30 octubre 2020

EL ALEPH

 

EL ALEPH /Borges I/ (*)

     Imposible precisar en qué fecha leí  El Aleph. El libro lo publicó Alianza Editorial en 1971, y  mi primer encuentro con Jorge Luis Borges fue a través de Ficciones, cuatro o cinco años antes,  en mis tiempos de estudiante madrileño. Pero el impacto que me produjo la obra de la que hablo fue tal que su nombre se hizo uno con el de su autor.  El título reúne 18 cuentos, entre los cuales hay algunos notables (Emma Zunz, La intrusa, Deutsches Requiem,  tres ejemplos espléndidos) que vuelven a sorprenderme cuando los releo; pero ninguno como aquel me  ha impulsado a escribir estas líneas, tanto por agradecer el placer que me produjo su lectura como para recomendarla a quienes quieran indagar los motivos de ese  placer.

     19 páginas en octavo nos cuentan y mezclan, por boca de un narrador omnisciente, tres hechos: la nostalgia por una mujer muerta, Beatriz; los delirios metaliterarios  de su primo hermano, Carlos Argentino; y la observación de una pequeña esfera tornasolada donde cada cosa era infinitas cosas, el Aleph.

     Dos citas en inglés   -Hamlet y Leviathán, que el autor no se molesta en traducir- dan paso a un primer párrafo que  transcribo: “La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo….” y que  me ató de inmediato al ritmo asombroso de la obra. Yo tampoco pude rebajarme un solo instante, a la admiración y el gozo hasta el párrafo final: Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión de los años, los rasgos de Beatriz. Estos rasgos son descritos superficialmente por el narrador en estas líneas, definitorias del estilo literario de Borges: “Beatriz era alta, frágil, muy ligeramente inclinada; había en su andar (si el oxímoron es tolerable) una como graciosa torpeza, un principio de éxtasis”.

     Beatriz murió en 1929. Nació un 31 de abril, y cada día de cumpleaños, el narrador se presenta, con cualquier excusa,  en la casa donde ella vivió, ahora habitada por el primo. Y aguarda en la salita, repasando los innumerables retratos que la abarrotan.

    Termino la glosa de la nostalgia con esta declaración de amor, que sobrevuela el tiempo y  la muerte: “… en el piano inútil sonreía (más intemporal que anacrónico) el gran retrato de Beatriz, en torpes colores. No podía vernos nadie; en una desesperación de ternura me aproximé al retrato y le dije: Beatriz, Beatriz Elena, Beatriz Elena Viterbo, Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy Borges”. Es bueno acabar con esta hermosa,  casi musical declaración de amor. Y dejar para otras entregas la insoportable presencia  del primo y la maravillosa descripción de la esfera, del propio Aleph.

    (*) Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986) es autor de 13 libros de poesía, 8 de ensayos y 6 de cuentos.

                                                                  José Ramón Torres Gil


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