11 enero 2008

MÁLAGA: PERTENECES A ELLA...........

Mayte Tudea

Mediados los años sesenta, tuve la fortuna de desplazarme a vivir desde las brumas lluviosas del Norte, a los limpios e intensos azules de los cielos del Sur. Este cambio me produjo una impresión tan intensa, de la que transcurridos más de cuarenta años, aún no he podido ni querido recuperarme.

Recuerdo que llegué a Málaga en plena canícula. Era un tórrido mes de Agosto, en el momento álgido de la Feria –que por entonces se celebraba en el Parque-, con una temperatura que sobrepasaba los cuarenta grados.

Contemplar la fiesta caminando desde la Plaza de la Marina, escuchando la sonoridad refrescante de su antigua fuente, su chorro de partículas de luz; descubrir en la semipenumbra del anochecer la figura grácil y bruñida del cenachero, y entre las veredas frondosas del parque, divisar la fachada majestuosa del Palacio de la Aduana precedida por sus largas y frágiles palmeras, que me parecieron enormes plumeros. Continuar por el paseo dejando atrás las columnas del Banco de España, la belleza ocre de la fachada del Ayuntamiento; desembocar en los bellos jardines de Puerta Oscura –de nombre tan evocador para mí-, y de nuevo, el frescor de otra fuente, la de las Tres Gracias, una frescura que entonces llegaba mezclada con el olor salobre del mar hasta el que llegamos caminando y que percibí como una enorme masa oscura y quieta, perfumada de sal y de misterio.

Rodeamos la farola, y la sentí femenina, como su nombre; y al regresar a la algarabía de la Feria, al colorido de los trajes, a la alegría, a la música y al olor a nardos, me sentí embriagada sin haber probado aún ni una copa de vino. Aunque la comparación pueda parecer exagerada, fue como si a un esquimal lo trasladaran al desierto del Sahara. ¡Impactante!

A lo largo de todos estos años de disfrutar de esta ciudad y de padecerla en otras ocasiones, la he recorrido con morosidad y con premura; la he visto transformarse, extenderse, crecer, -demasiado en vertical-, y convertirse en una ciudad moderna, embellecida, notablemente mejorada, pero también incómoda, ruidosa, y dolorosamente sucia.

Sin embargo, las ciudades siempre son como las descubrimos. Basta únicamente con que la brisa me traiga el olor a azahar, a nardos o a jazmín para que el corazón se acelere, los recuerdos se agolpen y reviva el deslumbramiento que sentí aquel anochecer de Agosto, envuelto en una nostalgia agridulce.

Esa tenue tela de araña que Málaga tejió a mi alrededor, apresándome, embrujándome, logrando que nunca me sintiera extraña en ella, aún permanece, flexible pero firme y me cobija y protege.

Recuerdo aquel refrán de mi abuela, “uno es de donde pace y no de donde nace”, y compruebo cuánta verdad encierra. Es el lugar que elegimos para vivir y no el que nos eligió para nacer, el que nos marca y nos define.

Y en el instante preciso en que sientes que esa tierra adoptiva te duele, incluso te hace sufrir, comprendes, sin ningún género de duda, que perteneces a ella.

1 comentario:

  1. Es totalmente reprochable el hecho de que siempre sean los mismos los perjudicados a la hora de apuntarse a viajes organizados por amaduma.

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