11 enero 2008

EL AMOR Y SUS CONTRADICCIONES

Concha Moreno

El amor es contradictorio en multitud de situaciones de la vida cotidiana. Suele producir un enorme placer, una gran satisfacción, un arrollador deleite o un desenfrenado goce. Y, a la vez, un terrible odio, una incontenible ira, una amarga frustración o una inmensa pena. ¡Cuántos amores que parecían indestructibles acabaron en el más absoluto fracaso! Puede ocurrir, por tanto, que aquellos que se amaron intensamente y que vivieron una larga y apasionada aventura terminen odiándose con ferocidad.

Para algunos, el amor condiciona la voluntad del individuo de tal manera que oscurece su raciocinio y lo sumerge en una nebulosa de difícil salida. Por ello, justifican con benevolencia cuantos actos, por disparatados que parezcan, se realizan durante el período exuberante del enamoramiento. Sólo el hecho de pronunciar la palabra amor ya es suficiente para provocar sentimientos placenteros, vehementes, ardorosos y, muchas veces, contradictorios. Las emociones que se sienten ante un gran amor no son comparables con ninguna otra que se pueda experimentar y, es por ello, que la persona enamorada, sobre todo en los primeros años de frenesí, vive un período de arrobamiento infinito.

El amor es tan contradictorio que su género por excelencia, el romanticismo, se caracteriza por la exaltación del yo (Carmen, el personaje de Prosper Mérimée, por ejemplo, es un paradigma de este género, pero una persona muy individualista). Sin embargo, no concebimos socialmente el amor si no es con otra persona al lado (para toda la vida o no). ¿El amor es compartir, ceder o sólo hacer lo que a uno le gusta?

La historia está llena de epopeyas donde el amor es un elemento destacado. No hay más que recordar la épica grecolatina de Paris y Helena que fue narrada en un ciclo de poemas legendarios. El relato cuenta cómo Paris rapta a Helena, huye a Troya y la hace su esposa. Este hecho desencadenó la famosa guerra entre espartanos y griegos, narrada en La Odisea, y que tantos otros libros y películas ha inspirado a lo largo del tiempo. Del mismo modo, en La Ilíada se cuenta el amor de Penélope por Ulises, su marido, al que espera durante veinte años rechazando los muchos pretendientes que la acosan para que vuelva a casarse. Para sostener su postura, promete elegir esposo cuando termine una mortaja que teje para su suegro durante el día y que desteje por la noche.

Habría que destacar amores terriblemente desgraciados como los de Romeo y Julieta, los amantes de Teruel o los de la Peña de los Enamorados, cuyo enclave tenemos en la propia provincia de Málaga. En estos casos, la ofuscación familiar se opuso tenazmente a la unión de los amantes y les condujo a su trágica muerte.

También, amores no correspondidos han frustrado la vida de un gran número de hombres y mujeres célebres: poetas, músicos o escritores a los que el desengaño, la traición, la infidelidad o la carencia de reciprocidad han conducido al suicidio.

No quisiera concluir sin hacer alusión a esos otros amores que han perdurado a lo largo del tiempo y que han encontrado un final feliz. No hay más que recordar el amor que Florentino Ariza profesa a Fermina Daza (de la novela El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez), para tener un vivo ejemplo de un amor cuya llama no se extingue durante cincuenta años y que, finalmente, se ve recompensado con un desenlace fértil.

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