09 julio 2025

¿PUEDEN LAS PERSONAS MAYORES SALIR AL FRESCO EN LA CIUDAD? EL HÁBITO RURAL CENTENARIO QUE URGE RECUPERAR

Artículo de Joan Tahull Fort, Profesor de sociología de la educación, Universitat de Lleida. Publicado en la revista digital The Conversation.

En las noches de verano, todavía se pueden encontrar escenas familiares en muchos pueblos de España: vecinos mayores sacando sillas a la calle, charlando al fresco mientras cae el sol y de noche. Una imagen que remite a tiempos más comunitarios, de vínculos sociales más cercanos y humanos.

Sin embargo, esta práctica, sencilla pero valiosa, se ha ido perdiendo en las ciudades, donde el individualismo, las altas temperaturas y la falta de espacios adaptados condenan a muchas personas mayores a vivir los meses de verano en condiciones de soledad.

Mientras en zonas rurales esta costumbre se mantiene –no sin desafíos, como ocurre en Santa Fe (Granada), donde la policía avisa de que puede ser ilegal–, en las ciudades “tomar el fresco” es casi una reliquia. ¿Qué ocurre con quienes envejecen en la ciudad?

Una sociedad urbana cada vez más individualista

El individualismo que caracteriza a las sociedades contemporáneas tiene un impacto especialmente visible en el entorno urbano. Las ciudades, con su ritmo acelerado y sus relaciones impersonales, generan una paradoja: millones de personas viviendo juntas, pero muchas sintiéndose solas.

Para las personas mayores, esta desconexión social puede afectar a su bienestar. Según datos del INE, más de dos millones de personas mayores de 65 años viven solas en España, y la mayoría de ellas son mujeres. En las ciudades, la combinación de viviendas reducidas, escasa vida vecinal y una movilidad progresivamente limitada convierte la vejez en una etapa especialmente vulnerable.

Una estación crítica para la salud y la vida social

Las olas de calor recurrentes, en ciudades como Madrid, Barcelona o Sevilla, no solo suponen un riesgo físico (golpes de calor, deshidratación, empeoramiento de enfermedades crónicas…), también limitan aún más las posibilidades de encuentro social. Salir a la calle puede convertirse en una actividad peligrosa. Las aceras arden, los bancos públicos no tienen sombra y muchos centros sociales cierran o reducen su actividad. Las viviendas, muchas de ellas antiguas y sin sistemas de ventilación o refrigeración adecuados, se convierten en hornos.

En este contexto, la interacción social disminuye cuando más se necesita. Isabel, de 83 años, lo explica así: “En invierno salgo a caminar al menos un poco, voy al mercado, me cruzo con la gente. Pero en verano… si no me llama mi hija por teléfono, puedo estar tres días sin hablar con nadie”.

Del fresco rural al calor urbano: una pérdida cultural

La tradición de “salir al fresco” no es una simple costumbre, es una red social en sí misma. Esta práctica no solo sirve para refrescarse, sino que cumple una función comunitaria: informarse, escuchar, compartir, cuidar…

En los pueblos, tomar el fresco es un espacio de relaciones intergeneracionales, transmisión de saberes, compartir y construir una identidad colectiva. En las ciudades, sin embargo, el entorno urbano ha desplazado esta costumbre. El cemento, la ausencia de sombra y la circulación constante de vehículos hacen inviable sacar una silla a la calle y conversar con los vecinos.

El fresco urbano actualmente es con el aire acondicionado privado y el aislamiento. Paradójicamente, cuando esta costumbre se mantiene, incluso en los pueblos, puede entrar en conflicto con la regulación, como ocurre en la localidad granadina de Santa Fe. La advertencia de la policía a los vecinos puso de manifiesto cómo incluso las tradiciones más comunitarias pueden entrar en conflicto con las normativas modernas.

Algunas soluciones

Frente a este panorama, algunas iniciativas en las ciudades buscan reconectar a las personas mayores con su entorno, especialmente en verano. Una de las más relevantes es el proyecto global “Ciudades Amigables con las Personas Mayores” de la Organización Mundial de la Salud (OMS), del que forman parte varias ciudades españolas.

Barcelona, por ejemplo, ha diseñado itinerarios seguros con sombra y bancos cada pocos metros para fomentar el paseo incluso en verano. También ha puesto en marcha campañas como “Radars”, que conecta a personas mayores con sus vecinos y comercios para crear una red informal de apoyo.

En Lleida, el ayuntamiento ha habilitado “refugios climáticos” –espacios públicos con temperatura controlada– especialmente pensados para personas mayores, donde además se promueven actividades culturales y de socialización.

Madrid ha desarrollado el Plan de actuación ante episodios de altas temperaturas (2025), dirigido a personas vulnerables, incluyendo a personas mayores que se encuentran en situación de soledad durante los meses de verano. Se organizan visitas a domicilio o actividades en centros culturales con aire acondicionado y transporte adaptado para quienes tienen movilidad reducida.

Algunos pueblos como Almadén –4 900 habitantes–, en la provincia de Ciudad Real, han organizado para estos días, al caer la tarde, unas sesiones de charlas distendidas entre los vecinos y su regidora bajo el nombre “Ven a tomar el fresco con la alcaldesa”. Se anima a los vecinos a llevar su propia butaca a los diferentes emplazamientos del municipio donde conversarán.

Pero, más allá de estas iniciativas, es urgente repensar cómo queremos vivir y envejecer. Las soluciones deben ser urbanas, pero también sociales y culturales. Recuperar prácticas como el “salir al fresco” no es mirar al pasado con nostalgia, sino repensar el presente con sensatez.

La soledad no deseada en las personas mayores no es una consecuencia inevitable del envejecimiento, sino del tipo de sociedad y ciudades que estamos construyendo. El verano, con su calor extremo y los cambios en las rutinas, expone con más claridad estas deficiencias. Pero también puede ser una oportunidad para actuar.

Habilitar espacios de sombra, revitalizar plazas y calles como lugares de encuentro, fomentar las relaciones vecinales y fortalecer las redes comunitarias son condiciones necesarias para una ciudad más digna, habitable y equitativa.

Volver a tomar el fresco, en una versión urbana y adaptada al siglo XXI, podría ser una de las claves para combatir el aislamiento estival. Porque en el fondo, más que el calor, lo que más pesa es la ausencia de alguien con quien compartirlo. 

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