14 agosto 2020

EL BAÚL DE LOS RECUERDOS DEL BLOG DE AMADUMA

 (En esta sección recuperamos artículos publicados anteriormente en la historia del blog, para disfrutar de nuestro recorrido)


¿DE QUE COLOR ES LA SOMBRA DE UN NEGRO?

Editado el 17 de Diciembre de 2007


     Amín no había reparado nunca en su sombra, aunque ésta le acompañaba  en los largos recorridos desde el poblado hasta el lugar donde se hallaba el pozo de agua. El camino de ida  le resultaba ligero, y sus largas y  delgadas piernas avanzaban como las de una gacela a través de los sinuosos senderos de tierra roja, que recortaban el espesor verde y lujurioso de la selva. 

El regreso le resultaba mucho más penoso, cargados los hombros y brazos de varios recipientes llenos del líquido elemento, con el que su madre  podría guisar y administrarlo como si se tratara de un tesoro.  El sol le hería la espalda, y hacía que el sudor la recorriera por completo. Pero él, fija la atención en la vereda y en no derramar ni una sola gota de su preciada carga, permanecía ajeno a la belleza virgen del paisaje. Sus pensamientos se entremezclaban. Le acuciaba el deseo de llegar pronto a casa, comer la torta de mijo que su madre habría preparado, beber el cuenco de leche de cabra y con el hatillo de libros debajo del brazo volver de nuevo a pisar la roja aridez del camino, esta  vez con destino a la Misión española situada a varios kilómetros de distancia. Una distancia que recorrería veloz impulsado por la avidez del conocimiento, por el deseo de aprender en el que había fijado su primer objetivo; el paso previo y necesario para la decisión irrevocable que había tomado a sus trece años: emigrar. 

Emigrar a Europa, a uno de aquellos países cruzados por asfaltadas carreteras cubiertas de brillantes automóviles, donde los edificios parecían desafiar al cielo. Allí existían innumerables y lujosos comercios repletos de toda clase de maravillosas mercancías: televisores, ropa, alimentos; docenas, cientos, miles de alimentos diferentes. Su sueño:  poder trabajar y vivir en una casa que tuviera agua corriente y un baño en el que asearse, y  rescatar a su madre de aquella existencia miserable similar a la de la esclavitud. Y liberar a sus hermanas pequeñas de la terrible ceremonia de la "purificación", donde se mezclaban los gritos y la sangre, y en la que muchas morían  —casi niñas—, ignorando las razones de la mutilación, de la barbarie. 

La mente de Amín bullía con todos estos pensamientos, ajena por completo al color de su sombra. 

Pensaba que al regreso de la escuela, vendería en la ciudad los dulces que su madre elaboraba con harina de maíz y calabaza, y guardaría en aquel recipiente de barro cocido, unas nuevas monedas que incrementarían sus ahorros, y así un día y otro, y otro...

 Hasta que una mañana, en compañía de un grupo numeroso de compatriotas —todos mayores que él—, emprendió la terrible y fascinante aventura de embarcarse en un frágil "cayuco" hacia la tierra de promisión.

Lo hizo en aquel reducido espacio, hacinados, soportando de día la inclemencia de los rayos solares, los labios agrietados por la sed, el estómago reclamando comida; y, de noche, el frío, la humedad calándoles hasta los huesos y la profunda oscuridad que parecía devorarlo todo, incluso la esperanza.

 Por fin, con la mirada nublada, casi desvanecido, divisó la línea de la costa, la tierra prometida. —¡Gracias buen Dios!— Lo pronunció en español, tal y como se lo habían enseñado las monjas de la Misión.

 Después, todo ocurrió con gran rapidez. El empujón del negrero lo lanzó a las revueltas aguas. Nadó, braceó, luchó contra las olas que le zarandeaban con una fuerza que ignoraba de dónde surgía; resistiéndose, oponiéndose, sin entregarse, sin claudicar...

 Exhausto sobre la arena, observó una silueta de uniforme rematada por un extraño sombrero de charol negro. Dos brazos fuertes le levantaron, le cubrieron con una manta y le acercaron agua para que bebiera. Sus ojos tropezaron con la mirada compasiva y fue en ese instante cuando Amín reparó en su propia sombra y la distinguió de un color verde brillante, del color de la esperanza.


MAYTE TUDEA. 

 

3 comentarios:

  1. Un muy buen relato Mayte y que sigue de plena actualidad. Me alegra que se estén rescatando de fechas lejanas del blog. Por entonces aún no conocía a Amaduma. Doy gracias a tod@s por conoceros y seguir con vosotr@s. Enhorabuena.

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  2. Tus relatos y los de otros compañeros, así como lo artículos, enriquecen el blog. Gracias a vosotros por mantenerlo vivo.

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