LA BOTIJUELA
(Casi
todo verídico)
INTRODUCCIÓN. Era un caluroso día
de final de Agosto de hace unos años, cuando se celebraba una de las últimas
etapas de La Vuelta Ciclista a España; la segunda competición más importante del calendario
ciclista profesional, en la que estaban participando los mejores equipos y los
más destacados corredores del mundo. La etapa discurría por la sierra de los
alrededores de Madrid; una etapa durísima con cinco puertos de montaña de máxima categoría, en la que se
estaban jugando los primeros puestos de la clasificación General. A uno de
aquellos corredores, natural de Jaén, (Manuel Beltrán) le habían puesto el cariñoso
apodo de “Triki” Beltrán. Triki era un personaje del programa de televisión
“Barrio Sésamo”, y se le conocía como el “Monstruo de las Galletas”, por su
afición a este alimento, que tomaba continuamente. Beltrán también consumía
muchas galletas por su aporte de Hidratos de Carbono; fue por esto que los
compañeros del pelotón ciclista le pusieron el apodo. “Triki” era buen
ciclista, pero los mejores equipos lo elegían por ser un “gregario” de lujo;
estaba para ayudar a su jefe de filas en las más duras etapas de montaña. Ese
día de agosto, Beltran se encontraba, además, entre los primeros puestos de la
Clasificación General. Cuando se levantó notó que tenía algo de fiebre y
malestar general. En el desayuno lo comentó al Director del equipo, y este le
dijo que esperaba que la fiebre no fuera a más y tratara de pasar la etapa lo
mejor posible. Pero la fiebre iba subiendo, y antes de empezar la etapa se juró
a sí mismo que la acabaría y llegaría a Madrid entre los primeros. La carrera
empezó con rápidas escapadas de corredores con objeto de endurecer etapa y
poner a prueba a los primeros de la clasificación general. El primer puerto de
máxima categoría, lo pasó como pudo, al igual que el segundo. Pero al llegar al
tercero, la fiebre se le había
disparado, y un fuerte dolor de garganta, apenas le dejaba tragar. “Triki”
luchó hasta el límite de sus posibilidades, pero llegó un momento en el que no
pudo dar una pedalada más y, con toda la rabia del mundo y llorando por la impotencia,
se bajó de la bicicleta. Al verlo, se le acercaron un cámara de televisión y un
comentarista, que transmitían la carrera en directo, y este último le dice:
-
Esto es muy duro,
“ Triki”
El de Jaén levanta
la cabeza, lo mira, y le contesta:
-
¿Duro?, lo duro es coger aceitunas.
LA
RECOGIDA DE ACEITUNA. Se suele realizar entre noviembre y
febrero (algunos adelantan la recolección a fechas más tempranas) en días de
invierno, con campos helados o embarrados, y condiciones muy duras. Antes de la
introducción de modernas maquinas de
vareo y recogida que han aliviado algo el trabajo, casi todas las maniobras
eran manuales. Las cuadrillas de aceituneros las formaban hombres y mujeres,
que un año tras otros, solían repetir en los mismos tajos, tratando que la
temporada de recogida fuera lo más larga posible, pues, en muchos casos, eran
las ganancias que servían para vivir todo el año. Cada día acudían al tajo con
una talega en la que llevaban la comida para ese día, y la esperanza de que no
lloviera, pues si lo hacía, perderían el jornal. Aparte del trabajo, había
cierto espíritu de convivencia, que se acentuaba cuando en la cuadrilla había
muchachos y muchachas jóvenes. Aunque parezca mentira, en la recogida se
producían encuentros que, a veces, terminaban en noviazgos. Lo que los primeros días eran
furtivas miradas, mas adelante llegaban a ser
romances o amores no correspondidos. Y a lo decía la coplilla:
“El querer que te
tuve,
fue aceitunero;
Se acabó la
aceituna,
ya no te quiero”.
LA
BOTIJUELA. Se
llamaba así una vasija llena de vino que el patrón regalaba a la cuadrilla para
la comida (que cada uno llevaba en su talega) del día del “remate”, o final de
campaña. Pero en realidad, si la cosecha había sido buena, la cuadrilla pedía
al dueño que “se estirara”; esto es, que hiciera una buena Botijuela. Entonces,
a la tarde del último día de campaña, se
preparaba una pequeña fiesta a la que acudían los componentes de la cuadrilla
de aceituneros, sus familias y las del dueño. En la fiesta se hacía un baile entre los más jóvenes (y algunos
mayores); se contaban anécdotas de cómo había ido la campaña, y de las
relaciones más o menos platónicas o furtivas de los mozos y mozas nuevos, así
como cancioncillas pícaras o de doble intención. Se contrataba a un
churrero y a un músico acordeonista que animaban la reunión; entonces se
cantaban coplillas de amores, desamores o fracasos, relacionadas con la
recolección; algunas como estas:
Cogiendo la aceituna se
hacen las bodas,
quien no va a la aceituna no se enamora
¡qué tendrán madre, para cosas de amores, los olivares!
O
aquella otra:
Bajo un olivo, madre,
Se perdió mi honra
Que halló un aceitunero
Muy mala sombra
Bajo un olivo, madre,
La noche entera
Rodeada de brazos,
Estuve ajena
Así terminaba una campaña mas, con la esperanza de
volver la próxima, y que esta fuera provechosa para todos.
Pedro J. Tíscar Marín
Mayo de 2020
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