08 marzo 2012

¡HOY ES MI DÍA, ALELUYA!

Suena el despertador de esa forma tan propia y tan antipática, como sólo él sabe hacerlo. Son las seis de la mañana. Una hora infernal, absolutamente inadecuada para que cualquier persona decente se vea obligada a levantarse.

Junto a mi costado, e incrustándome una rodilla en los riñones, siento el cuerpecillo de una de mis hijas, que esta noche ha tenido “malos sueños” y se nos ha colado de “rondón” en la cama, instalándose entre su padre y yo en posición diagonal, y convirtiendo nuestro colchón en un campo de rugby. Observo su carita dulce y sonrosada y su respirar profundo: ¡angelito! me digo a mí misma.

Medio sonámbula aún, y dando traspiés llego a la cocina. Enchufo la cafetera, voy exprimiendo las naranjas, saco del congelador los filetes para el segundo plato y comienzo a vaciar el lavavajillas que cargué anoche antes de irme a la cama. Mi marido aparece en escena; nos damos lo buenos días como autómatas y él comienza a preparar los bocadillos de los niños para el recreo, y a revisar las mochilas. Recojo la ropa del tendedero, porque aunque aún no ha amanecido, el cielo parece amenazar lluvia. Doblo las prendas con una rapidez increíble y del cesto de ropa sucia voy llenando la lavadora: el detergente, el activador del lavado, el suavizante, giro el mando y ¡listo!

Ahora he de enfrentarme con el momento más duro del día, despertar a las pequeñas. Son apenas las siete menos cuarto, pero a las siete y media han de estar listas en la parada del autobús. Son muy afortunadas, ya que diariamente realizan un recorrido “turístico” por la ciudad antes de llegar a su colegio. El rosario de quejas es habitual y reiterativo: “Tengo mucho sueño, mamá”, ¡Que fría está el agua!, ¡No me des tirones!

Por fin, vestidas y aseadas, las dejo junto a sus cuencos de cereales, sus vasos de zumo, y la supervisión de su padre que les está limpiando los zapatos. Mi habitación está helada. El ventilar a estas horas de la mañana, es como sumergirse en una cámara frigorífica. Estiro las sábanas y el edredón, ¡que invento, Dios mío! Y al baño. La ducha, aunque rápida, me despabila. Me visto en un pis-pas, y sin apenas mirarme en el espejo, me doy unos ligeros retoques.

Despierto a mi hijo mayor, y le hago, como todos los días, las recomendaciones del alma. “Desayuna, haz tu cama y la de tus hermanas, llámame al llegar al Instituto, no te olvides de dejar la nota en la frutería, compra el pan al venir...” Me bebo el café de pie, y voy corriendo a lavarme los dientes.

Sonriendo, nuestras hijas se despiden de nosotros desde el autobús del colegio, ya reconciliadas con el mundo.

Apenas pasan dos minutos de las ocho de la mañana y estoy sentada frente al ordenador, en mi mesa de trabajo. Quedan siete horas por delante en las que habré de realizar mi trabajo profesional antes de enfrentarme de nuevo a mis obligaciones como ama de casa. Reflexiono sobre mi “status” de “mujer realizada” y doy las gracias por ello.

Un compañero, se acerca con tono festivo y me dice: ¡Muchas felicidades, hoy es tu día, el día de la mujer!

En homenaje a mis nueras.

Mayte Tudea Busto.
8-Marzo-2012



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