21 agosto 2011

RELATO A CONCURSO Nº 015 - MODELO ANONIMA

Hay un bullicio ensordecedor, se acerca la hora del desfile y los nervios se han hecho dueños de las modelos, estilistas, maquilladores, modistas y también de los empleados que deben preparar la pasarela como si se tratara de Cibeles. Es la primera vez que se presenta este evento en un gran almacén; un desfile de la próxima temporada primavera-verano y podría suponer un gran éxito de ventas o un desastre total.
En esa locura colectiva, parece que nadie tiene confianza en que saldrá bien:
-Necesito a la modista, se acaba de romper esta costura; que venga rápido porque también hay que retocar el largo. –dice a voz en grito la diseñadora, mientras sujeta con alfileres un vestido de lentejuelas negro, que enfunda a una escuálida modelo, con un moño tan cardado que desafía las leyes de la gravedad.
-Vamos, ahora pasa tú a maquillaje, no tenemos tiempo. En cinco minutos salimos y todo está sin terminar. –vocifera el director que a la vez va situando a las chicas por su orden de salida y dándoles los últimos retoques, bien sea colgando un bolso de su mano, una pulsera, un collar o lo que crea puede ayudar a su imagen para ensalzar al patrocinador del desfile.
En los improvisados camerinos, que son unos antiguos probadores cercanos al almacén ya no queda nadie, todo el mundo está saliendo a escena entre focos, música y altavoces. Los aplausos llenan el ambiente, los nervios se van relajando y empieza a flotar en el aire un sabor a triunfo.
El ayudante del asistente de maquillaje abre la puerta y se encuentra a una chica sin maquillar, sentada frente al espejo con la melena suelta, unos grandes ojos tristes y gesto de decepción en el rostro.
-No me lo digas, te ha pasado igual que a mí. Estoy seguro que no te han dejado desfilar, no te preocupes, yo tampoco he tenido ocasión de poner ni un poco de colorete. –le dijo a la chica.
Ella no respondió, pero el joven le aseguró que ninguno de los dos se irían a casa esa noche sin haberse estrenado en sus trabajos.
Enseguida buscó una felpa, la estiró suavemente sobre su melena y la anudó por detrás a la altura de la nuca, no quería ensuciarle ese increíble pelo negro que brillaba con luz propia.
La chica seguía callada, pero un gesto de aprobación reflejado en el espejo parecía darle permiso para continuar.
Buscó todo lo que iba a necesitar, giró el sillón hacia delante y observó la cara con gran profesionalidad, para ver donde debía corregir imperfecciones.
Realmente no había nada sobresaliente ni deforme en aquel rostro; su ovalo era perfecto, no necesitaría sombras oscuras para disimular un caballete en la nariz o un prominente mentón.
Polvos compactos, un poco de color en las mejillas, sombra de ojos y delineador en el párpado superior, para dar más expresión a esa lánguida mirada. Después algo de máscara en las pestañas, pero sólo en las puntas, para que parezcan mas naturales.
Había quedado perfecta; le faltaba resaltar el color de esa boca algo apagada, cuyos labios poco simétricos eran un desafío para su destreza con el pincel y el carmín.
Tenían que quedar luminosos, frescos e incitar a ser besados; por lo que escogió los tonos que le iban mejor con sus ojos miel y el color de piel.
Cuando acabó, se quedó mirando fijamente aquel bello rostro. La transformación era increíble por lo que se sintió orgulloso de su trabajo.
-¿Es qué no vas a decir nada? –le preguntó a la chica, pero seguía sin decir palabra.
Había terminado el desfile y como un río multicolor, lleno de bellezas envueltas en gasas y descalzas con los tacones en las manos, empezaron a llegar las modelos para desvestirse. El joven no debía estar allí y sin conseguir la esperada respuesta, tuvo que salir corriendo hacia la calle, mezclándose contra corriente para no ser descubierto.
Una triste satisfacción se dibujó en su semblante, al pensar que nadie más que ellos dos habían sido testigos de aquella metamorfosis, por la que no le dieron ni las gracias.
Seguramente algunas manos intrusas borrarían su obra maestra y dentro de un rato la chica se iría a su casa, con la cara lavada y sin rastro de aquella noche.
A la mañana siguiente y como un autómata, se encaminó a los grandes almacenes. Varias personas estaban delante de uno de los escaparates, se abrió paso como pudo y vio que estaban admirando a una maniquí, sentada en el banco de un simulado parque, que no era otra que su “modelo anónima”, luciendo un vestido primaveral muy acorde con ese fresco y sutil maquillaje que hacía exclamar a todos: ¡Parece que está viva!
Creyó ver cómo cerraba en un cómplice guiño uno de sus ojos desde el otro lado del cristal, esbozando una ligera sonrisa que movió la comisura de los labios; los mismos que perfiló a conciencia en los improvisados camerinos y en los que hubiera deseado perderse…


Esperanza Liñán Gálvez

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor: Se ruega no utilizar palabras soeces ni insultos ni blasfemias, así todo irá sobre ruedas.
Reservado el derecho de admisión para comentarios.

Buscar