con Woody Allen.
La relación con Allen comenzó, como la propia
Keaton afirma
en sus memorias, en el otoño de 1968 cuando ella acudió a una audición para la
obra de teatro Play It Again, Sam (Sueños de un seductor) y logró
hacerse con el papel (que, posteriormente, repetiría en la gran
pantalla). Desde entonces, se estableció una unión profesional que los
llevó a trabajar juntos en producciones como El dormilón (1973),
la ya citada y reconocida Annie Hall (1977), Interiores (1978)
o Manhattan (1979),
entre otras.
A lo largo de su carrera, que se prolongó más de medio
siglo, Diane Keaton desarrolló una versatilidad indiscutible: comedias
sofisticadas, dramas íntimos y personajes que transitaban la ligereza y la
melancolía con igual convicción.
Participó en Rojos (1981)
y La habitación
de Marvin (1996), por las que también estuvo nominada al Óscar, además
de El precio de
la pasión (1988), Amelia Earhart: el vuelo
final (1994), The First Wives Club (1996)
o Something’s
Gotta Give de la directora Nancy Meyers, entre muchísimas otras. Según
afirmó la misma Keaton en su aparición en 2018 en
los premios David di Donattello del cine italiano, esta última película –su
cuarta nominación al Óscar– desatascó su carrera y renovó su presencia,
otorgándole 20 años más de cine.
Su estilo como actriz se caracterizaba por una
contención deliberada; muchas veces reprimía el gesto, la respiración, y otras
sabía el modo justo de utilizar el histrionismo. Llenaba la pantalla con
pequeñas inflexiones, tensiones internas y miradas que sostenían el fuera de
campo, como la famosa escena final de El Padrino en la que Kay se
percata de la realidad de la familia en la que acaba de entrar. Esta manera de
actuar modulada le otorgó un sello personal difícil de imitar.
Además de sus incursiones delante de la cámara, Keaton
tuvo relación con el cine detrás de esta. Dirigió proyectos como Heaven (1987),
un documental que también escribió, o Hanging Up (2000),
protagonizada por ella misma, Meg Ryan y Lisa Kudrow. Asimismo, estuvo a
cargo del
decimoquinto capítulo, “Slaves and Masters”, de la segunda temporada de Twin
Peaks, la serie creada por David Lynch.
La
creación de un icono
Diane Keaton no solo habitó personajes, también creó
una iconografía visible. Su estilo se convirtió en extensión de su aura
artística, y con los años su propia imagen atravesó el mundo de la moda y la
identidad visual.
Desde muy pronto la actriz desarrolló un interés
especial por la ropa y una capacidad notoria para expresarse a través de
ella. El
23 de junio de 2020 afirmaba en su perfil de Instagram que de joven
tomaba patrones de algunas piezas y daba indicaciones a su madre sobre cómo
quería que fueran.
En Annie Hall –donde la aportación personal
de Keaton fue sustancial– quedó fijada esa estética aparentemente desaliñada:
sombreros (bombines, boinas, fedoras), camisas de cuello alto, corbatas
holgadas, chalecos, cinturones anchos y pantalones de talle alto. Aunque ya
otras actrices como Marlene Dietrich o Katharine Hepburn habían llevado de
manera icónica un traje, Diane Keaton lo convirtió en su sello personal.
De esta manera, Keaton legitimó su estilo como una
declaración estética propia y creo así un discurso visual independiente,
ajustado a su personalidad, y a modo de resistencia ante los estándares.
Un
atlas de la memoria
Si algo amaba la actriz eran las imágenes, no solo como
objeto pasivo sino como materia expresiva y como archivo emocional. Esto queda
claro a través del cine, pero también a través de su interés en la composición
de collages con fotografías familiares, recortes de revistas, objetos
visuales que la interpelaban y le interesaban, etc.
En entrevistas, y también en sus memorias, expresó que
aprendió de su madre a jugar con recortes, con combinaciones que desbordan
narraciones íntimas. Entendía la práctica del collage como una forma
de diálogo entre su memoria, sus obsesiones estéticas y su identidad.
En varias ocasiones a través de publicaciones en
Instagram compartió y explicó sus composiciones en un enorme corcho de pared en
el que creaba un verdadero atlas de imágenes que se relacionaban entre sí por
estética, temática…
Diane Keaton fue un ser único, carismático y luminoso,
cuya huella trasciende generaciones. Convirtió la naturalidad en arte, la
excentricidad en autenticidad y la imagen en forma de pensamiento. Como han
señalado estos días, consternadas por su perdida, figuras como Jane
Fonda, Andy
Garcia o Bette
Midler, fue un rayo de luz en la cultura cinematográfica, una presencia que
marcó la manera de mirar, vestir y sentir el cine.