En estos tiempos de vidas estresadas, condicionadas por la
omnipotencia del móvil telefónico, con el desacierto del consumismo compulsivo,
para “el todo comprar” sin saber bien para qué, sufriendo esa absurda
contaminación acústica en casi todos los ámbitos presenciales, anhelando la
tranquilidad y el sosiego, en un mundo de intercomunicación inmediata, en el
que la única certeza es el latido final, innegociable, de nuestras vidas y en
el que la gran divinidad religiosa en el dinero encerrado en una tarjeta de
plástico, con la que pretendemos “abrir” casi todas las puertas, en esta
sociedad desquiciada que hemos creado y nos atrapa con la pandemia letal del
mercantilismo atroz que nos aturde, todavía podemos gozar, a poco que frenemos
el acelerador, de unos pequeños placeres que
“oxigenan” la absurda dirección de nuestras limitadas existencias. Comentemos
algunos de estos simples y grandes incentivos, en su racionalidad y utilidad.
DISFRUTAR CON EL MOVIMIENTO DEL AGUA. Nos podemos acercar al santuario monumental de la naturaleza. Entre sus variados y apetecibles tesoros, con suerte encontraremos ese riachuelo, torrente, fuente o gran arteria fluvial, con ese limpio, continuo y transparente caudal, que nos proporciona frescor, hidratación, alegría y esa armónica acústica de percusión que nos hace posible “jugar”, reflexionar y gozar. El oleaje del mar en las playas, caminando descalzos sobre la fina arena y el fluir repetitivo de una fuente de piedra, ocupando la centralidad en una plaza de pueblo o en un claustro monacal, son otras lúdicas opciones de esos juegos del agua que nos generan sonrisas y placidez en esas almas ansiosas de paz espiritual.
SOÑAR ATARDECERES.
Difícilmente podemos encontrar espectáculo más fascinante y sublime, como ese
cuadro o lienzo de gradientes y tonalidades cromáticas trazadas en el cielo. El
gran espectáculo comienza cuando el astro solar abandona su aventura diaria,
camino del atardecer y la noche. La atalaya visual puede ser variada y
sugerente. Junto al mar o en la playa, en la montaña o desde una terraza
urbana, de ese edificio atenazado entre un “mar” de severos tejados. La
destreza del artista solar es infinita, imaginativa y sutil. El reencuentro con
nuestra inmediata realidad nos facilita esa certeza esperanzada, que nos
susurra la muy sensata máxima acerca de que mañana otra vez, sin duda, amanecerá.
COMPARTIR LOS JARDINES. Por
fortuna, las corporaciones municipales ofrecen a los vecinos residentes y a los
visitantes foráneos espacios “verdes”, en los que se instalan parques y
jardines. Estos bellos y oxigenantes lugares contrastan, con su arbórea y
floral vegetación, la árida densificación del asfalto y el arrogante cemento de
las manzanas edificadas. A estos acotados espacios vegetales tiene acceso,
lógicamente, personas de todas las edades y condición. Sin embargo, destacan en
ellos la presencia de niños pequeños y personas de avanzada edad, El juego de
los niños es otro de los pequeños y grandes placeres que nos ofrecen esos oasis
vegetales. El vitalismo físico, espontáneo y anímico de esos niños de corta
edad, regala alegría psíquica y física, tan necesaria para los adultos de mayor
edad. Esas dinámicas infantiles, unidas a la delicada gratitud vegetal, pueden
ser terapias “mágicas” para los momentos infortunados de letargo y depresión.
Desde luego que estos tesoros vegetales deberían ser cuidados y respetados para
su gratificante servicio comunal.
VISITAR NUESTROS BARRIOS AUSENTES.
Junto a la primacía jerárquica que siempre ejerce el centro urbano de
la ciudad, en lo comercial, en lo administrativo, en lo cultural, etc. no
podemos olvidar esas barriadas ausentes en nuestra memoria. Son áreas de la
gran ciudad por las que no pasamos en meses e incluso en años, ya que no están
en nuestros itinerarios habituales para las obligaciones laborales, familiares
o comerciales. Repasemos nuestra memoria y seguro que nos viene a la mente aquel
barrio o ese otro que, por no pasar, desconocemos exactamente donde está. Una
imaginativa opción sería dirigirnos, en algunas de las tardes, a esos núcleos
de nuestra ciudad, para recorrer sus calles y plazas, visitar sus comercios e
incluso dialogar con sus vecinos. Tomamos el bus municipal y nos apeamos en la
parada más apropiada y comenzamos a practicar el estupendo y saludable
ejercicio de pasear. Pronto tomaremos conciencia de que estos núcleos,
normalmente muy populares y densificados en sus edificios y personas, encierran
valiosos rincones, curiosas costumbres y esa familiaridad fraternal entre las
personas que a veces nos falta en nuestro voluminoso edificio residencial. La
experiencia, a buen seguro, nos reportará sorprendentes y enriquecedoras
vivencias etnográficas y sociológicas para esos atardeceres sin prisas.
ESCUCHAR A LOS JUGLARES CALLEJEROS. En las
grandes ciudades y en los espacios de mayor tráfico de viandantes, solemos
encontrar y gozar con la presencia de estos cantautores anónimos (no actúan en
las cadenas de televisión, ni aparecen en las páginas de las revistas semanales).
Provistos en su escaso equipaje con una guitarra, acordeón, trompeta u otro
instrumento musical, incluida la sorprendente percusión, saben enriquecer los
sonidos de la vía pública. Cantan o versionan bellas melodías, fundamentalmente
románticas y nostálgicas, con mayor o menor pericia, evitando molestar al
transeúnte o viandante. Con sus improvisadas actuaciones esperan que esos más o
menos atentos espectadores dejen caer alguna moneda “la voluntad” en ese
platillo delantero, para sobrellevar su difícil subsistencia diaria. Pasear por
el puerto malacitano, caminar por el paseo marítimo o por esa calle cosmopolita
y monumental de Alcazabilla, acompañado por las sencillas entonaciones “de
siempre” supone un verdadero placer que compensa áridas soledades, complicados
aturdimientos, “sonoros” silencios, transformando nuestra realidad, siquiera
por unos segundos, en mejores voluntades para las sonrisas.
Hay otras muchas opciones para obtener esos necesarios pequeños
placeres en el abigarrado contexto anímico de la
“selva urbana”. Cine, teatro, conciertos, museos, conferencias, tertulias,
etc. Los aquí citados y comentados pueden resultar útiles o válidos, a fin de
alcanzar una cuota de sosiego y esperanza, en el discurrir rutinarios de los
días. Están en una cómoda proximidad, son gratuitos y pueden generarnos
sentimientos positivos para fortalecer nuestra andadura y protagonismo mental. -
José L. Casado Toro
Agosto 2025
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