25 agosto 2011

RELATO A CONCURSO Nº 019 - "LOS LIBROS"

La buhardilla de la casa del pueblo de mis padres, donde pasé parte de mi infancia, era alargada, muy amplia y bastante luminosa. No sé por qué, me viene a la mente siempre que recuerdo los años de mi infancia en este pueblecito del interior de mi ciudad.
Era un rincón apartado del tiempo, de todo y de todos los que me rodeaban. La buhardilla era el refugio de mis sueños. Estaba llena de viejos recuerdos que dormían allí, sin que nadie turbara sus sueños.
Sí, viejos recuerdos…Sí. Acariciados por los tibios rayos de sol que se filtraban por el único ventanal de la buhardilla, y desde el cual yo divisaba el paisaje del pueblo donde pasé parte de mi niñez; con su alto cerro de casitas blancas.
Recuerdo aún la antigua mesa de camilla con su mantel de algodón de ricos colores y dibujos, que el tiempo iba palideciendo; la antigua mecedora del abuelo José, donde yo solía sentarme para leer mis libros preferidos.
En mi cabeza se acumulan lejanos recuerdos. Sentada sobre aquella vieja mecedora, la mirada perdida a lo lejos, evoco escenas de mi niñez: las tardes de verano, paseando por las afueras del pueblo, cuando el sol coloreaba el cielo de un rojo rosáceo y el olor a heno procedente de una era muy cercana se esparcía por doquier; las desgastadas escaleras que tantas veces subía yo, silenciosamente, para deslizarme hasta la buhardilla. Allí me había forjado un mundo distinto al que me rodeaba. Un mundo rosa, de sueños y juegos, de risas y fantasías, de magia e ilusión: el mundo de los niños.
Al ir transformándome en una jovencita, y comenzar mis estudios, fui alejándome cada vez más de aquel mundo rosa que acabó perdiéndose en el olvido para dejar paso a otro, demasiado serio para mi.
Todo se perdió en el ayer. Bueno…No todo.
En la buhardilla había un lugar en mi mente muy especial, “ El rincón de los libros”. Sus dibujos llenos de fantasías, de sueños y de belleza, despertaban en mí algo inexplicable.
Mis anhelantes ojos de niña observaban ávidamente cada detalle, cada trazo, cada nueva página que ojeaba pausadamente.
Mi madre: buena lectora y escritora; excelente maestra; gran dramaturga y rapsoda, no pudo prepararme un rincón más acogedor que éste para mi futura formación.
En mi rincón de los libros, se mezclaban el “ Verde que te quiero verde”…de Lorca, con los diversos sainetes de Arniches, el espiritualismo de Machado, la imaginación de Julio Verne, el ambiente madrileño creado por Galdos, la infantil fantasía de los hermanos Grimm, los anhelantes y dulces versos de Fray Luís de León, el desgarrador y desengaño de Jorge Manrique, la belleza y sensibilidad de Bécquer, la “poesía pura” y ese “Platero y yo” de Juan Ramón Jiménez…¡ Qué atrás quedó todo aquello!
Ahora estoy de nuevo aquí, sumergida con mis viejos amigos, “Los Libros”. En mi mundo rosa otra vez, pero con un bagaje lleno de anécdotas y conocimientos después de haber hecho camino al andar; cómo diría Antonio Machado.
El sol se pone. El paisaje es un juego de luz y de sombras, y la luna hace su majestuosa aparición. Su luz es helada y entra por el ventanal, envolviendo mi buhardilla. Siento frío, quizá “Los Libros”, también. No, ellos están dormidos aún…porque todos se destruyen entre los géneros literarios. Parece que los de poesía se despiertan poco a poco. La poesía, es la nodriza de la belleza y se ocupa de cuidarla diariamente; el teatro cuida de la diversión, del llanto, de la protesta; a novela prefiere la realidad de la vida y la fantasía, por eso el mundo necesita de ese rinconcito.
Libros distintos, de todos…. Que sepan instruir debidamente a los jóvenes, hombres y mujeres: del ayer, del hoy, y sobre todo, del mañana; para que sean capaces de hablar fuerte, de despertar al mundo y gritarles al oído que los libros son nuestros mejores amigos.


Maruja Quesada


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