EL ALEPH /Borges I/ (*)
Imposible
precisar en qué fecha leí El Aleph. El libro lo publicó Alianza
Editorial en 1971, y mi primer encuentro
con Jorge Luis Borges fue a través de Ficciones,
cuatro o cinco años antes, en mis
tiempos de estudiante madrileño. Pero el impacto que me produjo la obra de la
que hablo fue tal que su nombre se hizo uno con el de su autor. El título reúne 18 cuentos, entre los cuales
hay algunos notables (Emma Zunz, La
intrusa, Deutsches Requiem, tres ejemplos espléndidos) que vuelven a
sorprenderme cuando los releo; pero ninguno como aquel me ha impulsado a escribir estas líneas, tanto
por agradecer el placer que me produjo su lectura como para recomendarla a quienes
quieran indagar los motivos de ese placer.
19 páginas
en octavo nos cuentan y mezclan, por boca de un narrador omnisciente, tres
hechos: la nostalgia por una mujer muerta, Beatriz; los delirios
metaliterarios de su primo hermano,
Carlos Argentino; y la observación de una pequeña esfera tornasolada donde cada
cosa era infinitas cosas, el Aleph.
Dos citas
en inglés -Hamlet y Leviathán, que
el autor no se molesta en traducir- dan paso a un primer párrafo que transcribo: “La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de
una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni
al miedo….” y que me ató de
inmediato al ritmo asombroso de la obra. Yo tampoco pude rebajarme un solo instante,
a la admiración y el gozo hasta el párrafo final: Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y
perdiendo, bajo la trágica erosión de los años, los rasgos de Beatriz.
Estos rasgos son descritos superficialmente por el narrador en estas líneas,
definitorias del estilo literario de Borges: “Beatriz era alta, frágil, muy ligeramente inclinada; había en su andar
(si el oxímoron es tolerable) una
como graciosa torpeza, un principio de éxtasis”.
Beatriz murió en 1929.
Nació un 31 de abril, y cada día de cumpleaños, el narrador se presenta, con
cualquier excusa, en la casa donde ella
vivió, ahora habitada por el primo. Y
aguarda en la salita, repasando los innumerables retratos que la abarrotan.
Termino la
glosa de la nostalgia con esta declaración de amor, que sobrevuela el tiempo y la muerte: “… en el piano inútil sonreía (más intemporal que anacrónico) el gran
retrato de Beatriz, en torpes colores. No podía vernos nadie; en una
desesperación de ternura me aproximé al retrato y le dije: Beatriz, Beatriz
Elena, Beatriz Elena Viterbo, Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre,
soy yo, soy Borges”. Es bueno acabar con esta hermosa, casi musical declaración de amor. Y dejar para
otras entregas la insoportable presencia del primo y la maravillosa descripción de la esfera,
del propio Aleph.
(*) Jorge
Luis Borges (Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986) es autor de 13 libros de poesía,
8 de ensayos y 6 de cuentos.
José
Ramón Torres Gil
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