Entre los elementos de la naturaleza
que necesariamente hemos de utilizar para sustentar nuestra existencia, ya que
resultan imprescindibles para la vida, solemos priorizar el SOL, el AGUA,
el AIRE y la TIERRA
fértil. No se puede discutir la trascendencia de estos elementos, sin los
cuales no sería posible el diario “caminar” de la humanidad. Pero no podemos
perder de vista, en esa jerarquía que “innegociablemente” aplicamos para subsistir,
otro elemento que posee una muy especial significación en estos sustentadores
vitales: el FUEGO.
Su existencia, desde los tiempos más
pretéritos de la Historia terrestre (posiblemente, hace 1,4 millones de años, a
partir de los rayos tormentosos sobre el arbolado o a consecuencia de las
erupciones volcánicas) nos produce, desde siempre, unos SENTIMIENTOS muy
contrastados: emoción, fascinación, miedo, admiración, necesidad, exaltación,
misterio, pánico, goce estético, magia, utilidad, temor…
El fuego ha tenido y mantiene un efecto
providencial, positivo, insustituible, para las necesidades de la Humanidad.
Citemos algunos ejemplos, por más que evidentes.
Ha servido para ALUMBRAR muy diversos espacios durante las horas nocturnas. Ha
hecho posible CALENTAR nuestros cuerpos y
habitáculos, en los lugares y horas donde azotaba el frío. Con su ayuda, hemos
podido COCINAR los alimentos, asándolos y
cociéndolos, para mejor digerirlos por nuestro organismo. En épocas remotas,
podía CURAR determinadas dolencias y
heridas, cuando la medicina no estaba tan adelantada como en la actualidad.
También en el pasado, facilitaba nuestra ORIENTACIÓN
a través de terrenos no iluminados por el astro solar o la luna. En
situaciones de pandemia o epidemias, facilitaba la PURIFICACIÓN
de los espacios contaminados por la enfermedad. En la fabricación de numerosos
utensilios metálico, era un elemento imprescindible para FUNDIR los minerales y poder elaborar objetos de
toda índole, tanto para la vida como para la muerte (armas). Ayudaba para AUYENTAR a los animales peligrosos, que podían
provocar daños físicos de variada índole. La producción de ENERGÍA en las centrales térmicas ha sido posible quemando
productos fósiles, para la generación de electricidad. En las tareas agrícolas,
también se ha usado para LIMPIAR o eliminar
la maleza inservible o perjudicial para determinados cultivos. La FUERZA MOTRIZ de aparatos y motores es posible
conseguirla a través de la combustión de carbones, madera u otros componentes
fósiles. Recuérdese el funcionamiento de las máquinas de vapor en los trenes y
en los motores de combustión para los automóviles.
Junto a estos, sin duda, efectos
positivos para favorecer nuestra acción cotidiana, el fuego también provoca
consecuencias o efectos indeseables en el discurrir de nuestras vidas. El más
lacerante en su acción son los INCENDIOS
incontrolados en la naturaleza forestal o en los propios edificios. Centenares
y miles de hectáreas quedan calcinadas por el “rodillo” destructor de las
llamas que viajan con notable velocidad. Estas catástrofes son naturales y
también provocadas, en numerosas ocasiones, por la deficiente previsión de los
comportamientos humanos o a consecuencia de la propia malicia de los intereses
egoístas, con fines industriales o constructivos. La falta de protección para
edificios, antiguos o modernos, también facilita la propagación de ese fuego
destructor, tanto en los enseres como también para las vidas de personas que
quedan atrapadas entre las llamas y la letal o nociva humareda para nuestros
pulmones. La lucha generosa y sacrificadas de los servicios contra incendios,
de los PARQUES DE BOMBEROS es verdaderamente
ejemplar, admirable y del todo plausible, ya que exponen sus propias vidas para
salvar las de los demás ciudadanos.
El fuego significa utilidad y peligro,
emoción y belleza, fascinación y miedo, estética y necesidad. El planeta TIERRA
no podría funcionar sin el sol, sin el agua, sin el viento o atmósfera y sin la
tierra fértil. Pero tampoco sin la fuerza mágica del fuego. –
José L. Casado Toro
Octubre 2024
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