Cuando era niño, alcé la voz y dije:
¡Voy a cambiar el mundo, madre!
(Pero el mundo se burló de mi bravata)
Fui joven y, valiente, reclamé:
¡Hay que cambiar el mundo, oídme!
(Pero el mundo andaba en sus asuntos
y me volvió a ignorar, el muy canalla)
Maduré, tuve mujer e hijos, perdí el pelo,
mudé el verbo, lo hice imperativo:
¡Cambiad el mundo ya, no es imposible!
(Pero el mundo siguió su rumbo errático)
Ahora, viejo, me atrevo a suplicar:
¿No habrá nadie capaz de hacer el cambio?
Pero nadie se ofrece voluntario
ni el mundo se endereza por su cuenta.
José Ramón
Torres Gil
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