Es una pregunta retórica, de la que por
supuesto, no espero obtener respuesta.
Confío
que para la fecha en que nuestro compañero José Ramón, administrador del blog,
vaya a colocarla, la tragedia de nuestro país asolado por los incendios habrá
dejado de ocupar las primeras páginas de todos los telediarios, los periódicos
y las redes sociales. Quedarán, sin embargo, las miles de hectáreas arrasadas,
las docenas o cientos de casas (lo sabremos cuando las cuantifiquen) que han
sido consumidas por las llamas, los pueblos, aun más desolados de lo que
estaban, las cosechas, los bienes personales, los recuerdos volatilizados, el
paisaje convertido en un erial y por encima de todo, el número de vidas humanas
(hasta ahora cuatro) que han sido segadas y que son ya irrecuperables.
Y
precisamente esas vidas tienen, al menos para mí, un valor muy especial. Eran servidores
públicos: bomberos, agentes forestales e incluso voluntarios los que en un acto
de máxima generosidad se han inmolado en su afán por ayudar a controlar esos
fuegos infernales (no hay adjetivo que mejor encaje con lo que hemos visto en
estos últimos nueve días, hasta hoy 18 de agosto).
Y
todavía inmersos en esta debacle, confiando sólo en que desciendan las
temperaturas, llueva o el viento se calme, uno se pregunta incrédulo ¿cómo ha
podido suceder algo así?
La
cuarta economía europea (que además y según nuestros dirigentes va como un
cohete) no dispone de los medios suficientes, ni en número de personas
cualificadas ni en herramientas necesarias (aviones, máquinas, etc.) para
enfrentar un problema de esta envergadura, que dadas las características del
país y las copiosas lluvias primaverales era “la crónica de un incendio
anunciado”. Así lo ha afirmado la ministra de Defensa.
Un
presidente, veintidós ministros, cerca de mil asesores, secretarios, subsecretarios, delegados y subdelegados
del gobierno, diecisiete presidentes autonómicos con sus correspondientes
consejeros, coches oficiales, escoltas… Todo el ingente gasto que significa
mantener un Estado hiperbólico, hueco en su interior, y con los pies de barro ¿cómo se explica a esa pobre gente que llora
las pérdidas y que se ha sentido desprotegida, olvidada de sus gobernantes pero
muy presentes a la hora de exigir los impuestos?
Ya
sé que en el grado de responsabilidades y de respuesta a la catástrofe hay
categorías. Unos han estado más activos y otros han reaccionado tarde. Quizá
los únicos que de verdad se salvan son los modestos alcaldes de los pueblos
pequeños que han combatido las llamas en primera línea arriesgándose codo a
codo con sus vecinos.
Pero
no hay que preocuparse. El presidente anuncia “Un pacto por el cambio
climático”. Cuidado: como se haga en papel corre el riesgo de quemarse.
MAYTE TUDEA. 18-agosto-2025
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