En
ese frágil equilibrio entre la ficción imaginativa y la realidad circundante,
el escritor va conformando, con ilusionada paciencia, una serie de vidas, que
interactúan entre ellas, sumidas todas en las circunstancias y determinantes
que les afectan. Podemos haber compartido el tiempo con esos personajes o haber
demandado al mundo onírico y mágico de la imaginación su presencia en esas
historias, escritas o narradas, que toman cuerpo en las páginas que otros
leerán y tal vez disfrutarán. En esas aventuras para la creatividad, aparecen
diversos elementos, componentes o factores, que iluminarán los escritos y los
harán cómicos, dramáticos, rutinarios o cansinos, sorprendentes, intrigantes,
fascinantes, románticos, violentos, sosegados, explicativos o nebulosos, etc.
Pero siempre deben subyacer los valores que representan y difunden sus actores,
ya sean positivos, para enaltecer la especie, ya sean negativos, que siempre degradan
y envilecen.
Cabe
preguntarse, ¿cuáles son los principales FUNDAMENTOS MOTIVADORES, para el
creador de historias? Son numerosos y contrastados. Lógicamente, cada escritor
tendrá sus prioridades, en la individual jerarquización de criterios. Citemos
algunos, en un orden carente de toda significación o intencionalidad.
DIÁLOGO CON EL LECTOR. A pesar de lo que se manifieste, el escritor siempre necesita y escribe para el que lee sus historias. Es la función más hermosa, fraternal y difícil, porque ese interlocutor es absolutamente desconocido. El autor carece de los datos básicos de aquél con el que va a compartir su creatividad literaria. Y a buen seguro que le agradaría conocer sus rasgos físicos, su forma de hablar, mirar y pensar, sus éxitos y fracasos en el recorrido vital o existencial, sus ilusiones y objetivos, toda la problemática que le condiciona. Pero ante la imposibilidad general de este conocimiento, se dirige a ese lector cuya silueta es anónima para su mentalidad. Y, sin embargo, “habla e interactúa” con él. Sin su presencia e interesada actitud, nada tiene sentido.
DISTRAER
COMO NECESIDAD. Todos tenemos tiempo para lectura, en los días, las semanas y
los meses. Otra cosa será cómo utilicemos ese tiempo lector. Si el escritor
aburre, su función queda lastrada por los bostezos del lector. Es obvio que
aquello que estamos leyendo, si genera nuestro interés, nos incentiva más para
la distracción y la reflexión. Un tema interesante o importante, mal marrado,
puede llegar a aburrir. Obviamente también depende del estado anímico y la
predisposición circunstancial que afecte al lector de esa novela, artículo,
ensayo, guion, cuento o relato.
DIFUNDIR
VALORES PARA LA REFLEXIÓN. Un escritor generoso debe, en lo posible, resaltar
los valores que mejores “el estado clínico” de la sociedad, próxima o lejana.
Esa función educadora, motivadora, en el entorno social de los que aman la
lectura, es un “deber” inexcusable y digno del mayor reconocimiento. Sobre
todo, cuando se realiza sin el ánimo espurio del adoctrinamiento. Los mensajes
positivos de una obra de teatro, de una película, de una novela, de todo lo escrito,
son semillas que en algún momento germinarán y fructificarán, para hacer un mundo
mejor, al menos en el deseo. Vivimos en una sociedad a todas luces enferma, por
el estado carencial de valores.
MULTIPLICAR
LAS VIVENCIAS. Tanto el cine, como el teatro y, por supuesto, la creatividad
literaria, permiten generar nuevos microcosmos, que enriquecen nuestra parcela
de privacidad e intimidad personal. Los tres formatos hacen posible que podamos
ampliar la visión de nuestras vidas, partiendo desde la atalaya personal o
convivencial. Los lectores y espectadores pueden empatizar con las personas y
las historias que están leyendo o presenciando, en ambos casos como “invitados o
participantes especiales”. Ya sea desde las páginas de un libro o desde las
tablas o las pantallas escénicas. Esa mágica posibilidad de ponerse o asumir la
problemática de los intérpretes o los personajes en las páginas bibliográficas
es uno de los logros más importantes que nos ofrecen los autores literarios y los
directores y actores, teatrales o cinematográficos.
CONVICCIÓN
ARGUMENTAL. También, por supuesto, el escritor tiene la libertad de poder crear
una obra de “ciencia ficción”. Pero en general, la historia que se nos narra debe
poseer un porcentaje elevado de credibilidad. Y ese tanto por ciento debe
quedar al justo criterio del autor. Resulta obvio que las respuestas y los
comportamientos humanos son imprevisibles, sorprendentes, inauditas,
fascinantes, absurdas, grandiosas o ruines, etc. Sin embargo, el lector, al
finalizar ese diálogo mental con el escritor, debe poder decir: me ha gustado,
me ha enriquecido, me ha distraído, me ha divertido, etc. El problema surge
cuando ese interesado lector manifiesta su incredulidad, la imposibilidad de
empatizar con los personajes de la obra e incluso su escaso deseo de realizar
una segunda lectura, por esa falta de convencimiento argumental. La narrativa
puede ser increíble, fantástica, pero es más interesante y natural la
proximidad de lo creíble.
José
L. Casado Toro
Julio
2025
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