Con motivo del nuevo concurso de relatos que estamos preparando, en esta sección se irán colocando algunos de los relatos que participaron en la edición de 2011.
RELATO A CONCURSO Nº 005 - A ORILLAS DEL MAIZAL
La casa que acababa de alquilar para pasar mis vacaciones era muy distinta a la de las fotografías publicadas en Internet. En realidad tenía todas las habitaciones que prometía y la decoración también era la misma, pero había algo intangible que se desprendía de ella. Lo advertí desde el mismo momento que pisé los escalones de la entrada.
El olor a salitre llegaba hasta allí y podía verse el mar desde todas las
ventanas, era como estar dentro de ese universo azul, a veces verdoso, a veces
gris, con aire de levante o de poniente y a merced de olas furiosas o suaves
que a cada rato rompían en las rocas cercanas cambiando por completo el paisaje
que la envolvía.
“Al menos no me aburriré, cada día habrá algo distinto ahí fuera”.-pensé
mientras miraba hacia el horizonte desde el que iba a ser mi dormitorio.
Ese retiro personal tenía una finalidad: era desintoxicarme del caos amoroso en
el que se había convertido mi vida y que como una droga dura me había dejado el
alma hecha añicos y la voluntad anulada durante mucho tiempo.
El mar
siempre fue un gran bálsamo para mi alma y seguro que conseguiría reponerme,
solo era cuestión de tiempo.
Repasando visualmente los cuadros que adornaban las paredes, ya de por si
recargadas por un papel pintado de ondulados lazos infinitos; me llamó la
atención un gran cuadro de una escena campestre, que colgaba solo en aquella
pared frente a la cama. Era completamente diferente a los del resto de la casa:
láminas bastante vulgares de las que se ponen para rellenar los huecos vacíos, con
más o menos acierto.
Al
acercarme comprobé que era una acuarela original y fechada en 1.570, muy bien
conservada a pesar de la humedad que podría haberla deteriorado estando tan
cerca del mar, aunque quizás no siempre había estado en ese lugar y si era así
¿por qué estaba allí algo que seguramente por su antigüedad debía tener mucho
valor?
Mi curiosidad me hizo observar todos y cada uno de los detalles del cuadro: los
árboles frondosos de aquel bosque que se perdía en la perspectiva. Las nubes de
formas tan increíbles como las reales. Las mazorcas maduras del maizal delante
de la casa que estaban pidiendo a gritos su cosecha y que parecía esperar con
su puerta abierta el granero contiguo.
Observé
que la masía era parecida a la casa que acababa de alquilar, salvo por los
tejados y las contraventanas abiertas de par en par, que invitaban a colarse
por ellas y no por la puerta principal, para descubrir sigilosamente su
interior.
En la
planta de arriba vi la que era una especie de copia del dormitorio y empecé a
recorrer con la yema de los dedos los contornos de las nubes, los árboles, el
maizal, el granero, el tejado y esa ventana.
De
pronto los trazos planos de la acuarela fueron engrosándose como si se trataran
de pinceladas al óleo. Empezaron a adquirir relieve, a cobrar vida propia y al
terminar de pasarlos por la ventana de aquel dormitorio, una densa niebla
empezó a entrar en la habitación desde abajo hacia arriba. Miré por la ventana
y seguía viendo el mar; pero enseguida perdí esa visión, la niebla lo inundaba
todo. En unos interminables minutos se disipó. Volví a mirar por la ventana y
allí estaban el maizal, los árboles y todo lo que antes había visto en el
cuadro. Esas eran ahora las vistas desde mi ventana, el mar había desaparecido
y el cuadro de la pared también.
Estaba
asustada, sabía que mi mala experiencia amorosa me había trastornado, pero no
hasta el punto de volverme loca. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué hacía allí? y ¿por
qué llevaba ese harapiento vestido?
De pronto escuché por las escaleras una voz masculina que gritaba:
“Sara, Sara, date prisa que ya vienen por el camino, tienes que esconderte en
el granero, si no te llevarán al tribunal “. Enseguida apareció el dueño de
aquella voz, era un hombre joven, cuyo atuendo era tan andrajoso como el mío y
me dijo: “vamos hermana, no tenemos tiempo que perder, El Santo Oficio no sabe
que has venido a visitarme y en estos tiempos cualquiera puede ser una bruja o
una hereje, si te encuentran una alforja llena de hierbas del campo. Mejor no
dar explicaciones, por mucho menos han firmado sentencias de muerte”
- Pero
“que sentencia de muerte”, si yo no he hecho otra cosa en mi vida que poner la
otra mejilla -contesté, pero aún así era tan convincente que le di la mano que
me tendía y me fui con él escaleras abajo con una bolsa colgada del hombro,
casi tan vieja como mi ropa.
Apenas
pude mirar en mi carrera todo lo que había alrededor, pero podía ser
perfectamente de la época de la masía del cuadro.
Salimos y mientras me ayudaba a subir al granero y me escondía bajo un montón
de paja, me dijo que me estuviera quieta y callada mientras él se iba a recoger
mazorcas, que todo debía parecer normal.
Al poco rato escuché al menos tres voces distintas que preguntaban a “mi
supuesto hermano”: ¿qué hacía? ¿si había recibido últimamente alguna visita? y
otras preguntas que él iba contestando con desparpajo. Era como un censo, pero
mucho más inquisitivo. Entraron en la casa y la registraron. Después salieron
balanceando una pequeña bolsa que por su ruido parecía llena de monedas y con
caras de satisfechos; cosa que pude entrever por una rendija de los tablones
del altillo del granero.
En mi
afán de seguir espiando y comprender en que acababa aquella locura, pisé mal y
me caí al suelo, dándome un buen golpe en la nuca. No sé el tiempo que estuve
allí. Me desperté y estaba tumbada en la cama con un fuerte dolor de cabeza,
pero al palparme no advertí ningún golpe. Mi ropa era la que traía al entrar en
la casa. El dormitorio parecía el actual y el cuadro campestre seguía en la pared
frente a la cama.
“Menos
mal que solo ha sido una horrible pesadilla y con la Inquisición, decididamente
cuando vuelva a la ciudad tengo que ir a un psiquiatra” pensé mientras me
incorporaba de la cama.
Miré el cuadro sin acercarme demasiado y por supuesto sin tocarlo, observando
que ahora había mazorcas en el suelo cerca del granero y el maizal estaba a
medio recoger. Pensé que quizás no reparé bien en ese detalle la primera vez.
No
estaba dispuesta a que un mal sueño me estropeara las vacaciones, ni mi terapia
de desamor frente al mar, así que llamé al casero para que retirara el cuadro
esa misma tarde: “era muy antiguo y a mí no me gustaba el campo”, esos fueron
mis argumentos.
Por cierto, al desvestirme para darme un relajante baño e intentar olvidar el
incidente, cayeron al suelo algunas briznas de paja que no entiendo como fueron
a parar entre mis ropas….
Esperanza Liñán Gálvez
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