Artículo
de Manuel Peinado Lorca, Catedrático
de Universidad. Director del Real Jardín Botánico de la Universidad de Alcalá,
Universidad de Alcalá. Publicado en la revista digital The Conversation.
Como ha ocurrido con tantas invenciones estadounidenses del siglo
XX, desde la Coca-Cola a Halloween, las flores de Pascua, que ni son verdaderas flores ni
florecen en Pascua, se
extendieron como iconos navideños por todo el mundo a partir de mediados del
siglo pasado.
Desde tiempos inmemoriales, las flores de
Pascua eran conocidas por los aztecas, quienes las llamaban cuetlaxochitl. Simbolizaban la
pureza y la resurrección y, por lo mismo, se colocaban en los altares dedicados
a los guerreros que morían en batalla y renacían en un paraíso celestial.
Esos atributos fueron aprovechados por unos
padres franciscanos que se asentaron el siglo XVII en Taxco y comenzaron a
usarlas para adornar su iglesia durante la Navidad. Allí las vio Joel Robert Poinsett,
el primer embajador de Estados Unidos en México.
Tras volver a su país en 1829, Poinsett,
que llevó en su valija algunos esquejes, comenzó a cultivarlas en su plantación
de Charleston, Carolina del Sur. Desde allí regalaba cada Navidad ejemplares
floridos entre sus amigos y como exsiccata (ejemplares de colección) para algunos
jardines botánicos selectos.
Pero que desde un pequeño círculo de
amistades y del cultivo en jardines ilustrados se convirtieran en las plantas
en maceta más vendidas de Estados Unidos –donde
cada año se venden alrededor de cien millones de macetas en solo seis semanas–
hay un largo trecho. No hay iPhone que supere ese récord de ventas ni de lejos.
La revolución de las poinsettias: de la
flor cortada a las macetas
Los
responsables de la revolución comercial de las poinsettias (el
nombre con el que se conocen en el mundo anglosajón en honor de su
“descubridor”) se apellidan Ecke, unos floricultores californianos que fueron
para esas plantas lo que los sudafricanos De Beers para los diamantes.
Antes de echar el cierre hace diez años, cuatro
generaciones de Ecke convirtieron unas plantas que pocos estadounidenses habían
tenido en sus manos en un elemento decorativo imprescindible desde Acción de
Gracias a Año Nuevo.
La historia de los mayores productores de
poinsettias del mundo dio comienzo cuando el patriarca de la dinastía, el
inmigrante alemán Albert Ecke, llegó a California en 1902. Por entonces, estas
plantas se vendían en puestos callejeros como flores cortadas en lugar de
enraizadas en macetas. Tenían un gran inconveniente comercial: en el mejor de
los casos se mantenían lozanas dos o tres días antes de marchitarse.
A partir de 1923, los Ecke lograron ir
dándoles un cambio de imagen radical a través de una técnica de reproducción
secreta que convirtió un desgarbado arbusto silvestre en una planta robusta,
ramificada y voluptuosa. Una imaginativa campaña publicitaria hizo
el resto.
Sin
saber por qué, de los semilleros de los Ecke surgían plántulas que se
desarrollaban en tipos nuevos más robustos, erguidos y ramificados. Por si
fuera poco, producían más flores. Gracias a la introducción de
estas variedades, comenzó la era moderna del cultivo de poinsettias.
Mientras que en los trópicos mexicanos las poinsettias silvestres
eran unos arbustos que podían alcanzar más de dos de metros de altura, los
cultivares (plantas seleccionadas) de los Ecke apenas medían un par de palmos,
conservaban más tiempo las hojas y producían unas plantas ramificadas ideales
para comercializarlas en macetas de flores múltiples.
Además, el porte erguido y la ramificación
abierta facilitó primero la distribución por ferrocarril dentro de Estados
Unidos y más tarde por vía aérea a otros mercados.
Comprobado el éxito, cultivadores de todo
el mundo intentaron imitar el estilo Ecke.
Probaron con las técnicas habituales entre floricultores: polinización y
esquejes, pero ninguno daba con el secreto. La producción de las popularísimas
poinsettias enraizadas estilo Ecke se había convertido en un misterio que sus
competidores no lograban desvelar.
El
ingrediente secreto de los Ecke
Probablemente desde 1923, sin que ellos
fueran conscientes, un mágico amigo invisible había vivido dentro de las
poinsettias de los Ecke; un amigo cuyos misteriosos poderes favorecían la
producción de morfotipos de
ramificación libre.
Los investigadores empezaron a sospechar de la presencia de un
agente biológico endófito (que
vive dentro de la planta) cuando se descubrió que el temible virus del mosaico de la flor de Pascua (PNMV) aparecía en todos los ejemplares
ramificados. Además, su capacidad para producir las valiosas ramificaciones
multiflorales desaparecía cuando las plantas eran sometidas a los tratamientos
utilizados tradicionalmente para eliminar patógenos, incluido el PNMV.
Por añadidura, la capacidad de ramificación
libre se recuperaba cuando los ejemplares tratados se injertaban en plantas madre de ramificación libre. Y por si eso no bastaba, la posibilidad
de un ataque vírico se descartó porque el PNMV también aparecía en cultivares
de ramificación restringida.
En 1993, una publicación científica reveló
que la búsqueda de otros agentes biológicos no víricos había fracasado. Para
entonces, confiados en su secreto y dispuestos a monopolizar el comercio
mundial de poinsettias, los Ecke habían obtenido un préstamo multimillonario a
treinta años para ampliar la empresa. El momento que eligieron no pudo ser
peor.
Imagínense que Coca-Cola ve su fórmula
secreta distribuida por Internet. Así se sintieron los Ecke cuando, en 1997,
unos investigadores universitarios publicaron un artículo que
revelaba el proceso secreto de su familia: sus esquejes estaban infectados por
un extraño microorganismo mitad bacteria mitad virus, un fitoplasma.
Era el mismo que producía la sharka del melocotón y
el enanismo de las plantas del género Spiraea, pero resultaba benigno en la flor de Pascua.
Los investigadores llegaron a la conclusión de que el fitoplasma era el amigo invisible que habitaba en los cultivares de
ramificación libre y contribuía a la inducción de los lucidos brotes florales.
¿Amigos o enemigos?
Los fitoplasmas son patógenos que provocan
graves enfermedades en cientos de especies vegetales en todo el mundo. Su
presencia en el floema (el tejido que conduce la savia elaborada) causa una serie de síntomas que
sugieren profundas alteraciones perjudiciales en el equilibrio normal de las
hormonas vegetales: esterilidad, virescencia y filodios florales, escobas de bruja,
atrofia, amarillamiento, necrosis del floema y muerte regresiva de las ramas en
las plantas leñosas.
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