Desde hace un tiempo creo que la
política con mayúscula, o con minúscula, o de andar por casa:¡qué más da!, en
España, es un frenopático, ergo manicomio, donde nadie está majara por
supuesto, salpicado con algún que otro bocazas, de “estómago lleno y
agradecido”, que ha vivido de los Presupuestos durante décadas. Pero cuando fue
cogido por sorpresa y, por la edad de “jubileta”, y enviado a su hogar el
hombre representó a la perfección, el caso
del “Doctor Jekyll y el Mr. Hyde”. Créanme
que yo jamás lo había visto así. El salón parecía un patio de vecinos, donde
todo el mundo deseaba hablar, pudiéndose escuchar con nitidez las lindezas:
“traidor, sinvergüenza...”.   
En Málaga existían esos
patios, llamados corralones, como el de 
“La Tiña” en el siglo XVIII, con un retrete haciendo el servicio
fisiológico, a veces perentorio, a todos los vecinos; con el pozo en el centro
del patio, y el “lavaero”, donde se comentaba, a veces con disputas, lo que
ocurría en el barrio. Debo decir que aún existen algunos en los barrios de la
Trinidad y el Perchel, pero ya reformados en viviendas modernas, con el clásico
aire malagueño y andaluz, y sus macetas de lindas flores colgadas en las
paredes. El día en cuestión, del cese y toma de posesión, cualquiera pudo haber
citado esa frase tan nuestra: “Esto parece un lavaero”. Solo faltaban los
“carzones” y los “cucos” (bragas) y enaguas tendidos en las mesas y sillas.
En la actualidad, yo tengo
la impresión, que nuestros políticos creen que están representando un drama de
Galdós, o de García Lorca, cuando la verdad es que solo parecen que están
encarnando o enseñando sus “vergüenzas políticas”, en una pieza dramática-jocosa,
como un sainete, o vodevil, para el pueblo, pueblo que ya está hasta el
mismísimo escroto de tan escaso respeto hacia los de a pie, que somos los
sufridores que colocamos en sus poltronas bien retribuidas, por supuesto.
Aunque para eso debiera existir una ley en la que dijera, como decía F.
Schiller, que para elegir un diputado, tanto vale el voto de un imbécil como el
de un sabio, ya que los votos, en vez de contarse, deberían pesarse. Aunque
también curiosamente, los votantes no se sienten responsables de: llamémosle
“fracasos”, del gobierno que han votado en repetidas ocasiones.
Un amigo muy bromista me
decía que los políticos que salen elegidos, debieran percibir como sueldo el
salario mínimo. Conste que yo, parafraseando el famoso chiste, solo le dije:
“Asómate tú, que a mi me da la risa”.
Juan
J. Aranda
 
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