21 marzo 2011

HISTORIA DE UNA CADERA QUE NUNCA DEBIÓ ROMPERSE

Estaba llena de vitalidad, de proyectos, incluso de ilusiones. Sí, sí, de ilusiones. No importa la edad para mantener la capacidad de entusiasmarse por determinados planes, aspirar a realizar nuevas cosas e incluso plantearse superar algunos retos, aunque sin perder nunca el sentido de la realidad.

Vivir no es otra cosa que estar interesado por uno mismo y por los demás, sentir curiosidad por lo que nos rodea y hasta apasionarse por una idea o un anhelo con el que se sueña y que se intenta lograr.

Pues en eso estaba. Había sido invitada al Congreso de la Mujer Mayor que se iba a celebrar en Madrid los días 7 y 8 de Marzo como homenaje a una generación de féminas que vivieron en una época difícil de nuestro país, que cuidaron de sus hijos, de sus padres y actualmente de sus nietos, a las que las leyes imperantes en aquel momento sólo les concedían una ciudadanía de segunda clase, sometidas a la autoridad del varón, una generación de “supervivientes” que en su mayoría no pudieron prepararse ni profesional ni intelectualmente para la vida, pero que demostraron contar con el valor y la voluntad necesarias para superar las dificultades que se les presentaron, y dejar bien claro que eran por derecho propio merecedoras de caminar a la misma altura que el hombre y de ser sus compañeras y no sus esclavas.

Espero que lo anterior no haya resultado un manifiesto feminista demasiado descarado, porque a mí, determinados aspectos del feminismo me producen un virulento “sarpullido”.

Había trabajado y terminado para ese Congreso un “Informe sobre la Mujer Mayor Universitaria” referido a las compañeras que acuden a las Aulas de los Programas Universitarios de Mayores, y me hallaba disfrutando de la compañía de otras representantes de distintas ciudades españolas –con muchas de ellas me une una buena amistad- y escuchando las disertaciones de algunas mujeres importantes, Cristina Almeida, Carmen Alborch, Rosa Regás. Todo iba sobre ruedas. Pero una escalera mal señalizada y a semi-oscuras rompió el encanto. Unos segundos intentando mantener el equilibrio, para finalizar en una caída de lo más aparatosa y ruidosa.

El personal sanitario que intentó ayudarme no consiguió ponerme en pie porque mi pierna izquierda se había independizado del resto del cuerpo –-como la República de Ikea-, y se negaba a someterse a los dictados de éste. Pasaré de puntillas sobre el dolor, la impotencia, el enfado conmigo misma, el traslado al Hospital de la Paz, y el gesto grave del traumatólogo cuando me confirmó que la cadera estaba fracturada y había que operar.

Reflexioné unos minutos sobre la situación y decidí lo que me parecía mejor para mi familia. Regresar y operarme en Málaga. Los casi seiscientos kilómetros en la ambulancia (furgoneta), “botando” sobre la carretera, es una experiencia que no espero repetir.

Y luego en el Hospital Clínico, la operación, que fue muy bien, el pos- operatorio, el alta y la vuelta a mi casa. Y ahora la rehabilitación por mí misma y esforzarme por recuperar cuanto antes mi estado anterior al percance.

Perdónenme por favor el protagonismo, pero sé de muchas personas que han llamado interesándose por mí, con las que no he podido hablar, y a las que les gustaría conocer lo que me ocurrió.

Y ahora me centraré en el motivo que me ha impulsado a escribir estas líneas. Como optimista irredenta que soy, he sostenido que en la vida se aprende de un modo continuo. Y que de las experiencias negativas, por traumáticas que sean, siempre se obtiene algo aleccionador, o positivo, que nos ayuda a madurar como seres humanos y nos permite ampliar nuestra visión del mundo. Esto era algo conocido para mí, y sin embargo, siempre que se produce un hecho nuevo me sorprenden las reacciones en cadena que provoca, y me desconciertan en algunos casos, y me asombran en otros.

La entrega total de mis hijos, de mis nueras, de mi sobrina, de mis nietos, y los sacrificios que han asumido con tanta facilidad y de tan buen grado me han emocionado, pero resultaba esperable aunque quizá no en esa medida. Ahora bien, la sorpresa mayor la he recibido de aquellas personas que se llamaban amigas, y que han demostrado serlo de verdad, incondicionalmente, en el momento justo, preciso y necesario. Gracias a todos, de corazón.

Y trataré de olvidarme de aquellas que no tuvieron el don de la oportunidad, ni de la discreción, ni del tacto que requería el momento. Cuando además, con los dedos de una mano sobran para contarlas.

Y en otro momento escribiré del Congreso de la Mujer Mayor que no pude ver finalizar, y les hablaré de las impresiones que me produjo.

Ahora me propongo recorrer los cien metros lisos sobre mármol, en la especialidad de muleta, y a un ritmo no superior a tres pasos por minuto. Ya les contaré.



Mayte Tudea.
20-Marzo-2011


4 comentarios:

  1. ¡Como si "una" (ni siquiera las dos) cadera fuera a poder con UNA MAYTE¡.
    No se lo cree ni ella (la cadera).

    Un beso, paciencia y a recuperarse, que la calle espera.

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  2. ...y sigues estando llena de vitalidad, proyecto, ilusiones y lo mejor,transmitir tu fuerza y alegría.

    Tómalo como una vacaciones que has escogido para superarte en la faena que te espera.Que bonito que digas que los tuyos y hasta tus nietos han superado tu imaginación..

    Tus amigos todos,los que se han expresado y los que no, todos te esperan. No tardes, no los hagas esperar.

    Venga Mayte que eres la misma que un día se bajó al Sur. Paco.

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  3. Mayte lo peor ha pasado, sigue viendo el lado positivo y adelante, antes de que te des cuenta vas a estar saltando de un lado a otro.
    Tú puedes con todo ¿Que es una cadera para ti?

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  4. Con el ánimo de superación y fortaleza que te caracteriza en los momentos difíciles, eres un ejemplo para todas las "compis" del Aula de Mayores.
    Espero y deseo de corazón que esa recuperación sea lo mas breve posible.
    Te esperamos. Saludos .Remedios

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Por favor: Se ruega no utilizar palabras soeces ni insultos ni blasfemias, así todo irá sobre ruedas.
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