Cuando
algunas mujeres llegamos al estado jubiloso, muchas hemos guardado, durante
demasiado tiempo, unas aficiones que nunca mencionamos en voz alta, ni siquiera
a nuestras amigas de toda la vida. Sencillamente porque antes eran
irrealizables debido a las responsabilidades familiares, el trabajo y por
múltiples razones, siempre inoportunas, que aparecían como piedras en el
camino. Esas viejas amistades fueron testigos de nuestras pérdidas humanas,
amores, desamores y no pocas confidencias. Cuando el tiempo y la libertad nos
permite ahondar en unos conocimientos más técnicos, por ejemplo, en Escritura
Creativa, aun explicándoles tus profundas razones, te dicen que para qué
quieres aprender eso a estas alturas de tu vida.
Entonces eres consciente de esas amistades mantenidas por la inercia de
la costumbre: un sábado de merienda y charla insustancial. Por supuesto, los
libros no figuraban como su tema preferido. Ni siquiera una sesión de cine: imposible
ponerse de acuerdo sobre la película. Un domingo en el que después de media
hora de propuestas seguían las discrepancias para escoger el restaurante. Sus temas
de conversación rondaban sobre las tertulias, novelas de la tele y peripecias
familiares. O el inevitable reportaje fotográfico de sus adorables nietos que
te pasaban móvil en mano.
Este
es el retrato de algunas de las amigas de siempre, pero de un siempre que ya no
es tu ahora y no serían la mejor compañía en el trayecto de la vejez. Por
suerte quedan una o dos incondicionales que te animan, pero el destino
geográfico las ha alejado y la distancia marca los tiempos.
Ante
tus primeros pinitos como escritora aficionada, con la ilusión entre las manos,
les enseñas uno de los relatos que te han publicado en una revista. Lo leen sin
demasiado entusiasmo y una de ellas pregunta torciendo el morro: ¿de dónde
has sacado tú esto? Y le respondes que de tu imaginación. Hay otros
intentos de hacerlas partícipes de esa inquietud nueva y vieja a la vez,
aletargada en tu interior a la espera de ver la luz. Como respuesta no
demuestran el más mínimo interés y te preguntas por qué sigues viéndolas: Te aburren,
no te enriquecen como personas, te conoces de memoria sus cuitas y estás deseando
llegar a casa para perderlas de vista. ¡Ya está bien de pagar un precio tan
alto por el pasado! Es necesario soltar lastre porque no es lo que quieres para
tu presente ni para el poco o mucho futuro que te quede.
Debes
tomar una decisión unánime entre tu Pepito Grillo y tú: resetear las amistades. No se trata de olvidarlas por
completo. Solo de limitar los contactos a felicitaciones del Santoral y
Navidades. Nada de cumpleaños, la edad sigue siendo para ellas un secreto de
estado. Ponte cómoda para escuchar el rosario de nuevos achaques en cada
llamada telefónica, aunque también escucharán los tuyos. Y no esperes que
ninguna te pregunte acerca de tus escritos.
Yo he tenido la gran suerte de
encontrar buenas y nuevas amigas con las que comparto mis inquietudes literarias
y lectoras, así como la complicidad sobre las vivencias pasadas y presentes. Una
simbiosis difícil de hallar en este tramo de la vida, pero os aseguro que es
posible. Por muy tarde que nos parezca, hay que acometer los cambios que
creemos nos harán felices porque Tempus Fugit.
Esperanza
Liñán Gálvez
Esperanza, que razón tienes en lo que dices. ¡¡¡¡qué bien te expresas!!!
ResponderEliminarEs un sentir muy común que no manifestamos, sólo le he dado voz con mis palabras. Muchísimas gracias por tu comentario.
EliminarBien Esperanza, mi vi reflejada en cada frase que has escrito.
ResponderEliminarMuchas gracias y me alegro te haya gustado.
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