Entre la variada
modalidad de habilidades sociales, establecidas para la buena convivencia de la
ciudadanía, ocupa un lugar preferente el inexcusable deber y placer de saludar
a los demás. No sólo a los familiares y a los amigos, más o menos íntimos, sino
también a los compañeros de trabajo, a los vecinos, a los antiguos y actuales
conocidos y a las personas que se encuentren en un determinado lugar, cuando
nos incorporamos o abandonamos el mismo. Las amables expresiones de dar los buenos
días, las tardes o las noches y ese noble deseo “que tengan un buen día”
resultan básicas y universalmente aceptadas como normas de una positiva
educación.
Este correcto hábito social
se complica cuando ya no se utilizan sólo las palabras, sino que a ellas se le unen
determinados gestos relacionales. El más conocido y usado ha sido el estrechar
la mano de la persona saludada. Si el afecto entre esas dos o más personas es
más íntimo o cercano, surgen los besos, los abrazos o las palmadas en la
espalda (en ocasiones, demasiado potentes y dolorosas). Unos y otros
movimientos tienen sus ventajas e inconvenientes. Al estrechar la mano del
amigo, uno de los dos puede hacerlo con más fuerza que el contrario. En
realidad, siempre que la potencia aplicada no sea excesiva, el darse la mano no
tiene mayor problema. Éste aparece cuando además de estrechar la mano, tomamos
o cogemos el brazo del contrario sin dejarlo, como si esa extremidad corporal
nos perteneciera. Con el abrazo sucede más o menos lo mismo. Hay personas que
“aprietan” de tal forma, que te sientes aprisionado por tan potente efusividad.
En cuanto a los besos habría que indicar que tanto aquellos que se intercambian
los enamorados en la boca, como los otros dados en los carrillos de la cara,
resultan profundamente antihigiénicos. No sólo por la limpieza de la epidermis
facial a la que te acercas, sino también por tu propio aseo bucal, que no
siempre está bien controlado y puedes transmitir gérmenes diversos.
Muchos recordarán
aquellas lejanas experiencias infantiles, cuando algún familiar se nos acercaba
y mostraba su cariño inmenso abrazándonos con tal fuerza que casi nos impedía
respirar con normalidad. Al abrazo seguían esos impactos repetitivos del “besuqueo”,
que no cuidaba o controlaba la expulsión de saliva, el intenso aroma a tabaco,
alcohol o lo que era aún más desagradable, esa halitosis bucal que tanto te
repugnaba. En ocasiones se nos obligaba a ir a “besar al tío Tomás”, con su
epidermis de sus carrillos curtida, agrietada, sudorosa, con los pelos de la
barba que tanto pinchaban, con esa dentadura casi anaranjada por la nicotina a
causa del desgraciado hábito de tanto fumar o ese aroma alcoholizado que
emanaba de su boca y dientes no cepillados. O cuando venía hacia nosotros la
tía Aurora, la de los fuertes abrazos, que te dejaba la cara estampada de
carmín con los besos encariñados. Desde luego hay personas que no pueden dejar
de repartir esa cadena de besos por doquier, como saludo básico, cuando está
demostrado que tal práctica dista mucho de ser saludable, fisiológicamente
hablando, sino que por el contrario resulta profundamente perjudicial, tanto
para el que la ejerce como para el que la recibe.
En estos tiempos infortunados
de pandemia que el mundo soporta, esos saludos de la afectividad se han
reducido o desaconsejado al máximo. Sin la menor duda, son muy peligrosos por
el posible contagio vírico, tanto a través de los besos, como al estrecharse
las manos y también, por supuesto, los abrazos. Pero hubo alguien a quien en un
momento desafortunado se le ocurrió la infeliz idea de que podíamos saludarnos
acercando nuestros codos. ¿Puede resultar plásticamente grato o hermoso ver a
dos personas que, en posición horizontal, están acercando sus codos cuando se
produce ese “feliz encuentro”? La verdad es que hay que ser muy generoso o
complaciente para encontrar un mínimo de belleza o estética en semejante
acción. Por fortuna, la O.M.S. (Organización Mundial de la Salud) ha expuesto
recientemente que los saludos “acodados” son también desaconsejables, por la
proximidad física de quienes los utilizan, acercamiento que puede posibilitar la
letal transmisión vírica.
Echando una ojeada a la
información histórica o a las costumbres sociales practicadas por determinadas colectividades, encontramos en
las mismas otros recursos más sanos y estéticamente más bellos, a fin de
cumplir con esos ritos educacionales para saludar a los demás. Veamos algunas
de esas prácticas.
La simple inclinación de
la cabeza y parte del torso resulta muy agradable y sin riesgo. El bajar la cabeza
y llevarse al tiempo la mano al corazón, supone sin duda una bella y cariñosa
imagen que difícilmente a nadie puede desagradar. Y tampoco es que hubiera que
acudir ahora al saludo militar, llevándonos la mano a la sien, sino simplemente
hacer un gesto con el brazo y la mano, elevándolo un poco (nada de extenderlo
al frente) como movimiento de saludo a la persona amiga, conocida o familiar.
Es otra útil posibilidad. Los riesgos para la salud serían nulos, pues se
mantiene la distancia entre las personas, no hay contacto físico alguno y se
cumple la habilidad social exigida para la buena convivencia.
Ciertamente todos
recordamos las canciones y pasodobles dedicados al besos y las páginas
literarias escritas sobre esos labios y bocas que se unen. Pero la higiene aplicada
con esas posturas resulta racionalmente inapropiada y contraria para la salud, tanto
en los tiempos infaustos de pandemia, como en las épocas providenciales de bonanza
y sosiego. No hay que olvidar que poseemos la fuerza inmensa de las palabras
para saludarnos. Apliquemos por tanto la prudencia y la racionalidad en
nuestras relaciones sociales. Todo sea en favor de nuestra salud y la de los
demás.-
José
L. Casado Toro
Septiembre
2020
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