23 mayo 2020

LA BOTIJUELA


LA  BOTIJUELA

(Casi todo verídico)

INTRODUCCIÓN. Era un caluroso día de final de Agosto de hace unos años, cuando se celebraba una de las últimas etapas de La Vuelta Ciclista a España; la segunda  competición más importante del calendario ciclista profesional, en la que estaban participando los mejores equipos y los más destacados corredores del mundo. La etapa discurría por la sierra de los alrededores de Madrid; una etapa durísima con cinco puertos de  montaña de máxima categoría, en la que se estaban jugando los primeros puestos de la clasificación General. A uno de aquellos corredores, natural de Jaén,  (Manuel Beltrán) le habían puesto el cariñoso apodo de “Triki” Beltrán. Triki era un personaje del programa de televisión “Barrio Sésamo”, y se le conocía como el “Monstruo de las Galletas”, por su afición a este alimento, que tomaba continuamente. Beltrán también consumía muchas galletas por su aporte de Hidratos de Carbono; fue por esto que los compañeros del pelotón ciclista le pusieron el apodo. “Triki” era buen ciclista, pero los mejores equipos lo elegían por ser un “gregario” de lujo; estaba para ayudar a su jefe de filas en las más duras etapas de montaña. Ese día de agosto, Beltran se encontraba, además, entre los primeros puestos de la Clasificación General. Cuando se levantó notó que tenía algo de fiebre y malestar general. En el desayuno lo comentó al Director del equipo, y este le dijo que esperaba que la fiebre no fuera a más y tratara de pasar la etapa lo mejor posible. Pero la fiebre iba subiendo, y antes de empezar la etapa se juró a sí mismo que la acabaría y llegaría a Madrid entre los primeros. La carrera empezó con rápidas escapadas de corredores con objeto de endurecer etapa y poner a prueba a los primeros de la clasificación general. El primer puerto de máxima categoría, lo pasó como pudo, al igual que el segundo. Pero al llegar al tercero,  la fiebre se le había disparado, y un fuerte dolor de garganta, apenas le dejaba tragar. “Triki” luchó hasta el límite de sus posibilidades, pero llegó un momento en el que no pudo dar una pedalada más y, con toda la rabia del mundo y llorando por la impotencia, se bajó de la bicicleta. Al verlo, se le acercaron un cámara de televisión y un comentarista, que transmitían la carrera en directo, y este último le dice:

-        Esto es muy duro, “ Triki”

El de Jaén levanta la cabeza, lo mira, y le contesta:

-        ¿Duro?,  lo duro es coger aceitunas.

 

 

LA RECOGIDA DE ACEITUNA. Se suele realizar entre noviembre y febrero (algunos adelantan la recolección a fechas más tempranas) en días de invierno, con campos helados o embarrados, y condiciones muy duras. Antes de la introducción de  modernas maquinas de vareo y recogida que han aliviado algo el trabajo, casi todas las maniobras eran manuales. Las cuadrillas de aceituneros las formaban hombres y mujeres, que un año tras otros, solían repetir en los mismos tajos, tratando que la temporada de recogida fuera lo más larga posible, pues, en muchos casos, eran las ganancias que servían para vivir todo el año. Cada día acudían al tajo con una talega en la que llevaban la comida para ese día, y la esperanza de que no lloviera, pues si lo hacía, perderían el jornal. Aparte del trabajo, había cierto espíritu de convivencia, que se acentuaba cuando en la cuadrilla había muchachos y muchachas jóvenes. Aunque parezca mentira, en la recogida se producían encuentros que, a veces, terminaban en  noviazgos. Lo que los primeros días eran furtivas miradas, mas adelante llegaban a ser   romances o amores no correspondidos. Y a lo decía la coplilla:

“El querer que te tuve,

fue aceitunero;

Se acabó la aceituna,

ya no te quiero”.

 

 

 

LA BOTIJUELA.  Se llamaba así una vasija llena de vino que el patrón regalaba a la cuadrilla para la comida (que cada uno llevaba en su talega) del día del “remate”, o final de campaña. Pero en realidad, si la cosecha había sido buena, la cuadrilla pedía al dueño que “se estirara”; esto es, que hiciera una buena Botijuela. Entonces, a la tarde del último día de campaña,  se preparaba una pequeña fiesta a la que acudían los componentes de la cuadrilla de aceituneros, sus familias y las del dueño. En la fiesta se hacía  un baile entre los más jóvenes (y algunos mayores); se contaban anécdotas de cómo había ido la campaña, y de las relaciones más o menos platónicas o furtivas de los mozos y mozas nuevos, así como cancioncillas  pícaras  o de doble intención. Se contrataba a un churrero y a un músico acordeonista que animaban la reunión; entonces se cantaban coplillas de amores, desamores o fracasos, relacionadas con la recolección; algunas como estas:

Cogiendo la aceituna se hacen las bodas,
quien no va a la aceituna no se enamora
¡qué tendrán madre, para cosas de amores, los olivares!

 

O aquella otra:

Bajo un olivo, madre,

Se perdió  mi honra

Que halló un aceitunero

Muy mala sombra

Bajo un olivo, madre,

La noche entera

Rodeada de brazos,

Estuve ajena

 

Así terminaba una campaña mas, con la esperanza de volver la próxima, y que esta fuera provechosa para todos.

 

Pedro J. Tíscar Marín

Mayo de 2020

 


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