Artículo
elaborado por María Puy Portillo, Catedrática de Nutrición, Iñaki Milton
Laskibar y Laura Isabel Arellano García de la Universidad del País Vasco/
Euskal Herriko Unibertsitatea.
El
envejecimiento es un proceso fisiológico definido por la acumulación de cambios negativos que
ocurren tanto en las células como en los tejidos.
Los avances en el campo de la medicina han permitido prolongar nuestra esperanza
de vida. Pero también han aumentado la prevalencia de enfermedades propias de
la edad.
Han sido varias
las teorías que se han postulado con el objetivo de dar una explicación a este
proceso y, de paso, encontrar cómo ralentizarlo. En este sentido, el ser humano
en general y la comunidad científica en particular han mostrado un especial
interés en encontrar la fórmula de la eterna juventud desde hace siglos.
Comer menos para
vivir más
En este escenario,
la restricción calórica es la intervención que ha demostrado ser más efectiva
para prolongar la esperanza de vida de diferentes organismos. Esta intervención
consiste en reducir la ingesta calórica (entre el 20 o el 40 % de la
ingesta diaria de calorías), pero cubriendo las necesidades de todos los
nutrientes (sin malnutrición).
Así, se ha
descrito que la restricción calórica es efectiva para aumentar la esperanza de
vida de moscas, roedores y monos.
Sin embargo, el
ejemplo más claro y más ampliamente estudiado sobre el efecto de la restricción
calórica en la longevidad es el de los habitantes de la isla japonesa de Okinawa.
En este caso, al
estudiar las posibles razones que justificaran la elevada incidencia de
centenarios que habitan esa isla, se observó que la nutrición de estas personas
tenía características concretas. Los datos epidemiológicos demostraron que, de
forma natural, estas personas vivían con una restricción calórica de entre el
10 y el 15 %. Esta característica nutricional justificaría la mayor longevidad y la menor tasa de
enfermedades propias de la vejez que se
observó en estas personas.
Pero ¿por qué? En
cuanto a los mecanismos implicados en los efectos de la restricción calórica
sobre la longevidad, se ha propuesto que dicha intervención produce una
“adaptación metabólica”.
Dicha adaptación
produce una menor tasa metabólica (gasto energético por unidad de tiempo en
reposo), una mejora en la eficiencia del gasto energético en reposo y una menor
producción de especies reactivas de oxígeno. Esto, a su vez, se relaciona con
un menor daño oxidativo en órganos y
tejidos.
Por otro lado, la
restricción calórica también activa la autofagia, proceso en el que se eliminan proteínas, orgánulos y
agregados defectuosos del citoplasma, protegiendo la
funcionalidad celular.
Comer menos para
vivir mejor
Pero los
beneficios de la restricción calórica van más allá de prolongar la esperanza de
vida. De hecho, se ha descrito que esta intervención produce efectos beneficiosos
en diferentes enfermedades metabólicas y favorece un envejecimiento “más
saludable”.
En este sentido,
parece obvio que la restricción calórica será especialmente beneficiosa en
individuos con obesidad. Sin embargo, también se ha visto que produce
beneficios a nivel metabólico en sujetos sanos o sin obesidad.
Por ejemplo, ayuda
a reducir el peso corporal (principalmente en forma de grasa), reduce los
niveles circulantes de intermediarios proinflamatorios (como el factor de
necrosis tumoral α) y disminuye los niveles sanguíneos de glucosa, triglicéridos y colesterol, así como la presión sanguínea.
Del mismo modo, se
ha descrito que la restricción calórica reduce la inflamación del sistema
nervioso central, proceso implicado en el desarrollo de enfermedades
neurodegenerativas.
Este efecto estaría mediado, entre otros, por
la reducción de la glucemia y niveles circulantes de productos finales de
glicación avanzada, aumento de la actividad parasimpática o la activación de
rutas de señalización antinflamatorias.
Por otro lado,
cabe destacar que la restricción calórica modula la composición de la microbiota
intestinal (enriqueciéndola en bacterias beneficiosas), la
cual a su vez aliviaría la neurodegeneración. En este sentido, el eje
intestino-cerebro estaría mediando este efecto neuroprotector de la restricción
calórica a través de rutas neuroendocrinas e inmunes.
Así, la
composición de la microbiota derivada de la restricción calórica da lugar a una
mayor producción de neurotransmisores y sus precursores (como la serotonina y
el triptófano) y metabolitos microbiales (como los ácidos grasos de cadena
corta) que, una vez superada la barrera hematoencefálica, tienen un efecto neuroprotector.
De la misma forma,
la microbiota intestinal también manda señales directamente al cerebro a través
del nervio vago, lo cual se cree que puede estar relacionado con la inflamación a nivel cerebral, así como
con la respuesta al estrés y el estado de ánimo.
¿Y si hubiese
compuestos con los mismos efectos que la restricción calórica?
A pesar de la
evidencia científica relativa a los beneficios de la restricción calórica sobre
diferentes enfermedades, la realidad es que este tipo de intervención no suele
ser muy popular y suele tener una baja adherencia.
Por ello, en los
últimos años el concepto de “miméticos de la restricción calórica” ha ido
ganando peso. Son una clase de moléculas o compuestos que, en principio,
imitarían los efectos antienvejecimiento que tiene la restricción de calorías
en muchos animales de laboratorio y humanos.
Estas moléculas
inducen efectos similares a los producidos por la restricción calórica
(principalmente deacetilación de proteínas y activación de la autofagia),
pero sin la necesidad de reducir la ingesta
calórica.
Existen miméticos de la restricción calórica de
origen natural, entre los que destacan los polifenoles (como el
resveratrol), poliaminas (como la espermidina) o antiinflamatorios no
esteroideos (como el ácido acetil salicílico).
También se han
desarrollado miméticos de la restricción calórica sintéticos, los cuales han
demostrado ser efectivos en la reducción de peso corporal y la mejora de la
resistencia a la insulina en ratones genéticamente obesos.
Estas moléculas
actúan principalmente inhibiendo la ruta de la proteína PI3K, la cual activa el
anabolismo y la acumulación de nutrientes (entre otras cosas). Queda por
comprobar si los prometedores resultados que se han descrito en animales
también se mantienen en humanos.
En vista de los
datos disponibles actualmente, queda claro que, más allá de alargar o no la
esperanza de vida, la restricción calórica sí nos puede ayudar a vivir y
envejecer mejor. Además, los avances que se están llevando a cabo en el
desarrollo de miméticos de la restricción calórica podrían ayudar a que los
beneficios de esta intervención lleguen a más personas.
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