Articulo de Guillermo López Lluch, Catedrático del
área de Biología Celular. Investigador asociado del Centro Andaluz de Biología
del Desarrollo. Investigador en metabolismo, envejecimiento y sistemas
inmunológicos y antioxidantes. Universidad Pablo de Olavide
La
cantidad de consejos que encontramos en medios de comunicación, redes sociales
y clínicas sobre nutrición es, sencillamente, abrumadora. Además de
excesivamente simplista.
Uno
de ellos desaconseja consumir yogur o leche de vaca cuando se
sufre de anemia ferropénica,
esto es, la anemia debida a baja cantidad de hierro circulando por la sangre.
Se basa en que la elevada concentración de calcio de estos alimentos inhibe la
absorción del hierro en el intestino.
Pues bien, esta afirmación parece tener poco sustento
científico. Muchos de los estudios que relacionan calcio y hierro se han realizado
en células cultivadas en el laboratorio. Y aunque los ensayos in vitro ayudan
a entender los mecanismos que intervienen en el transporte de estas moléculas,
hay que tomarlos con cautela. Fundamentalmente porque las condiciones en las
que se realizan no se parecen a las que se dan en el intestino humano. Pero
también porque las células que se utilizan no son exactamente iguales que las
que intervienen en la absorción de nutrientes, ni se disponen formando una
barrera igual de consistente.
Puertas abiertas al hierro
Todos
los nutrientes que ingerimos y que acaban incorporándose al torrente sanguíneo
deben pasar, de una manera u otra, a través de las células que tapizan el
intestino. La superficie de estas células contiene una serie de proteínas que
actúan como puertas de entrada para los nutrientes que contiene la papilla en
la que se convierte el alimento al pasar por el estómago.
En el caso de los minerales de la dieta, estas
proteínas transportadoras funcionan como canales que se abren para dejarles
paso hacia el interior de las células y desde éstas hasta la sangre. Uno de
estos transportadores, llamado DMT1, se encarga de incorporar específicamente
el hierro. Y, curiosamente, los ensayos in vitro han
demostrado que el calcio de la dieta inhibe a este
transportador.
Estas
interferencias tienen sentido porque ambos compuestos comparten transportadores
o éstos se parecen tanto que un mineral interfieren en el transporte del otro.
Eso explicaría por qué altas concentraciones de hierro en la
dieta también interfieren en la absorción de calcio. De hecho, aunque no es tan conocido, los
suplementos de hierro pueden provocar deficiencia de calcio.
Por
cierto, no solo hay calcio en los lácteos de la dieta: también abunda en las
legumbres, los frutos secos, las sardinas en aceite y el marisco. Sin embargo,
nadie alerta sobre que ingerir carne con almendras pueda suponer un problema.
Un plato de lentejas y, de postre, ¿yogur?
Teniendo en cuenta los estudios realizados in
vitro, los alimentos ricos en calcio podrían interferir con la absorción
del hierro que contienen la carne y otros alimentos.
¿Pero qué ocurre cuando se estudia el fenómeno in
vivo? Partimos de que es bastante más complicado. Por lo general se
realizan investigaciones en las que voluntarios o pacientes toman una cantidad
determinada de producto y luego se les hace seguimiento de cómo y cuánto de ese
producto alcanza la sangre. A esos procedimientos los conocemos como ensayos de
biodisponibilidad.
Pues
bien, las conclusiones de los ensayos de biodisponibilidad se contradicen. Por
un lado, ciertos estudios realizados en mujeres en ayunas muestran que solo
concentraciones altas de una sal de calcio en concreto (citrato de calcio)
son capaces de inhibir la incorporación de
hierro a
la sangre. Eso implicaría que el efecto del calcio en los lácteos sería nulo o,
al menos, biológicamente insignificante.
Sin
embargo, en otro estudio también realizado en mujeres, medio gramo de calcio llegó a reducir a
la mitad la absorción de hierro. Eso sí, no hay que perder de vista que alcanzar
500 mg de calcio en el intestino a partir de la leche o del yogur
implicaría consumir una cantidad muy elevada de ambos. Por lo tanto, ingerir un
yogur o un vaso de leche seguiría sin suponer un problema.
Lo
que sí es cierto es que, al comparar la leche humana y la leche de vaca, se ha
comprobado que los mayores contenidos en calcio en la
de vaca provocan
que el hierro se absorba peor. Por eso no se recomienda incorporar la leche de
vaca en la alimentación infantil hasta que no
se alcanza una determinada edad.
Sin evidencias para
dietas complejas
En resumen, podemos decir que los estudios realizados en humanos
confirman cierta interferencia del calcio sobre la absorción de hierro, pero
solo con concentraciones de calcio muy altas.
Además, estos estudios no aclaran qué ocurre en el caso de la
ingesta de una dieta compleja en la que un vaso de leche o un yogur son uno de
los muchos nutrientes y la cantidad de hierro no está minuciosamente
controlada.
Por otro lado, tampoco
sabemos qué papel desempeña el microbioma de cada individuo en la absorción de
minerales, aunque los resultados obtenidos por
el momento indican que también podría ser clave.
En todo caso, los beneficios de los nutrientes característicos de
los lácteos son lo bastante importantes como para recomendar su consumo en aquellas personas que no presentan
ningún problema específico de absorción de hierro.
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