La
escena es cansinamente repetida en centenares y miles de hogares. El
propietario de un aparato electrónico/digital trata de ponerlo en
funcionamiento. Con preocupación, observa que el
mecanismo no funciona o lo hace de manera deficiente o limitada, cuando
hasta ayer respondía perfectamente. Pero hoy está averiado. Si aún conserva su
factura o hace memoria de cuando lo compró, comprueba que el período de
garantía (máximo dos años) ya se ha superado. Aun así, decide llevarlo al servicio técnico de reparación, pues ese aparato
digital o electrodoméstico está perfectamente conservado y ha sido tratado con
el mayor esmero, aunque ahora haya dejado de funcionar.
Una
vez en el taller puede encontrar varias respuestas, tras una primera
comprobación por parte del recepcionista. Le indican el coste de reparación,
que puede ser tan elevado para hacerle pensar si sería mejor comprar uno nuevo.
También pueden decirle que, para comprobar el fallo técnico del aparato, han de
emplear un tiempo tarifado, que habrá de pagar si decide no efectuar su
reparación. Otras veces, el servicio correspondiente le aclara que el mecanismo
electrónico tiene mucha antigüedad (aunque el ordenador, por ejemplo, acumule sólo
dos o tres años desde su compra) por lo que esa marca ya no fabrica o sirve las
piezas de repuesto averiadas. Le vienen a decir que lo mejor y más económico es
que adquiera un aparato nuevo, ahora con más adelantos y prestaciones que el
que está llevando a reparar, profundamente “obsoleto”, aunque en realidad parezca
como nuevo.
¿Y qué hacer ahora, con el producto digital averiado?
Posiblemente nadie lo querrá, aunque sea regalado, así que su propietario habrá
de guardarlo en algún lugar de su domicilio, en el que ya hay acumulados otros
aparatos electrónicos que han seguido igual o similar proceso. Obviamente, el
espacio en los hogares es limitado para ir almacenando esos mecanismos
averiados que han dejado de funcionar.
El
proceso que se ha descrito puede aplicarse a una
gran variedad de mecanismos electrónicos: televisores, radios,
ordenadores fijos y portátiles, teléfonos fijos y móviles, tabletas
informáticas, lectores de DVD, discos duros externos, videoproyectores, cámaras
fotográficas réflex y compactas, impresoras tinta y láser, pizarras digitales,
relojes multifunción. También podemos añadir electrodomésticos, como
frigoríficos, lavadoras, lavavajillas, secadoras de ropa, secadores del pelo,
microondas, aspiradores, batidoras, aparatos aire acondicionado, patinetes
eléctricos, etc.
En
este contexto, el abrumado ciudadano recuerda haber leído alguna información
acerca de la obsolescencia o avería “programada” por
el fabricante. La mayoría de las marcas añaden a sus productos un tiempo de uso
útil (o un número límite para la realización de fotos o fotocopias) a partir
del cual el mecanismo “automáticamente” se avería. Por supuesto que las marcas
no reconocen esta programación “letal” para el producto que venden, pero todos
tenemos la convicción de que esa limitación en años o copias es verdadera.
Y
llegamos a esa “americana” premisa del “usar y
tirar, dentro de la estructura de la producción en serie y de la necesidad
de seguir fabricando y vendiendo, a fin de que el sistema económico no se
bloquee, con las penosas consecuencias socioeconómicas que ello conllevaría.
Ante
la imposibilidad de poder seguir acumulando en los hogares esos productos averiados,
que ya no se pueden reparar, se piensa en los
contenedores de residuos, pero la conciencia cívica impide que se
arrojen libremente a la basura. Es una irresponsabilidad arrojar al contenedor
unos aparatos que contienen elementos muy contaminantes, perjudiciales para el
ecosistema o el medio ambiente en el que desarrollamos la vida. Algunos
ayuntamientos establecen periódicamente “puntos
limpios electrónicos” en zonas estratégicas de la planimetría urbana, que
son grandes contenedores a los que se pueden llevar los aparatos electrónicos y
digitales inservibles, para su posterior reciclado y extracción de materiales
útiles en centros especializados.
En
ocasiones, el comercio en el que has comprado un nuevo aparato te retira el
averiado. Incluso algunas grandes cadenas te ofrecen “planes
renove” de tus aparatos antiguos, entregándolos a la hora de la compra
para el subsiguiente descuento. Algunos grandes almacenes te valoran en euros
un producto averiado por el peso que tiene, descontándote esa cantidad si
compras uno nuevo.
Sin
embargo, es tal la cantidad de esos mecanismos averiados (a los que habría que
añadir aquellos que, aún en funcionamiento, los consumidores amantes de tener
el “último modelo” de un producto los
sustituyen por otros más modernos y con mejores prestaciones) que el problema acumulativo de “basura digital o electrónica”
en nuestras sociedades es cada vez más grande, tanto para nuestra actual
convivencia o la de nuestros herederos. No hay que olvidar que la “basura
digital” no se degrada como lo puede hacer la basura orgánica, a lo largo de
los años.
La
urgencia y gravedad de este problema ha de ser afrontada y resuelta con firme
diligencia por los organismos internacionales y
por los gobiernos respectivos de cada país o
comunidad. Pero también cada consumidor debe
aplicar civismo e inteligencia, en su comportamiento ante una situación que
degrada el medio ambiente en el que subsistimos.
José
L. Casado Toro
Agosto
2022
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