Artículo
de Lorenzo Antonio Justo Cousiño, profesor fisioterapeuta de la Universidad de
Vigo y publicado en la revista digital The Conversation.
El masaje se considera una de las formas de
tratamiento más antiguas de la humanidad. Su utilización con fines
curativos fue descrita por primera vez en el siglo
V a. e. c. por Hipócrates, padre de la medicina occidental, aunque
existen indicios de que ya se practicaba antes.
Cuando se aplica con objetivos terapéuticos también se
denomina masoterapia, y es una de las técnicas empleadas
habitualmente en fisioterapia.
Su extendido uso a lo largo de los siglos y en la
actualidad está, pues, plenamente acreditado, pero ¿qué evidencias científicas
tenemos de que realmente funciona?
Antes que nada hay que precisar que sus efectos,
variables en función de la técnica empleada, se clasifican en directos e indirectos. Los primeros corresponden a la propia
carga mecánica que ejerce la maniobra sobre los tejidos, como la compresión de
la musculatura; mientras que los indirectos se asocian a cambios en el flujo
sanguíneo, a la secreción de sustancias químicas o a cambios neurofisiológicos.
¿Por qué disminuye el dolor cuando nos dan
un masaje?
La consecuencia más evidente y que todos hemos
experimentado alguna vez al recibir uno es la disminución del dolor. Esto se
debe a que el estímulo táctil y el incremento de temperatura generados por la
acción masajeadora inhiben la entrada de información vinculada a la sensación
de dolor o dolorosa.
Conocido como teoría de la puerta de entrada, se trata del mismo efecto que buscamos
de forma natural cuando nos frotamos el codo después de golpearlo. En nuestro
sistema nervioso, la información mecánica viaja más rápido que la dolorosa, lo
que permite modificar la entrada de datos sensoriales en la médula espinal.
Además, el masaje podría estimular la secreción de
sustancias analgésicas (endorfinas, serotonina o encefalinas) en nuestro
organismo. De todos modos, los estudios publicados sobre la liberación de
dichos compuestos son escasos, ya que la evidencia más sólida se centra en la
percepción del paciente.
Incremento del flujo sanguíneo
Por otro lado, también se considera que podría
aumentar el flujo sanguíneo, lo que se asocia a un mejor aporte de nutrientes y
facilita la eliminación de productos de desecho. Este es uno de los objetivos
del masaje deportivo ejecutado después del ejercicio.
El incremento se debe a múltiples factores: al bombeo
por compresión y descompresión de los tejidos, a la vasodilatación provocada
por el sistema nervioso autónomo y a la liberación de sustancias químicas.
Pero el efecto es difícil de interpretar: mientras
que algún estudio sí observa que el masaje eleva la temperatura de
la piel y el flujo sanguíneo local, otros, realizados mediante ecografía, no detectan cambios. Estos resultados cuestionan, por lo
tanto, la eficacia de la masoterapia sobre esa variable cuando se aplica
después de practicar deporte.
Para cerrar el apartado cardiovascular, una investigación publicada en 2015 en la revista Nature concluía que el masaje sí funciona para tratar
la hipertensión como complemento a los medicamentos.
Efecto sobre la musculatura
A nivel científico, el masaje se considera como una de
las herramientas más eficaces para reducir el dolor muscular posterior al
esfuerzo físico –las conocidas agujetas– y la
fatiga percibida asociada al ejercicio. Sin embargo, los cambios observados sobre los
marcadores de daño muscular e inflamación son moderados. Tampoco existe evidencia directa de que mejore el
rendimiento.
El efecto relajante sobre el músculo se ha asociado a
una disminución de la excitabilidad de las neuronas que lo controlan, lo cual
podría romper el círculo vicioso que facilita la perpetuación del dolor. Pese a
su uso extendido para facilitar la recuperación después del ejercicio, se ha
observado mayor impacto sobre la percepción subjetiva de las molestias que
sobre la propia estructura muscular.
En general, se asume que el masaje provoca una
clara respuesta psicológica. La disminución del cortisol (hormona del estrés) sería la principal responsable del
efecto relajante experimentado por muchos pacientes, aunque esos cambios no
tienen por qué estar causados directamente por el masaje.
Un artículo reciente indica que la masoterapia en
embarazadas podría incrementar los niveles de serotonina, ayudando reducir el
estrés y ansiedad.
Entonces, ¿para qué funciona realmente?
Al masaje terapéutico se le atribuyen un número
elevado de propiedades, algunas de ellas muy arraigadas en la sociedad, pero
los estudios científicos no arrojan resultados concluyentes
sobre ninguna de ellas.
Metafóricamente, podríamos decir que es el paracetamol de los fisioterapeutas (por sus
propiedades analgésicas), mientras que la aplicación de frío, o crioterapia,
sería el ibuprofeno (efecto antiinflamatorio).
Un hallazgo recurrente en las investigaciones es que
el masaje disminuye el dolor a corto plazo en diferentes patologías. A largo
plazo se desconoce su efectividad porque la mayoría de trabajos realizan un
seguimiento inferior a 12 semanas.
Según un análisis global de la evidencia científica (que
incluye 49 investigaciones), su mayor eficacia analgésica se produce en el
dolor lumbar y cervical, las molestias de hombro, el dolor del parto, la
artrosis, el dolor relacionado con el cáncer, el dolor posoperatorio y las
agujetas.
Y pese a estos resultados, la masoterapia se muestra inferior cuando la
comparamos con tratamientos activos como el ejercicio terapéutico, que involucra la participación del paciente. Dar masajes es una terapia pasiva que
resulta limitada como única estrategia.
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