Algunas
mujeres consideran que lucir una cabellera con canas es una moda pasajera,
porque eso siempre nos hace mayores. Hay quien opina que es el resultado de una
situación reciente, después de comprobar que no están tan mal, una vez superada
la barrera de unas raíces indiscretas en sus melenas maduras. Muchas las
tenemos entrecanas, por una cuestión genética, y ya lo asumimos sin más
colores.
Tengo
amigas que las llevan orgullosas desde hace tiempo por propia convicción, antes
de que se convirtiera en tendencia, y seguro que no se verían bien de otra
manera. Las chicas del pelo blanco que tengo la suerte de conocer poseen una
gran personalidad, que refuerza la nieve que corona sus melenas: Unas cortas de
la nuca al flequillo. Otras con rizos en cascada hasta los hombros como imagen
de su innata rebeldía. O largas y lacias naturales, en simbiosis con la
historia de una época donde se reivindicaron muchas libertades y que nunca pasarán
de moda. Plata por fuera, oro por dentro.
Muy por
encima de la coquetería de unos mechones, tanto en la blancura de unas, o bajo
el color escogido de otras, están nuestras identidades. Lo importante es sentirnos
libres para decidir lo que más nos gusta, sin olvidar que nuestro aspecto va tan
unido a las experiencias como a las arrugas que las acompañan.
Son el rastro de una vida que no oculta su pasado porque al tiempo nadie lo engaña.
Son el rastro de una vida que no oculta su pasado porque al tiempo nadie lo engaña.
Esperanza Liñán Gálvez
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