20 mayo 2020

EN BUSCA DE LA PRIMAVERA ARREBATADA


Todo siniestro o catástrofe, sea cual fuere su naturaleza, conlleva consecuencias y pérdidas para todos aquéllos que han de sufrir su ingrata y penosa influencia. La Humanidad, en estos meses transcurridos del 2020, soporta con manifiesto estupor y entereza una grave pandemia vírica, cuyas repercusiones finales son absolutamente imprevisibles a estas alturas del dramático proceso. Todos los habitantes del planeta, de una u otra forma, afrontan pérdidas de muy contrastada magnitud y naturaleza, cuya cualificación y cuantificación aún no podemos dar por cerrada, pues el letal contexto epidemiológico continúa, sin que la ciencia haya encontrado aún el medicamento eficaz que sepa frenarlo o suprimirlo.

En el triste plano de las pérdidas y carencias, cada persona, cada familia, cada región o país tiene su particular historia que reivindicar. Hasta el momento, unos habrán perdido más que otros, pero lo que es innegable es que todos los seres humanos vamos sumando aquello que la atroz epidemia nos ha ido ya arrebatando. Lo más importante e insustituible de este grave daño son los miles de vidas que ya no están entre nosotros. No son cifras que alcancen el volumen de las producidas durante las dos últimas grandes guerras universales (60 millones, 2ª Guerra Mundial; 10 millones, 1ª Guerra Mundial). Pero esas vidas, que ya no lo son por causa de la pandemia, es la consecuencia más letal y dolorosa de esta cruel plaga. Tampoco podemos olvidar a todos aquellos que aún mantienen la existencia, pero luchan contra su enfermedad postrados en las camas de los centros sanitarios. Nuestra ilusión y esperanza reza por su anhelada recuperación.

Para otras cuantificadas cifras de ciudadanos, la pandemia les ha arrebatado su puesto de trabajo, con todo el dramatismo, material y anímico, que ello supone no sólo para ellos, sino también para sus respectivas familias. Grave perjuicio tanto al trabajador dependiente, como al empresario que no puede abrir su establecimiento. A todos, además, nos han limitado preventivamente nuestra libertad de movimientos. No poder ir a pasear por la naturaleza, no poder ir a nadar en la playa o a la piscina, incluso no poder desplazarte a tu segunda vivienda situada a no muchos km. Aunque ahora, mes y medio después ya pueden hacerlo en la vía pública, los niños han tenido que jugar con su incontenible vitalidad confinados (como el resto de su familia) en el seno de sus hogares.

El sistema sanitario, colapsado por las urgencias víricas, ha pospuesto el tratamiento de dolencias ajenas a la propia epidemia. Hacer una consulta médica por teléfono es la solución que te era ofrecida. Sólo para las urgencias te era permitido el desplazamiento a un centro médico, para tener ante ti físicamente presente a un doctor en medicina.

El sistema educativo continúa cerrado, hasta nuevo aviso. La única vía posible para los profesores y sus alumnos es el uso de la comunicación telemática. Con todo el valor y la versatilidad de la comunicación on-line, no puede ser igual la docencia impartida en la atmósfera vital de un aula, que aquella que se realiza en la superficie de una pantalla de cristal líquido de 30 o 40 cm de diámetro. Cuando hace un par de días, el director del prestigioso Festival Cinematográfico de Cannes explicaba su inevitable supresión hasta el año que viene, concretaba “… un festival de Cannes on-line no es el festival de cine de Cannes”.

Podemos seguir añadiendo pérdidas de distinta magnitud, naturaleza y significación. Pensemos en las bibliotecas y sus salas de estudio; en los complejos cinematográficos y teatrales; en los conciertos y otros espectáculos; en los museos; en los centros expositivos; en los templos y oratorios; en los estadios deportivos y los gimnasios. Todos ellos cerrados. Y en cuanto a los eventos anuales, mencionar las ferias, Fallas, Sanfermines, Semana Santa, festivales, etc. La población de la tercera edad se ha visto privada también de poder disfrutar, para su hondo pesar, de ese entrañable viaje Imserso anual. Y así, un largo etc. de pérdidas y dolorosas carencias.

Y ¿hemos ganado algo, con esta durísima experiencia, aún inacabada? Es inteligente, saludable y plausible saber aprender de todo y no sólo de lo bueno. Resulta admirable y ejemplar el comportamiento profesional del personal sanitario, así como el de los distintos cuerpos y fuerzas de la seguridad. Hay que elogiar la benefactora acción desarrollada por las organizaciones que ayudan a los más necesitados. También digno de aplauso, la cívica, responsable y paciente actitud de millones de familias, en la dureza atípica de un confinamiento preventivo que aún se prolonga. Valorar ese aprendizaje, también muy importante, acerca de cómo implementar la autoprotección en nuestra salud física y mental. Y, por supuesto, esa profunda cura de humildad que la Humanidad necesitaba y necesita. Como antes se decía, contra la soberbia, humildad. El género humano no todo lo puede. Somos personas. El reino de los dioses estará en los cielos o en ese Olimpo ilustrado por la mitología clásica. Por eso seguimos confiando en la ciencia, seguimos esperando los resultados de la medicina. No nos queda otra.

Probablemente algún lector se estará preguntando si habría algo más que destacar, en todo aquello que el maléfico virus nos ha hurtado ya para nuestras vidas. Como decía aquel niño de sabia inocencia, que pensaba en las flores, en los atardeceres y en los amaneceres, en la brisa que mueve las olas y las ramas arbóreas, en esa fragancia y aroma que regala y embriaga la naturaleza: “en este 2020, me han arrebatado la Primavera”.-

 

José Luis Casado Toro


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