Agosto queda ya atrás. Un mes en el que
las temperaturas (las climáticas y las políticas) han alcanzado los
cuatrocientos cincuenta y un grados farenheit. Y ha ardido todo. Los montes,
los valles, los pueblos, los rebaños, las casas y de forma especial la
indignación de los perjudicados por este infierno
en llamas que ha arrasado años de trabajo y sacrificio y que les deja a la
intemperie; devastados y aún tratando de reunir fuerzas para afrontar un futuro
que se presenta del mismo color que los bosques calcinados. Negro.
Y
no es pesimista esta afirmación, no. Recordemos la larga lista de desgracias
que han asolado nuestro país en estos últimos años. (He oído comentar, con muy
mal tono, que estamos gafados). Desde la erupción destructiva del volcán de La
Palma (la isla más bonita de todo el archipiélago), pasando por la enorme
desgracia de la Dana de Valencia (sin parangón con ninguna otra por la brutal pérdida
de vidas humanas) seguida por el misterioso, y aún sin aclarar, apagón general en
el que casi cincuenta millones de habitantes nos fundimos (también) en negro
por más de veinticuatro horas, hasta desembocar en este Agosto candente y
destructor, la lista de desgracias mayores (no mencionaremos las menores)
parece interminable.
Y
por mucho que los gobernantes aseguren que las ayudas para la reconstrucción
han sido o van a ser generosas y, además, rápidas pensemos en los palmeños que
aún habitan en viviendas prefabricadas y en los pueblos de Valencia donde las
personas mayores o incapacitadas no pueden acceder a la calle porque muchos
ascensores todavía no funcionan. No hablemos de la subida de la electricidad
después del apagón (un 40% aseguran los expertos) y esa la sufrimos todos los
españoles, y en este presente, en este hoy que estamos viviendo los daños, (pendientes
de evaluar), de la cadena de incendios que hemos padecido. Imagino que cuando
las cifras se conozcan nos producirán escalofríos.
Y sobre este panorama nada halagüeño
nuestros políticos, leña al mono, ejercitando
el noble deporte de la esgrima en su vertiente más cutre. Cruce de
acusaciones, intercambio de epítetos malsonantes, afirmaciones categóricas que
cualquier tonto sabe falsas y el
permanente y tú más que acongoja a
cualquier ciudadano de bien.
Y mientras tanto, sin darse cuenta o
dándosela, que es mucho peor, están engordando a aquellos que dicen combatir y
que son, según ellos también, el mayor peligro que acecha a nuestra democracia.
Los impávidos extremistas, que sin colaborar en ninguna de las acciones
necesarias para el bienestar de este país esperan, con la mayor tranquilidad,
ver pasar por delante los cadáveres de
sus enemigos. Las encuestas lo están corroborando.
No nos queda otra que aferrarnos a aquella
frase que pronunció el mariscal alemán Otto von Bismarck. “España es el país
más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí misma y todavía no
lo ha conseguido”. Confiemos en que siga resistiendo.
Vuelvo a la pregunta que encabeza este artículo y mucho me temo
que seguirá habiendo motivos para reflexionar.
MAYTE TUDEA. 1-SEPTIEMBRE-2025
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