Artículo
de Víctor Lanchares Barrasa,
Profesor de Matemática Aplicada, Universidad de La Rioja. Publicado en la
revista digital The Conversation.
A partir del 11 de agosto llegará el gran momento de Las Perseidas, el sueño popular de las estrellas
fugaces. Nada mejor que una noche templada de verano, lejos de las luces de la
ciudad, al amparo de la mayor oscuridad posible, para esperarlas. El paso de
las horas, mientras llegan, hará que desfilen ante nosotros seres mitológicos
en forma de constelaciones, que nuestros antepasados dibujaron entre las
estrellas y les sirvieron como brújula, reloj y calendario.
Algunas apps ayudan a interpretar lo que vemos y nos permiten
localizar objetos celestes desde el móvil de modo muy sencillo. Entre
ellas Sky view para IOS/Android, Stellarium para IOS/Android (esta tiene
una versión para ordenador y tablet completísima) y Google Sky Map para
Android.
La espina dorsal del cielo
Con ayuda de una de estas aplicaciones o sin ella,
destaca en estas noches estivales la espina dorsal del cielo, una banda de un
resplandor suave, que se extiende desde el noreste hasta el sur-suroeste. Se
trata de la Vía Láctea. Debe su nombre a un mito griego según el
cual no es más que la leche derramada por la diosa Hera cuando apartó a
Heracles mientras mamaba con fuerza de su pecho.
En realidad, la Vía Láctea es una agrupación de miles de millones
de estrellas que conforman la galaxia en la que vivimos. Nosotros nos
encontramos dentro del disco que contiene la mayoría de las estrellas y, cuando
miramos en la dirección de este disco, lo vemos como una franja de brillo tenue
generada por la combinación de la luz de innumerables estrellas, demasiado
distantes como para ser detectadas individualmente a simple vista.
Esta banda es más brillante en el cielo de verano, cuando miramos
hacia el centro de la galaxia, que se encuentra en la constelación de
Sagitario, cerca del horizonte, en dirección sur-suroeste. Aquí arranca el
segmento más brillante de la Vía Láctea, que se extiende hasta la constelación
del Cisne, cerca del punto más alto del cielo.
Miles de soles, de
Sagitario a Cisne
Sagitario y Cisne tienen estrellas brillantes y patrones estelares
sorprendentes a simple vista, pero también albergan muchas maravillas
adicionales.
No hay nada que nos pueda causar mayor satisfacción como
observadores que recorrer lentamente el camino que va de Sagitario al Cisne con
unos prismáticos. De hecho, ninguna constelación en ningún otro lugar del cielo
puede igualar a estas dos en cuanto a cantidad de nebulosas y estrellas en el
campo de visión de un pequeño instrumento óptico. Con su ayuda, descubriremos
un asombroso panorama de miles de soles, adornado de nubes brillantes e
increíbles enjambres y racimos de estrellas que seguro no nos dejarán
indiferentes.
El triángulo del verano: Lira, Águila y
Deneb
Entre Sagitario y el Cisne se sitúan las
constelaciones de la Lira y el Águila, que reconoceremos gracias a sus
estrellas principales, Vega y Altair.
Vega, en la Lira, es la quinta estrella más brillante
del cielo. La encontraremos casi
encima de nuestra cabeza en una orilla de la Vía Láctea. En la otra orilla, en
el Águila, se encuentra Altair, la duodécima en cuanto a brillo de todas las
estrellas y cuyo nombre asociamos a uno de los caballos de Ben Hur. Vega y Altair,
junto a Deneb, la estrella principal del Cisne, forman lo que se denomina el
triángulo de verano, un patrón de estrellas fácilmente reconocible que preside
las noches estivales.
Casiopea, la esposa de un rey etíope
Siguiendo la Vía Láctea hacia el horizonte noreste, a poca altura
a primera hora de la noche pero elevándose a medida que pasan las horas, se
encuentra la constelación de Casiopea. Recibe su nombre de la esposa bella y
vanidosa del rey etíope Cefeo, que reina junto a ella muy cerca del polo
celeste, donde se encuentra la estrella polar.
No es ésta una estrella muy brillante, y para localizarla se usa
la constelación más emblemática del hemisferio norte, la Osa Mayor. Suele verse
como un carro formado por siete estrellas brillantes que nunca se oculta bajo
el horizonte. Prolongando unas cinco veces la distancia que une las dos
estrellas más alejadas de la vara del carro, se llega a la estrella polar,
dentro de la Osa Menor, que tiene una configuración similar a la Osa Mayor,
pero con estrellas más débiles.
A partir de la Osa Mayor, y siempre mediante alineaciones de
estrellas, es posible recorrer el resto del cielo de verano. Así, prolongando
el arco que forma la vara del carro, llegamos a Arcturus, una estrella de color
anaranjado, la cuarta más brillante de todas, y usada en la antigüedad para las
labores agrícolas. En la obra “Los trabajos y los días” de Hesíodo podemos leer:
Cuando Orión y Sirio lleguen al centro del
cielo, y Aurora de dedos rosados vea a Arturo, ¡oh Perses!, entonces corta
todos los racimos y llévalos a casa.
El reino de Arcturus
Arcturus está en la constelación del Boyero, que
nos servirá de trampolín para ir a la Corona Boreal, Hércules y a la zodiacal
Virgo, ya desapareciendo por el oeste.
Desde aquí, siguiendo hacia el este por el horizonte, nos
encontraremos con Libra, con sus dos estrellas principales con los sugerentes
nombres Zubenelgenubi y Zubeneschamali, literalmente las pinzas del escorpión.
Antiguamente, estas dos estrellas formaban parte de la vecina Escorpio, donde
destaca el brillo anaranjado de Antares, una supergigante roja, con un tamaño
tan grande que, puesta en lugar del Sol, su borde exterior se extendería más
allá de la órbita de Marte.
Continuando hacia el este, regresaríamos a Sagitario, donde hemos
comenzado nuestro recorrido. Por el camino hemos dejado algunas constelaciones
como el Dragón, el Delfín, Ofiuco y otras más, que con el tiempo podremos
aprender a identificar.
Y, al fin, la llegada de
Las Perseidas
Además de las constelaciones y las maravillas que se ocultan tras
la Vía Láctea, las noches de agosto nos pueden brindar la oportunidad de ver
una buena cantidad de estrellas fugaces, principalmente procedentes de la
región entre Perseo y Casiopea. Son las Perseidas.
Aunque el máximo de actividad se alcanza entre el 12 y 13 de
agosto, este año el brillo de la Luna nos impedirá disfrutar de su momento
álgido. Sin embargo, las Perseidas seguirán activas hasta finales de agosto y,
una vez la Luna mengüe lo suficiente, aún tendremos oportunidad de ver unas
cuantas estrellas fugaces. Tantas más cuanto más alto se encuentre en el cielo
Perseo, que alcanza su máxima altura alrededor de las 4 de la madrugada, no
mucho antes de que comience el crepúsculo matutino en las latitudes medias del
norte.
Y mientras observamos estas veloces estelas, podemos reflexionar
sobre el hecho de que estos meteoros son restos del cometa Swift-Tutlle,
probablemente el objeto más peligroso conocido por la humanidad.
Visto por última vez en su regreso de 1992, su trayectoria podría
hacerlo chocar con la Tierra en el futuro. Los expertos aseguran que esto no
sucederá en los próximos miles de años. Pero si su núcleo llegase a impactar,
probablemente causaría una destrucción mayor que el cometa o asteroide que
acabó con los dinosaurios y la mayoría de las especies, hace 65 millones de
años.
Con la espera de las estrellas fugaces, la noche de observación se
habrá alargado y el paso del tiempo hará que las constelaciones otoñales tomen
protagonismo, entre ellas Andrómeda. Aquí se encuentra el objeto más distante
visible a simple vista, la galaxia de Andrómeda, a más de dos millones de años
luz de distancia. Su contemplación puede ser el mejor cierre para una noche de
estrellas de verano.
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