
Aunque
hasta 1927 no se proyectó en EE.UU. la primera película sonora en la historia
del cine (The jazz singer, El cantante de jazz, dirigida por Alan Crosland), en
el universo cinematográfico siempre ha habido sonidos que, antes y ahora, nos
emocionan y potencian nuestra cinefilia sentimental. Aun con los ojos cerrados,
podemos escuchar y entender determinadas notas musicales, junto a la acústica
gráfica de las palabras, que nos trasladan a esa poderosa y universal industria
del cine que, además de ser un gran negocio, genera una “infinita” dinamización
cultural para enriquecer nuestra imaginación y multiplicar nuestras íntimas
vivencias. El cine nos informa, nos motiva,
nos distrae, nos apasiona, nos asusta, nos divierte, nos hace dudar, dinamizando,
además, el importante valor de la reflexión. Efectivamente, las películas vitalizan
nuestro pensamiento, no sólo sobre el entorno próximo o lejano, sino también
sobre nosotros mismos, multiplicando nuestro “pequeño mundo” circunstancial, en
otras múltiples vidas que la imaginación convierte en empáticas e inmediatas
realidades.
Veamos
algunos ilustrativos ejemplos de esa intensidad sentimental que nos provocan
los sonidos de cine. Cerremos los ojos y escuchemos el
engranaje continuo de rodillos y lectores mecánicos, en aquellas ya
antiguas y voluminosas máquinas que proyectaban las imágenes contenidas en los
rollos de celuloide. Hoy la videoproyección digital ha suplido el
funcionamiento de aquellas dos grandes máquinas proyectoras, que generaban esa
mágica y valiosa acústica cuando hacían correr los metros de celuloide por sus
numerosos elementos mecánicos sincronizados.
Otros
sonidos muy conocidos nos permiten identificar a las
grandes productoras cinematográficas: los simpáticos y entrañables
rugidos del león de la M.G.M. Metro Goldwyn Mayer;
las trompetas, a modo de fanfarria, de la Twenty
Century Fox; esa breve melodía emocional de la United
Artists Corporation; la espectacular entrada musical de la española CIFESA; aquellas palabras para la expectación, de
“Filmax presenta”; los compases eléctricos
repetitivos de la mítica RKO-Radio Films, o la motivadora
ausencia sonora de ese pico montañoso cubierto de nieve y coronado de estrellas
de la Paramount, etc.
Y
es que el acompañamiento musical siempre será inherente a la identificación de
las grandes obras del cine. Entre las inmensas posibilidades para elegir (el
listado sería “casi infinito”) vamos a optar por cuatro títulos míticos, que
cualquier aficionado al cine puede fácilmente concretar. Recordemos la música, plena
de intriga y misterio, compuesta por Bernard Herrmann, para los títulos de
crédito y otras escenas de PSICOSIS, 1960,
del gran maestro Alfred Hitchcock. De manera especial, aquellos trepidantes
compases que acompañan a la terrible y magistral escena de la ducha, cuando
Marion Crane es asesinada. Añadamos también la angustiosa melodía de Dimitri
Tiomkin, potenciando el clímax tensional de SOLO
ANTE EL PELIGRO, dirigida por Fred Zinnemann en 1952, protagonizada por
el gran actor Gary Cooper. La dulce melodía de Henry Mancini, Moon River, en la
cinta Breakfast at Tiffany´s (DESAYUNO CON
DIAMANTES) 1961, dirigida por Blake Edwards y protagonizada por la
siempre inolvidable y atractiva Audrey Hepburn. Finalmente recordamos la romántica
banda musical de LOS PARAGUAS DE CHERBURGO,
1964, compuesta por Michel Legrand y dirigida por Jacques Demy, teniendo como
protagonista a una bella Catherine Deneuve de 21 años.
Hay
otros sonidos vinculados a las salas cinematográficas, que nada más escucharlos
potencian nuestros recuerdos emocionales, en tiempos próximos o más pretéritos.
Comentemos algunos de los más relevantes. El trotar
de los caballos montados por los soldados yankees del séptimo de
caballería. en los westerns clásicos. La música introductoria, a base de
trompetas, del Noticiario-Documental o NO-DO,
revista cinematográfica creada para exaltar los logros del régimen franquista y
que se proyectaba antes de la correspondiente película. Este documental
“obligatorio” comenzó en 1943. En 1975 cambió de formato, desapareciendo
definitivamente de las pantallas en 1981. El crujir
de las pisadas, en aquellas películas rodadas en ambientes completamente
nevados. Los “aullidos” del viento, en los
thrillers de intriga y misterio. El chirriar de una
puerta que se abre, por tener
las bisagras o los goznes mal engrasados y que provocaba un miedo irrefrenable entre
los “temblorosos” asistentes a la proyección.
Recordamos,
con la sonrisa en nuestros rostros, las voces que solían escucharse en el
“patio de butacas”. No se nos olvida esa imperativa palabra de ¡Acomodador!” por la que se llamaba a estos operarios
para que se acercaran con linterna en mano, dada la oscuridad dentro de la sala
y condujeran a la butaca que correspondía al desorientado espectador, según el
número de fila y orden inserto en la entrada comprada en la taquilla. Era usual
entregar al solícito acomodador la correspondiente propina. Otra de sus
funciones era buscarte un asiento, entre las butacas que habían quedado sin
ocupar. Entre proyección y proyección, se encendían las luces para el necesario
descanso. Entonces aparecían los vendedores de ¡Oranges
y gaseosas! ¡Chocolatinas, almendras y “arvellanas”!
También era muy frecuente el monocorde crick crack
de las pipas de girasol, especialmente en las salas o terrazas abiertas
para el cine de verano. Muy cómicos y molestos eran los fuertes ronquidos de ese señor de la fila trasera a quien
no le gustaba la película o estaba dormitando la ingesta de una copiosa cena,
posiblemente bien regada con bebidas alcohólicas. En las escenas silenciosas,
se potenciaba la acústica de las aspas de los
ventiladores, que giraban para “refrescar” un poco la tórrida e insana
temperatura. En realidad, estos aparatos sólo movían la atmósfera viciada de las
salas cubiertas, durante la estación estival.
Mención
aparte merecen las voces de los dobladores de
actores y actrices extranjeros. Algunos
profesionales “doblaban” a más de un intérprete, lo cual producía cierta
confusión entre los espectadores, pues estaban habituados a que determinado
artista tuviera siempre el mismo tono de voz y “no entendían” que esa tonalidad
pudiera estar en la boca de otro intérprete.
Se
escuchaban también otros sonidos “inesperados”, como los gritos de alguna
señora o jovencita, cuyo compañero de butaca se había “propasado”,
provocando la acústica y potente indignación de la espectadora, que reclamaba
la urgente intervención del acomodador de sala. Y también se sufrían otras muy
peculiares acústicas, que el buen gusto aconseja no explicitarlas por
escrito.
Ya
vemos que además de la película, por supuesto sonora, a los oídos de los
asistentes a las salas cinematográficas llegaban otras acústicas, cuyo
contenido se identificaba o traducía con unas claves interpretativas, simples o
diáfanas, para la necesaria comprensión. Todos los sonidos que se ha comentado
en este artículo, junto a otros muchos recuerdos, nos puede trasladar a ese
mundo maravilloso, imaginativo, onírico, ficticio o real, que la magia del cine
por fortuna atesora y mantiene. Sonidos que, hermanados con las imágenes, nos invitan
a ese anhelado paraíso, inserto en el celuloide de los 35 mm o en las gigas
actuales de la universal digitalización. De una u otra forma, el cine nos
permite, con esa sutil generosidad que le caracteriza, multiplicar la
privacidad de nuestras experiencias, con otras múltiples vivencias que tienen
lugar en el “milagro” de la gran pantalla de “las sábanas blancas”. –
José
L. Casado Toro
Marzo
2023
Psicosis
https://www.youtube.com/watch?v=RnYpF758Os0
https://www.youtube.com/watch?v=Q1ZTBmqvu8k
https://www.youtube.com/watch?v=4FdQjKYdEeU
Solo ante el peligro
https://www.youtube.com/watch?v=VXgm753pMAU
Desayuno con diamantes
https://www.youtube.com/watch?v=79mR95yetAA
Los paraguas de Cherburgo
https://www.youtube.com/watch?v=bvNKYCZWIcM