Según documentación histórica fidedigna el primer Día del
libro se celebró en España el 7 de octubre de 1926, con la intención de fomentar
la lectura y la enseñanza. La fecha se decidió creyendo que coincidía con la del
nacimiento de Cervantes.
Sin embargo, el precursor fue el editor, escritor y
periodista valenciano, Vicente Clavel Andrés. Como gran admirador del Quijote y
fundador de la editorial Cervantes, propuso la idea en la Cámara del Libro en
Barcelona en 1923, que también fue aceptada por la Cámara del Libro de Madrid.
Un año antes de ser aprobado por el Gobierno, El Sol, uno de los mejores periódicos
de España, guiado por la línea editorial de Ortega y Gasset, elogiaba la
iniciativa, manifestando así el mayor atractivo del Día del Libro: “La exhibición de los tesoros que guarda
nuestra Biblioteca Nacional, y singularmente su patio central—que pocas
personas conocen—, donde hay cerca de un millón de libros, y donde los que no
abrieron jamás un libro suelen abrir la boca poseídos de asombro y espanto”.
El 6 de febrero de 1926 la Gaceta de Madrid publicó el decreto del Gobierno instituyendo la
fecha del 7 de octubre como primer Día del Libro. Se establecía que en las
academias, universidades e institutos se celebraran sesiones solemnes dedicadas
a divulgar el libro, así como en las escuelas militares y en la Armada. En los
colegios, maestros y alumnos, debían dedicar una hora a la lectura de párrafos escogidos
de clásicos españoles. Las bibliotecas oficiales y de centros educativos
estaban obligadas a adquirir libros ese día y las diputaciones provinciales y
ayuntamientos a destinar una cantidad a la compra y reparto de libros. Todos
los años en esa fecha las diputaciones tenían que crear por lo menos una biblioteca
popular en su territorio. Las Cámaras del Libro de Madrid y Barcelona debían
instituir un premio para el mejor artículo periodístico que difundiera el amor
al libro y recomendar a sus asociados que hicieran un descuento especial en la
compra ese día, así como donar libros a hospitales, hospicios, colegios de
huérfanos, centros de beneficencia y centros penales.
El mismo día de la celebración, El Imparcial, otro de los periódicos punteros de la época, en
portada y en titulares, publicaba este artículo: “La fiesta de hoy. El Día del
Libro Español. Una iniciativa que puede ser en el porvenir un nuevo cauce para
la difusión de la cultura”. Su
autor, Luis Álvarez Santullano, pedagogo y destacado miembro de la
Institución Libre de Enseñanza, escribía: “No
es raro exigir a una nación de veinte millones de habitantes, entre los cuales
sólo una mitad aproximada sabe leer y únicamente un cuarto o un tercio lee
efectiva y cotidianamente, una producción editorial extraordinaria. Seguramente
la Fiesta del libro puede contribuir a estimularla”. También decía que lo que más le gustaba de ese decreto,
era la obligación para los centros docentes y administraciones públicas de
adquirir y repartir libros, así como de crear bibliotecas populares.
“Se lee hoy poco porque no son todavía mayoría los
españoles, así civiles como militares, laicos y clérigos, altos y bajos, que
han adquirido desde la infancia la sana costumbre de la lectura; se lee poco
también porque no abundan los libros al alcance de la mano, ni tampoco el
dinero para adquirirlos en el modesto bolsillo del lector habitual”.
La necesidad de elevar el nivel cultural era un
sentimiento ampliamente compartido y así lo expresaban entonces distintos titulares
de prensa:
“En todos los centros
universitarios y en todas las academias se expuso, por personas de competencia
indiscutible, la importancia del libro y la necesidad de su propaganda. El
libro leído y propagado es un negocio para todos, principalmente y casi
únicamente para el que lo lee…Nos lamentamos con frecuencia de la falta de pan
para los cuerpos y no se clama tanto por el pan para el entendimiento. Cuando
este pan se haya hecho de uso ordinario para todos los españoles, podremos ver
cómo ha subido el nivel cultural”.
“La celebración en Barcelona, donde surgió la iniciativa había triplicado el volumen de la producción editorial en los últimos cinco años. Los libreros de la capital estiman que se ha vendido en Barcelona un 40% más que días restantes, recaudando unas 15.000 pesetas. Comentaban los libreros que de cien compradores que entraban en los establecimientos, ochenta eran mujeres. Mujeres de clase media, sobre todo, eran las más asiduas a las librerías. Entre las obras más vendidas estaban las llamadas novelas blancas, es decir novelas románticas pero sin escenas de erotismo explícito, las de viajes y las de aventuras. El periódico publicaba también una lista de los autores más vendidos tanto españoles como extranjeros”.
No había demasiadas fotografías de ese primer Día del
Libro. La imagen más común, publicada en Nuevo
Mundo y en Mundo Gráfico es el
acto en la Real Academia de la Lengua, donde se ve a su director, Menéndez
Pidal, con el ministro de Instrucción Pública y algunos académicos. En La Nación, un diario vespertino creado a
instancias de Primo de Rivera para defender la dictadura, se inmortalizó con una
foto de alumnos recibiendo libros en la Asociación de Escritores y Artistas con
un texto bajo el título: “El Día del Libro se ha conmemorado en toda
España con extraordinaria brillantez”.
La revista La
Esfera, en su número del 9 de octubre publicó un reportaje de siete páginas
encabezado por una fotografía de la Sala Cervantes de la Biblioteca Nacional y
otra más pequeña de la pila en la que fue bautizado el escritor en la iglesia
de Santa María la Mayor de Alcalá de Henares. Entre grabados con ilustraciones
del Quijote y el supuesto retrato auténtico de Cervantes, se podía leer un
texto de la charla del periodista con el director de la Biblioteca, Francisco
Rodríguez Marín, sobre las 275 ediciones en castellano del Quijote que se
guardaban en las vitrinas, los ejemplares raros y en otras lenguas, la caja de
caudales donde se conservaba la edición prínceps y otras curiosidades
cervantinas.
Poco a poco el Día del Libro fue afirmándose y se incorporaron
novedades. En 1928 el Ayuntamiento de Madrid, seguido después por otras
ciudades, permitió que los libreros pusieran puestos en la acera de sus
establecimientos, lo que triplicó las ventas. También hubo premios municipales
para los mejores escaparates.
En 1929 el Día se convirtió en Semana, con descuentos del
10% en la compra de libros desde el 7 al 12 de octubre. Los escaparates y
puestos callejeros se adornaron con los retratos de los escritores. El
periódico La Libertad, aludía al éxito
de libros rusos. La Revolución Soviética y la vida en la nueva Rusia atraían
entonces fuertemente a los españoles.
Con motivo de la Exposición Iberoamericana celebrada en
Sevilla se organizó una exposición permanente de libros modernos
hispanoamericanos en la Biblioteca Nacional. Hubo charlas con escritores en
diversos centros, concursos literarios y lo último en tecnología: Entrevistas
durante la semana en la emisora Unión Radio con un autor cada día, entre ellos
Ramón Gómez de la Serna y Enrique Jardiel Poncela.
En 1930 fue el último año en que el Día del Libro se
celebró el 7 octubre. Por decisión gubernamental la fecha se cambió al 23 de
abril al llegar al convencimiento de que no era seguro el día del nacimiento de
Cervantes, aunque sí lo era la fecha de su muerte. A este cambio también contribuyó
la presión de la Cámara del Libro de Barcelona, que buscaba una fecha más
comercial como la del 23 de abril, coincidiendo con la fiesta de Sant Jordi y
el tradicional obsequio de flores. Fue un acierto porque se consolidó la
costumbre de los hombres de regalar flores y las mujeres libros. En Barcelona
los libros concentraban a una gran multitud alrededor de los puestos de venta
en Las Ramblas, y las librerías estaban abiertas hasta las doce de la noche. El
libro de mayor éxito ese año era uno del líder de la India, Mahatma Gandhi.
El 14 de abril de 1931 se proclamó la República en
España, así que el Día del Libro, celebrado por primera vez el 23 de abril, solo
unos días después del cambio de Régimen, pasó algo inadvertido. Los
acontecimientos políticos ocupaban, casi en exclusiva, la preocupación de los
españoles. Al año siguiente, 1932, en el que el debate político se centró en el
Estatuto de Autonomía de Cataluña, el Día del Libro fue un gran día de fiesta
en Barcelona. Ahora publicó un reportaje
gráfico con el título: El Día del Libro y la Fiesta de San Jorge, con
fotografías alusivas de los puestos de libros y los de flores.
El mejor año del Día del Libro en Madrid fue 1933. Por
primera vez se celebró, en el paseo de Recoletos, la Feria del Libro del 23 al
30 de abril. Veinte stands de editoriales
participaron con modernas casetas donde se exhibían las novedades con los
autores firmando sus ejemplares. Se instalaron micrófonos y altavoces para que
los discursos y charlas con los escritores pudieran ser oídos por el gentío que
llenaba el paseo. El día 25, Ahora dedicó
un reportaje gráfico a su inauguración, con el ministro de Instrucción Pública,
Fernando de los Ríos, y el alcalde, Pedro Rico. El último día de la Feria su portada
mostraba la visita de las dos principales autoridades españolas que asistieron,
el presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora y el de Gobierno, Manuel
Azaña.
En abril de 1936 se conmemoró el último Día del Libro
antes de la Guerra Civil que puso un trágico paréntesis en la vida española. Un
reportaje de la revista Crónica del
3 de mayo informaba que las Rimas de
Bécquer había sido el libro más vendido de la Feria. Los libreros lo regalaban
si la compra de libros superaba las 15 pesetas. El afán por hacerse con la obra
del inmortal poeta disparó las ventas hasta un 100%. Como el preludio de esas
ironías imprevisibles del destino, los versos de amor fueron los más leídos
antes de la gran tragedia que marcaría para siempre la historia y los sueños de
los españoles.
Esperanza Liñán Gálvez
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