05 septiembre 2025

TERTULIAS PARA TOMAR "LA FRESQUITA"

Hay costumbres, verdaderamente enriquecedoras y fraternales, que lamentablemente se han ido perdiendo y sólo conservan sus buenos recuerdos en el corazón nostálgico de nuestra memoria. Nos referimos a un saludable hábito primaveral y veraniego, que tenía lugar especialmente en las localidades rurales y menos en las ciudades, aunque en algunas barriadas aún hoy se practica. Viajamos a los veranos de los años 50, 60 y 70.

Se llevaba a cabo en los atardeceres, cuando el sol se marchaba y dejaba paso a la noche de las estrellas. Pero, sobre todo, tenía su dersarrollo después de cenar. Eran muchas las familias que sacaban a la puerta de sus casas sillas, sillones, banquetas, mecedoras, taburetes, generalmente con los asientos de hojas de enea, con el fin de pasar unas horas allí sentados en franca conversación, para tomar el fresco de la noche. 


¿Quiénes participaban en estas amenas tertulias? Los miembros de la familia, comenzando con los abuelos, los padres e incluso los niños, que jugaban o escuchaban lo que iban narrando los “mayores”. Unas noches la reunión se hacía en la puerta de un domicilio, y otras veces se cambiaba a otras casas de la vecindad. Además de la familia, acudían vecinos más o menos allegados. Algunas de esas tertulias se hacían más importantes, cundo se incorporaban a ellas algunas de las “fuerzas vivas” o autoridades del pueblo. Especialmente se agradecía que asistiera el Sr. cura, para intervenir con sus sabias sentencias sobre cualquier temática. Lo mismo ocurría cuando era el Sr. alcalde de la localidad, el presidente de la cooperativa aceitera, el Sr. maestro o el propio boticario, personalidades apreciadas y valoradas con su presencia, porque dignificaban la reunión.

Cierto es que en algunos momentos llegaban esos incómodos silencios, bien aprovechados para disfrutar el aire fresco de la noche. Siempre había algún participante que abría la tertulia con algún tema más o menos interesante. Los niños seguían jugando o guardaban silencio, porque sabían que sus padres, en caso de soportar ruidos molestos, los enviaban pronto a la cama. En las noches de viento de terral o intensamente cálidas, no faltaba junto a los contertulios el botijo “sudado”, búcaro que, al perder la humedad que traspiraba la loza, aportaba frío al agua que contenía. Había vecinos pudientes que habían podido comprarse una nevera o frigorífico, con lo cual tenían abundante agua fresquita. En los momentos más calurosos de la noche se sacaban unas botellas de agua bien frías, que hacían las delicias de los contertulios, para saciar la sed y refrescar sus gargantas.

¿Y de qué se hablaba o discutía? Entre las mujeres era muy frecuente hablar de las personas ausentes, vecinos, amigos o familiares, a los que se les criticaba en muchos de sus comportamientos. El “critiqueo” estaba a la orden del día. Cuando se le daba un buen “repaso” a alguien ausente, se decía que era como “cortarle un traje”. Pero, lógicamente, había otros muchos temas a tratar.



El tiempo atmosférico. El comportamiento de los turistas que pasaban sus vacaciones en el pueblo, ocupando casas o habitaciones alquiladas. La película que se estaba “poniendo” en el cine terraza. Lo que he guisado hoy y lo que tengo preparado para mañana. Me he enterado de que “fulanita” tiene que casarse. La marcha de los olivos y los frutales este año. Las visitas al médico y las pastillas que estoy tomando. Mañana tengo que viajar a la capital para hacer diversas gestiones. El precio de las uvas, los melones y las sandías. Lo bien que te sienta ese traje corto para el calor. Las notas que han sacado los niños este año. Ha dicho la radio que … Doña Juana hace días que no sale a la compra. Os tengo que contar una historia, que mi abuelo narraba con todo tipo de detalles. Etc. 

Parece lógico que otro de los temas recurrentes e importantes en la conversación era el fallecimiento de algún vecino, lamentando lo que había tenido que sufrir en sus últimos días, con los detalles subsiguientes. Todo eran elogios y lisonjas para su persona. El “que Dios lo tenga en su gloria” era el mejor deseo que se le podía ofrecer, aunque también se comentaba el tema humano de cómo habría quedado su familia, no sólo en lo espiritual o anímico, sino también en la necesidad material para el sustento.

El asunto de las bodas era muy interesante para los chascarrillos. Cómo iba la novia vestida, si se había tenido que casar por estar embarazada, quién era el novio, de qué iban a vivir, si ella iba de blanco o con el traje de calle, quiénes eran los padrinos de la ceremonia, etc. La alegría de los nacimientos llevaba también su tiempo para la charla. Ya con voz más baja y con la coletilla de “te lo voy a decir, pero me tienes que prometer que no va a salir de tu boca una palabra”, para hablar de desavenencias y rupturas matrimoniales. “Se dice, se cuenta, me he enterado, me lo han contado en confianza, no te puedes imaginar lo que tengo que decirte. ¿Sabéis a quien me encontré?

Había convecinos amables y educados, quienes solían acudir a la tertulia con algún “detalle” a fin de hacer más ameno el ratito al fresco. Cacahuetes, palomitas o rosetas, algún bote con gazpacho enfriado al hielo. También había una voz que decía “Javi, llégate por unos helados y después me das la vuelta del dinero”.


 Cuando llegaba la medianoche, los contertulios se iban levantando “porque mañana tengo que madrugar y ahora me acuerdo de que no me he tomado las pastillas”. Todos ayudaban para meter en casa las banquetas, los sillones y los taburetes. Se daban las buenas noches. El saludo con las manos, o los besos y abrazos de educación. La reunión había terminado.

La noche extendía su manto, a veces estrellado, sobre un pueblo tranquilo que dormía, soñando que mañana podría ser algo diferente para la novedad. Ese rato de confraternización después de la cena había proporcionado interesantes valores. Se había gozado de “la fresquita” de la noche. Se había cultivado la relación social para la cordialidad. Se había llenado de distracción el vacío de la rutina y el aburrimiento diario. El conocimiento inter vecinal se había enriquecido. Algunos problemas se habían mejorado, con los consejos y sugerencias. El sencillo diálogo siempre era una buena terapia para los ánimos cansados o depresivos. Son los latidos lejanos de aquellas noches veraniegas del siglo XX, bajo el cielo veraniego en las puertas de las casas. –

 

José L. Casado Toro

Agosto 2025


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