Hay costumbres, verdaderamente
enriquecedoras y fraternales, que lamentablemente se han ido perdiendo y sólo
conservan sus buenos recuerdos en el corazón nostálgico de nuestra memoria. Nos
referimos a un saludable hábito primaveral y veraniego, que tenía lugar
especialmente en las localidades rurales y menos en las ciudades, aunque en
algunas barriadas aún hoy se practica. Viajamos a los veranos de los años 50, 60 y 70.
Se llevaba a cabo en los atardeceres,
cuando el sol se marchaba y dejaba paso a la noche de las estrellas. Pero,
sobre todo, tenía su dersarrollo después de cenar. Eran muchas las familias que
sacaban a la puerta de sus casas sillas, sillones,
banquetas, mecedoras, taburetes, generalmente con los asientos de hojas
de enea, con el fin de pasar unas horas allí sentados en
franca conversación, para tomar el fresco de la noche.
¿Quiénes participaban en
estas amenas tertulias? Los
miembros de la familia, comenzando con los abuelos, los padres e incluso los
niños, que jugaban o escuchaban lo que iban narrando los “mayores”. Unas noches
la reunión se hacía en la puerta de un domicilio, y otras veces se cambiaba a
otras casas de la vecindad. Además de la familia, acudían vecinos más o menos
allegados. Algunas de esas tertulias se hacían más importantes, cundo se
incorporaban a ellas algunas de las “fuerzas vivas” o autoridades del pueblo.
Especialmente se agradecía que asistiera el Sr. cura, para intervenir con sus
sabias sentencias sobre cualquier temática. Lo mismo ocurría cuando era el Sr.
alcalde de la localidad, el presidente de la cooperativa aceitera, el Sr.
maestro o el propio boticario, personalidades apreciadas y valoradas con su
presencia, porque dignificaban la reunión.
Cierto es que en algunos momentos
llegaban esos incómodos silencios, bien aprovechados para disfrutar el aire
fresco de la noche. Siempre había algún participante que abría la tertulia con
algún tema más o menos interesante. Los niños
seguían jugando o guardaban silencio, porque sabían que sus padres, en caso de soportar
ruidos molestos, los enviaban pronto a la cama. En las noches de viento de
terral o intensamente cálidas, no faltaba junto a los contertulios el botijo “sudado”, búcaro que, al perder la
humedad que traspiraba la loza, aportaba frío al agua que contenía. Había
vecinos pudientes que habían podido comprarse una
nevera o frigorífico, con lo cual tenían abundante agua fresquita. En
los momentos más calurosos de la noche se sacaban unas botellas de agua bien
frías, que hacían las delicias de los contertulios, para saciar la sed y
refrescar sus gargantas.
¿Y de qué se hablaba o discutía? Entre las mujeres era muy frecuente hablar de las personas ausentes, vecinos, amigos o familiares, a los que se les criticaba en muchos de sus comportamientos. El “critiqueo” estaba a la orden del día. Cuando se le daba un buen “repaso” a alguien ausente, se decía que era como “cortarle un traje”. Pero, lógicamente, había otros muchos temas a tratar.
El
tiempo atmosférico. El comportamiento de los turistas que pasaban sus
vacaciones en el pueblo, ocupando casas o habitaciones alquiladas. La película
que se estaba “poniendo” en el cine terraza. Lo que he guisado hoy y lo que
tengo preparado para mañana. Me he enterado de que “fulanita” tiene que
casarse. La marcha de los olivos y los frutales este año. Las visitas al médico
y las pastillas que estoy tomando. Mañana tengo que viajar a la capital para
hacer diversas gestiones. El precio de las uvas, los melones y las sandías. Lo
bien que te sienta ese traje corto para el calor. Las notas que han sacado los
niños este año. Ha dicho la radio que … Doña Juana hace días que no sale a la
compra. Os tengo que contar una historia, que mi abuelo narraba con todo tipo
de detalles. Etc.
Parece
lógico que otro de los temas recurrentes e importantes en la conversación era
el fallecimiento de algún vecino, lamentando lo que había tenido que sufrir en
sus últimos días, con los detalles subsiguientes. Todo eran elogios y lisonjas
para su persona. El “que Dios lo tenga en su gloria” era el mejor deseo que se
le podía ofrecer, aunque también se comentaba el tema humano de cómo habría
quedado su familia, no sólo en lo espiritual o anímico, sino también en la
necesidad material para el sustento.
El asunto
de las bodas era muy interesante para los chascarrillos. Cómo iba la novia
vestida, si se había tenido que casar por estar embarazada, quién era el novio,
de qué iban a vivir, si ella iba de blanco o con el traje de calle, quiénes
eran los padrinos de la ceremonia, etc. La alegría de los nacimientos llevaba
también su tiempo para la charla. Ya con voz más baja y con la coletilla de “te
lo voy a decir, pero me tienes que prometer que no va a salir de tu boca una
palabra”, para hablar de desavenencias y rupturas matrimoniales. “Se dice, se
cuenta, me he enterado, me lo han contado en confianza, no te puedes imaginar
lo que tengo que decirte. ¿Sabéis a quien me encontré?
Había convecinos amables y educados, quienes solían acudir a la tertulia con algún “detalle” a fin de hacer más ameno el ratito al fresco. Cacahuetes, palomitas o rosetas, algún bote con gazpacho enfriado al hielo. También había una voz que decía “Javi, llégate por unos helados y después me das la vuelta del dinero”.
La
noche extendía su manto, a veces estrellado, sobre un pueblo tranquilo que dormía,
soñando que mañana podría ser algo diferente para la novedad. Ese rato de
confraternización después de la cena había proporcionado interesantes valores. Se
había gozado de “la fresquita” de la noche. Se había cultivado la relación
social para la cordialidad. Se había llenado de distracción el vacío de la
rutina y el aburrimiento diario. El conocimiento inter vecinal se había
enriquecido. Algunos problemas se habían mejorado, con los consejos y
sugerencias. El sencillo diálogo siempre era una buena terapia para los ánimos cansados
o depresivos. Son los latidos lejanos de aquellas noches veraniegas del siglo
XX, bajo el cielo veraniego en las puertas de las casas. –
José
L. Casado Toro
Agosto
2025
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