28 julio 2011

RELATO A CONCURSO Nº 002 - LA BAÑISTA

Como un regalo adverso por sus cuarenta y seis cumpleaños, cerró la casa de modas en la que Marina era diseñadora desde hacía más de veinte años. La creatividad del mundo de la moda le apasionaba, vivía por y para ella, y se sentía fatal. Su marido se iba al trabajo, los hijos a la facultad , y ella, se quedaba a solas con su abulia y su desilusión.
Una tarde al entrar en su dormitorio, la cama parecía atraerla, deseaba meterse en ella, taparse la cabeza y perder la noción del espacio y la realidad. Al bajar la persiana, un rayo de sol la deslumbró, y se dio cuenta de que estaba a mediados del hermoso mes de mayo. Como una sonámbula se puso un bañador y un pareo, cogió el bolso, metió en él una toalla y el primer libro que tuvo a mano y se encaminó a la playa. Cuando llegó el sol estaba radiante, la mar celeste y en calma y la playa vacía, sólo había una bañista. La bañista era alta y delgada y su bikini negro mojado acentuaba más su delgadez. En la orilla se estrujó con las manos su melena y Marina vio en su rostro armonioso el brillo penetrante de unos ojos enigmáticos y oscuros. Sin saber por qué la bañista despertó en Marina curiosidad, y para desentenderse de ella cogió el libro ( ”Vida después de la vida” era su título) y comenzó a leerlo. La bañista paseaba por la playa y al pasar junto a ella la saludó con una voz bien timbrada. Esta escena u otras parecidas se repitieron varias tardes, hasta que en una tarde de gruesa marejada, coincidieron en sus paseos por la orilla y se vieron juntas hablando de inquietudes y preferencias. Se presentaron, la bañista se llamaba Eloísa, nació en San Sebastián, y allí vivía, aunque había trabajado mucho tiempo en Madrid, Roma y París. En la actualidad estaba haciendo un recorrido itinerante por el Sur y no tenía decidido cuándo regresaría a su tierra, allí no la esperaba nadie.
Sin citarse, se encontraban todas las tardes en la playa. Una tarde Marina llegó antes, abrió su libro y se puso a leer. Estaba intrigada con uno de los testimonios de libro cuando oyó a Eloísa que la saludaba. Después del saludo le preguntó qué libro leía, y al enseñárselo ella respondió:
-Yo he vivido una experiencia como las que relata Raymon Moody.
Al ver la mirada entre incrédula y asombrada de Marina, ella dijo:
-Sí, la viví hace cuatro años, mi madre aún no había fallecido, y cambió el rumbo de mi existencia. Sucedió en mi apartamento de París. Tenía que ir a un pase de modas en el que desfilaban unas modelos que había preparado en mi academia, y para planchar el traje que iba a ponerme coloqué la tabla de la plancha cerca de la puerta del salón. El cordón de la plancha era corto y le puse un prolongador, y como la corriente no le llegaba, para arreglar el problema cometí la imprudencia de no desconectarlo del enchufe, cogí un destornillador y comencé a manipularlo, al instante sentí una descarga en todo mi cuerpo y noté que iba a una velocidad vertiginosa, no sabía dónde. Veía a mi cuerpo, con mis propios ojos, pero desde otra perspectiva, sabía que era yo, aunque mi cuerpo parecía no pertenecerme. De pronto, me sentí casi etérea y que una paz muy dulce me envolvía, iba como flotando por un túnel, al fondo del cual divisaba una luz blanca y brillante que me atraía. Iba hacia la luz hipnotizada y a medida que me acercaba a ella era más feliz. A pesar del estado irreal en el que me hallaba, me acordé de mi madre y quise hacerla partícipe de mi felicidad.
-Mamá, mamá, soy muy feliz ¡Mamá, adiós!- murmuré en un susurro.
Sintiendo que me iba, me debatía entre irme o quedarme, entre el placer que sentía al acercarme a la luz y el sufrimiento que mi marcha le ocasionaría a mi madre. Pudo más mi amor de hija y comencé a gritar:
-¡No quiero irme!¡Mamá, mamá ven, dame la mano, llévame contigo!
Noté que tiraban de mí, que la luz perdía brillo y que se alejaba lentamente hasta perderse de mi vista. Un teléfono parecía sonar no muy lejos, quería ir a cogerlo y no era capaz de levantarme. Me dolía la cabeza y me sentía como si viniera de una latitud desconocida. Desorientada, sin noción de la hora ni del lugar donde estaba, logré incorporarme y me di cuenta de que era de noche, que estaba al final del salón y, que me había dado un golpe en la cabeza con el quicio de la puerta.
Esa noche la pasé en blanco y medité sobre el mundo ficticio y banal en el que me desenvolvía. El prestigio de mi academia se basaba en la preparación de las chicas con una disciplina casi espartana para triunfar a toda costa en la moda. Les enseñaba trucos de nutrición y artificios para que dieran la imagen que los modistos deseaban, eran para mí como robots de mi creación. Mi trabajo se centraba en la estética, pasaba de sus sentimientos, lo importante era que triunfaran, en su triunfo, estaba el mío. Traspasé la academia y volví a San Sebastián, y hasta que mi madre murió la cuidé intentando darle el cariño que le escatimé deslumbrada por una vida superficial que me ha dejado un gran vacio en el alma. Mientras Eloísa hablaba, Marina identificaba sus errores de conducta con los suyos.
Un mañana, Marina amaneció con dolor de garganta y como hacía temporal no fue a la playa hasta los tres días. Al llegar buscó a Eloísa y no la encontró. Los días siguientes fueron lamentaciones por no haberle pedido su teléfono y de búsqueda infructuosa. No la volvió a encontrar.
Pasadas un par de semanas, ojeando un periódico atrasado leyó:
-“Una mujer que no ha sido identificada ha aparecido ahogada en la playa de Levante. Es alta y delgada y tendrá unos cuarenta y tantos años. Se cree que sería arrastrada por la resaca del temporal que azota nuestras costas...”
A Marina se la vino a la mente Eloísa, y cogió el teléfono para recabar información del periódico, pero lo colgó. No quería saber lo que intuía, no quería pensar en la bañista viendo otra vez la luz blanca al final del túnel sin nadie que la rescatara o ¿sería lo que ella deseaba?


Amalia Diaz
Julio2011

1 comentario:

  1. Me parece un fiel reflejo de la vida de muchas mujeres actuales. Agil y bien narrado.
    Enhorabuena.

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