06 octubre 2020

LA COCHINITA

En el recuerdo de los malagueños de cierta edad, aún permanece inalterable un tren pequeño de vapor conocido popularmente como la cochinita. Querido y temido por los marengos de Pedregalejo o El Palo, entre quienes se ganó, a pulso de raíles y carbonilla, el nombre de matagallinas o matahombres. 


Nuestra provincia contó hasta 1968 con una línea de ferrocarril que unía la capital con Vélez-Málaga y Ventas de Zafarraya, en Granada, con Fuengirola y Coín. De ella  todavía se conservan algunas de las antiguas estaciones y tramos de vía.

Durante las jornadas diarias tenía una variada clase de pasajeros: vendedores de tortas de Algarrobo, recoveros, usuarios con hatillos y grandes bultos que ocupaban los pasillos. Además de un repertorio, nada despreciable, de animales vivos. Pollos, cabras o conejos eran transportados por las mujeres de los pueblos que servían en la capital, como regalos para las casas de sus señoritos. Decían que su vaivén continuo convertía sus asientos de tablillas, algo sueltas, en un martirio a pellizcos para posaderas y piernas.

Sus atestados vagones también servían para las excursiones de los domingos a las  playas  de Valle Niza o Torre del Mar. Toda una odisea para los chaveas de la época que jugaban entre las vías, ajenos al peligro, para matar el tiempo de la espera. 


Desde las ventanillas podían verse las playas de La Malagueta, Antonio Martín, o los Baños de la Estrella o Apolo, donde destacaban, no precisamente por su belleza o el costumbrismo de la época, unas abigarradas mamparas de esparto trenzado para separar la zona de baño entre hombres y mujeres.

El paisaje se teñía de colorido por los chambaos improvisados hechos a base de cañas y sábanas anudadas en los extremos como techumbre. Algunas sombrillas castigadas por el sol y varias sandías, como puntos verdes en la orilla, al refresco de las olas. 

Cerca en distancia, aunque lejos por aquello de la clase, estaban las entradas de servicio y de garajes de los Palacetes de Reding, Sancha, Sorolla, Caleta y Limonar. Muchos no entendemos que la mejor y más bella infraestructura urbanística de la ciudad se construyera de espaldas al mar.

Este tren llevaba y traía su pasaje hacia y desde Vélez Málaga, terminando en el llamado sistema de cremallera en Ventas de Zafarraya. Tenía también un recorrido hacia el otro extremo de la costa, del que no tengo referencias porque las  anécdotas y recuerdos de mi padre, nacido y criado en las playas de los Baños del Carmen y los astilleros Nereo, se centraban en su territorio más cercano. 
      

 
Yo solo conocí uno de sus vagones que, restaurado y como homenaje, situaron en el Paseo Marítimo frente al Morlaco. Allí, quieto y sin vías por las que transitar, permaneció como testigo de los amaneceres y atardeceres, respirando el salitre de esa mar que tantas veces fuera su cercana compañera de viaje.

Hace mucho tiempo que su imagen desapareció de nuestro paisaje marinero, aunque sigue latente en la historia y la nostalgia de la ciudad.

A través de estas palabras he querido aportar mi granito de arena para que su identidad no caiga en el olvido, ni se pierda en el limbo de la memoria. 

                                               

 Esperanza Liñán Gálvez  

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor: Se ruega no utilizar palabras soeces ni insultos ni blasfemias, así todo irá sobre ruedas.
Reservado el derecho de admisión para comentarios.

Buscar