19 abril 2011

DISTINTAS FORMAS DE VIVIR LA SEMANA SANTA

Mayte Tudea.
18-Abril-2011

Un silencio opresivo envolvía las calles que comenzaban a oscurecer, aquellas calles del casco viejo de mi ciudad que empezaban a iluminarse a través de los faroles que despedían una luz mortecina y opaca.

Ese silencio, de cuando en cuando rasgado por el sonido de una trompeta con la que se iniciaba una especie de marcha fúnebre interpretada por una banda que desfilaba marcial y rigurosa, producía en los espectadores un sentimiento de incómoda desazón, de tristeza envolvente, aumentado por el sonido chirriante de las ruedas que desplazaban el “paso” correspondiente -pasos en los que se recreaban las distintas estaciones de la Pasión de Cristo- austeros, desnudos de cualquier artificio, desprovistos de todo adorno que no fueran unas flores sencillas y frescas, y en los que únicamente destacaba el rostro de las tallas en las que quedaba reflejado el dolor o la angustia del momento que representaban.

La Santa Cena, la Oración del Huerto, el Prendimiento, la Coronación de Espinas, el Camino del Calvario, culminaban en la Crucifixión y Muerte, y en la imagen de una Virgen Dolorosa en la que se representaba toda la amargura que un rostro podía expresar; tras el Descendimiento, el Santo Entierro, y ¡por fin! el domingo, la Resurrección de Cristo en el que todas las campanas cercanas o no, volteaban a la vez con un sonido repetitivo y alegre, un sonido alentador que disolvía el desasosiego que durante los últimos tres días nos había cercado, oprimido, y en el que la tristeza imperante quedaba vencida por una exultante esperanza.

Así eran o así las recuerdo las procesiones de la Semana Santa de mi niñez, en un Norte de tardes frías y destempladas, sobrio en sus manifestaciones de dolor y también parco en las de alegría.

De ahí la conmoción que me produjo la primera vez que me “enfrenté” a la Pasión malagueña. Me resultaba absolutamente extraño a mis costumbres el increíble barroquismo de sus imágenes, la belleza exuberante de los tronos, los artísticos bordados de los mantos, la riqueza de las joyas que adornaban a las vírgenes, la profusión de flores y de olores, y sobre todo, la calle; la calle bullente, agitada, llena de miles de personas trasegando de un lugar a otro, gritando a las imágenes, jaleándolas, aplaudiéndolas, una explosión de emociones a flor de piel y canalizadas a través de las gargantas...

He de confesar que en esta Málaga de mis amores, he experimentado varias “borracheras secas”, sin que el alcohol haya tenido ninguna participación: la primera, la de aquella calurosa noche de Agosto en el Parque, en el momento álgido de una Feria que yo contemplaba por primera vez, donde la música, el colorido, la alegría desbordante y el intenso olor que desprendían las biznagas me marearon de tal manera, que tuvieron que llevarme hasta la farola donde la serenidad de un tranquilo Mediterráneo me sosegó... y volví ya dispuesta a disfrutar del jolgorio ferial; y la segunda, la Semana Santa vivida inicialmente también, y a la que me estoy refiriendo en este comentario.

El choque en un principio para mí fue brutal por lo sorprendente, por lo extraordinario... Me costó asimilar la inmensa diferencia entre las dos Pasiones: la del Norte y la del Sur. En mi descargo diré que era muy joven todavía...

Ahora bien, cuando en un rojizo y tardío atardecer de un lunes santo, caminando hacia el Puente de Tetuán, -antes de la remodelación de la zona- ví avanzar la figura de El Cautivo al que una brisa leve ondeaba la túnica que lo cubría, y que parecía desplazarse flotando sobre el trono, sobre las personas, como si de un momento a otro fuera a elevarse hacia el cielo, un nudo me comprimió la garganta y una especie de “revelación” me hizo entender claramente el significado de la Pasión malagueña.

Y luego, a lo largo de los años, y aunque no soy especialmente “semanasantera”, se han producido otros momentos de emoción que están grabados en mi memoria; allí permanecen celosamente guardados y sólo los rescato en determinadas ocasiones.

La entrada del trono de una Virgen -cuya advocación no puedo ahora recordar- a través de la Puerta de las Cadenas de la Catedral, en una noche templada de primavera, con una magnífica y redonda luna llena que iluminaba la escena con una luz especial, blanca y fría; el olor intenso del azahar perfumando la escena, la dificultad para conseguir que el trono pasara por un espacio tan ajustado, magníficamente salvada por los cofrades que lo portaban, y la ovación cerrada que les dedicaron los fieles, es otro de los instantes que me dejaron huella.

Y aunque no voy a recordarlos todos, me conmovió muy especialmente el paso de la cofradía de los Servitas frente a la Iglesia de San Agustín, de noche cerrada, en un silencio sepulcral en el que se oía hasta la propia respiración, y me sumergió de nuevo en mis vivencias de la niñez por la similitud en el recogimiento y en la gravedad con la que desfilaban.

Al final y en casi todos los aspectos de la vida, sólo termina comprendiéndose lo que se vive en carne propia. Yo, tras el primer impacto, he terminado entendiendo la peculiaridad de la Semana Santa malagueña, de su innegable belleza, incluso de su desbordamiento, y esa religiosidad manifestada en voz alta, cuando al paso de la Virgen del Rocío –por señalar alguna- cientos de gargantas gritan con pasión: ¡Guapa!

4 comentarios:

  1. ¡Ole, ole y ole! Ni una coma que añadir para expresar tanto.

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  2. Querida Mayte, aunque no se sea “semanasentero,” hay momentos en la vida que te deja gran impacto al contemplarlas. Comprendo que te costara asimilar esa gran diferencia de Semana Santa cuando llegaste al Sur. Ahora la diferencia es, que tienes tres Pasiones: Pasión del Norte, Pasión del Sur y “Pasión Universitaria.” Espero que disfrutes de las tres. Un fuerte abrazo, Maruja.

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  3. Amigo Joaquín: Como malagueño y cofrade quiero agradeceros este detalle. Lamentablemente hay mucho público...y algún que otro cofrade, mal educado y todo esto viene muy bien. Hay quien critica a las Peñas por tanto pregón y exaltación como se organiza en cuaresma, pero es positivo aunque algunos detalles protocolarios del desarrollo de estas actividades roce la vulgaridad, pero algunos no dan más de sí y es mejor que hagan estas cosas que nada. Gracias a esto y al cambio en el comportamiento de las cofradías, el público va aprendiendo a ver las hermandades ya respetar las Estaciones de Penitencia, más que porcesiones o desfiles procesionales. Un abrazo y te repito, gracias para ti y todo el equipo que formais. Un abrazo. Juan

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  4. Hoy he abierto el correo despues de Semana Santa y me he encontrado con esto, me ha sorprendido, manifiestas unos sentimientos semanasanteros muy bonitos.
    Otra muestra de que ya eres más malagueña que de otro lugar.
    Un beso.
    Mª E.

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