Artículo
de Carmen Márquez Montes, Profesora
Titular de Literatura española, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
Publicado en la revista digital The Conversation.
Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936-Lima 2025) ha sido
ampliamente reconocido como uno de los grandes novelistas de la literatura en
español y era, hasta el 13 de abril, el último exponente vivo del boom iberoamericano.
Su fecunda carrera, de más de seis décadas, le convirtió en un “escritor
total”, capaz de cultivar la novela, el ensayo, el teatro o el periodismo con
igual destreza.
Fue Premio Príncipe de Asturias en 1986, Cervantes en
1994 y Nobel de Literatura en 2010, entre muchos otros reconocimientos. Recibió
galardones por una obra narrativa monumental que ha evolucionado en temática y
estilo, desde el crudo realismo social de los inicios hasta las
experimentaciones formales y las reflexiones históricas y morales de sus
creaciones más recientes.
Unos
inicios ‘totales’
Mario Vargas Llosa irrumpió en la escena literaria en
los años sesenta, en pleno auge del boom, con novelas de marcado realismo
social y ambición totalizante.
La primera,”La
ciudad y los perros” (1963), supuso un retrato descarnado de la vida
en un colegio militar peruano, donde exploró la violencia, la jerarquía
castrense y la fractura moral de la sociedad limeña. La narración innovadora de
esta obra, con múltiples puntos de vista y saltos temporales, ya evidenciaba el
afán experimental del autor en el plano técnico.
“La
casa verde” (1966), una novela de estructura
compleja que entrelazaba distintas tramas, desde un burdel en las arenas de
Piura hasta la selva amazónica, y que desafiaba la linealidad temporal, lo
consolidó como un maestro en el arte de construir narrativas plurales.
Con “Conversación en La Catedral” (1969)
llevó al límite esa experimentación. En ella realizó un fresco monumental del
Perú bajo la dictadura de Manuel Odría, mediante una polifonía de voces y
un elaborado contrapunteo temporal.
Estas primeras novelas, aunque diversas en trama y
tono, comparten una visión panorámica y crítica de la sociedad peruana y una
marcada complejidad estructural. Por estos rasgos la crítica las agrupó bajo la
idea de “novelas totales”, aludiendo a una obra que aspiraba a abarcar la
realidad en toda su complejidad. Vargas Llosa, al igual que otros autores
del boom, perseguía esa ambición.
El peruano también manifestó la influencia de
William Faulkner en la multiplicidad de narradores y los saltos temporales, así
como de Gustave Flaubert en la construcción rigurosa y el narrador impasible:
“Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga
paciencia. Faulkner, que es la forma –la escritura y la estructura– lo que
engrandece o empobrece los temas”.
La
‘mentira verdadera’
A partir de la década del setenta, diversificó sus
registros narrativos y atenuó parcialmente la vocación totalizante de sus
primeras novelas.
En “Pantaleón
y las visitadoras” (1973) incursionó en la sátira humorística,
narrando la insólita misión de un capitán del ejército encargado de organizar
un servicio de prostitutas para las guarniciones en la Amazonía. De tono
paródico y crítica velada al militarismo y la burocracia, exhibe un estilo más
ligero y lineal. A pesar de la aparente sencillez, no renunció a la
construcción en “contrapunto” de varias tramas en paralelo y los cambios de
perspectiva.
Las siguientes obras entraron en el terreno de la
metaliteratura y lo autorreferencial, además de la exploración de géneros
populares. Un ejemplo destacado es “La
tía Julia y el escribidor” (1977), con fuerte base autobiográfica. En
ella el joven protagonista –alter ego del autor– alterna su historia de
iniciación literaria y amorosa con los disparatados relatos radiofónicos
escritos por un estrafalario guionista. Estos dos planos narrativos se
diferencian en estilo y tono: el primero es conversacional y en primera
persona, y el segundo, folletinesco en tercera persona.
La técnica de presentar versiones divergentes de un
mismo hecho real llevado a la ficción refuerza la noción del autor de que la
novela es una “mentira verdadera”. Vargas Llosa había reflexionado en ensayos
de la época sobre “la verdad de las mentiras”. En ellos enfatizaba cómo la
literatura crea un mundo propio con reglas y autenticidad internas, distinto,
pero no menos válido, de la realidad objetiva.
Jugando
con los géneros
“¿Quién
mató a Palomino Molero?” (1986) es un breve thriller detectivesco
ambientado en el Perú rural de los años cincuenta. A pesar de su apariencia de
novela policiaca sencilla, incorpora crítica social y un trasfondo de denuncia.
En “El hablador” (1987) se
alternan dos hilos narrativos –uno ensayístico, narrado por un alter ego de
Vargas Llosa, y otro ficticio, contado desde la cultura machiguenga de la
Amazonía– para cuestionar el acto de narrar y la apropiación cultural.
Mediante la figura del contador de historias orales,
explora el poder y los límites del relato como vehículo de identidad.
Incursionó en la narrativa erótica con “Elogio
de la madrastra” (1988), novela corta de tono jocoso y provocador que,
a través de los juegos sexuales de un núcleo familiar burgués, experimentaba
con la sensualidad y la estética del arte pictórico.
Estas exploraciones en distintos subgéneros muestran a
un Vargas Llosa polifacético, dispuesto a “jugar” con convenciones literarias
diversas. Lo hacía siempre manteniendo un estilo reconocible: prosa sobria y
precisa, construcción rigurosa y un sustrato reflexivo sobre la sociedad
peruana o la naturaleza de la ficción.
Después
de la política
Tras su aventura política, en la que fue candidato a la
presidencia de Perú y perdió contra Alberto Fujimori, continuó su carrera
literaria. Esas novelas muestran, por un lado, una cierta vuelta al realismo
más clásico, y por otro, una inclinación hacia la historia y la denuncia
política.
Ejemplo temprano es “Lituma en los Andes” (1993). En ella retoma el personaje del
guardia Lituma –presente en novelas anteriores– para desarrollar un relato
policíaco en una remota comunidad andina devastada por la violencia
guerrillera. El escritor combina elementos de misterio con la tensión política
del periodo terrorista de Sendero Luminoso, añadiendo un matiz mítico al evocar
la leyenda de los “pishtacos” o seres devoradores de hombres.
“La
fiesta del Chivo” (2000) aborda la historia de la
dictadura de Rafael Leónidas Trujillo en la República Dominicana, con una
narración polifónica que transcurre en dos tiempos. Mientras en 1961 recrea los
últimos días y el asesinato del tirano, en 1996, una mujer dominicana –Urania
Cabral– retorna a su país y afronta los traumas personales. La obra compagina
un riguroso trabajo histórico-documental con una penetrante exploración
psicológica del poder y sus abusos.
“Travesuras
de la niña mala” (2006) es otra incursión en la
narrativa sentimental contemporánea, ambientada en distintas ciudades del mundo
durante varias décadas. La historia sigue la relación intermitente entre
Ricardo Somocurcio –peruano soñador– y la “niña mala”, una mujer enigmática con
diversas
Ya
es un Nobel de Literatura
En sus obras más recientes, Vargas Llosa ha continuado
explorando la historia y la política, con la presencia de personajes históricos
o ejemplares que encarnan ideas y valores.
“El
sueño del celta” (2010) está inspirada en la vida de
Roger Casement, diplomático irlandés que denunció las atrocidades del
colonialismo en el Congo y la Amazonía a inicios del siglo XX. En “El héroe discreto” (2013) y
en “Cinco esquinas” (2026)
viaja al Perú contemporáneo. En “Tiempos
recios” (2019) recupera algunos personajes de La fiesta del Chivo para
relatar la convulsa historia de Guatemala en los años 50. Y en “Le dedico mi silencio” (2023),
última novela escrita con tono de legado personal, desde la música y la utopía
artística, revisita la identidad nacional y la utopía social.
Vargas Llosa también escribió teatro, ensayo, artículos
y textos diversos. Entre ellos destacan la obra teatral “La señorita de Tacna” (1981), el
ensayo “La orgía perpetua” (1975),
sobre Madame Bovary de Flaubert, y “La verdad de las mentiras” (1990), una recopilación de
ensayos sobre novelas universales donde Vargas Llosa analiza el poder de la
ficción para construir verdades alternativas.
La evolución creativa y estética de Mario Vargas Llosa
evidencia la capacidad de un escritor para reinventarse sin traicionar su
esencia.
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