En el común de las personas, aquellos
ciudadanos “anónimos” o no interesantes para la difusión mediática, siempre se
mantiene la aspiración de gozar, al menos durante un día, lo que algunos
denominan “minutos de gloria”. Para la mayoría. ello supone sentirse “importantes”, a consecuencia de poseer
un boleto premiado con amplitud en algún juego de azar, el haber sacado plaza
en unas oposiciones laborales, el haber alcanzado los primeros puestos en
competiciones deportivas, musicales o cinematográficas, el haber tenido su
primer hijo o el haber escrito esa primera obra literaria que tanto gratifica. Muchos
otros ejemplos podrían añadirse a este listado de muy ilusionados objetivos. Se
trata de personas “corrientes”, aquellas que nunca han tenido la oportunidad de
salir en las televisiones o en las páginas de las revistas semanales. Y, por un
corto plazo temporal, se sienten famosas y gozosamente destacadas.
Hay un error de principio. Disfrutar de
esos minutos “gloriosos” alcanzando la
trascendente notoriedad, en nada supone que
faciliten la felicidad prolongada. Precisamente cuando se “escarba” en
la vida íntima de los personajes famosos, sea cual sea la faceta cultural,
social, deportiva o musical que se considere, a pesar de esa supuesta
notoriedad, se encuentran gruesos nubarrones en su privacidad existencial. Son aplaudidos
e importantes de ventanas afuera, pero las horas amargas permanecen en la
privacidad de no escasos vitales momentos de estas celebridades ensalzadas por
la “fama”.
El azar,
la oportunidad, la casualidad,
también el esfuerzo y la habilidad, también influye en la generación de
esos minutos destacados en el entorno social más o menos extenso en el que
desarrollan sus vidas. Normalmente ese espacio temporal pasa bien pronto y la vuelta o retorno a la rutina individual en la
que están incardinados resulta “innegociable” u obligada. La “normalidad” y el
sosiego los reubica en sus realidades cotidianas, de forma paralela a como se
desvanece esa gloria pasajera, sin los permanentes pilares de sustentación.
Veamos algunos significativos y frecuentes ejemplos.
Una persona modesta tiene la suerte de alcanzar un importante premio económico en unos de
los múltiples sorteos que presiden nuestros anhelos. Ese afortunado ciudadano
posiblemente nunca ha sido destacado o valorado a nivel familiar, vecinal o
laboral. Pero “de la noche a la mañana” se ve encumbrado a esa pequeña cota o
fama de gloria, comprobando con asombro cómo sus amigos se multiplican, también
cambian las miradas y formas de trato del entorno familiar y vecinal. “Antes casi nadie me hacía caso, pero ahora las
atenciones, las palabras amables, las sonrisas y el tratamiento intrafamiliar
se ha modificado, de manera milagrosa.” Sin embargo, cuando el
dinero se acaba, esas moscas y abejas interesadas van desapareciendo, la vuelta
a la normalidad se torna dificultosa y la vulgaridad retorna a su diario caminar
existencial.
Un escritor, desconocido en los
círculos creativos de las letras, tiene un reconocido éxito
en su primera novela (o recopilación de artículos o poemario) que ha
sido premiada en la afamada competición literaria a la que ha concurrido con prudente
“ambición”. El éxito en la venta de ejemplares es sorprendente. Pero ese su
primer éxito cultural no vuelve a reiterarse y gozarse, a pesar de los intentos
voluntariosos del agraciado escritor o “compositor de las palabras. Van
transcurriendo los meses y los años y esa estela esperanzadora, que en buen
momento alcanzó, va paulatina y cruelmente desapareciendo, integrándose en ese
amplio grupo de premiados por su primera y única obra válida para la consideración
lectora. Ya no habrá una segunda o tercera vez. El choque con la brusca
realidad del olvido lector es patente y desalentador. La segunda o tercera
publicación, si logra convencer a los grupos editoriales, sufrirá el letargo
expositivo en los puestos de libros de ocasión (a precios de saldo) u obras
descatalogadas.
Un tercer caso, muy frecuente, sucede
cuando alguien, que ha optado para el puesto, es
elegido presidente de alguna asociación de cualquier signo (deportiva,
recreativa, cultural …) o de un bloque comunitario de vecinos. Lógicamente, hay
un período en el que se vive de esa gloria pasajera y banal. Incluso permite
“sobreactuar y sentirse algo importante” ejerciendo el cargo. Cuando se
abandona esa plataforma de dirección bancaria (otro puesto muy apetecible), el
tratamiento de quienes te rodean cambia de forma drástica. Las loas
desaparecen, tornándose en críticas, las sonrisas se transforman en miradas
superfluas o intrascendentes, en definitiva, se vuelve a ser simple miembro “de
a pie”. La rutina de la normalidad retorna a nuestras vidas.
Nos preguntamos, finalmente ¿qué ocurre
con esos millones de personas que ven llegar su final existencial y nunca han tenido esos minutos o días gloriosos para
sentirse mínimamente importantes? Tal vez les quedará la convicción de haber
sido “maltratados” por el destino, el azar, la suerte o carecer del favor del amigo que nunca se ha fijado en él, para
satisfacer ese anhelo no conseguido o frustrado. También, en los momentos de
serena reflexión, puede llegar a la conclusión de que podía haber hecho más o
haber desarrollado una superior valentía y esfuerzos, en momentos concretos de
oportunidad, para haber podido realzar su imagen social. En todo caso, siempre puede creer en el milagro de la reencarnación, a
fin de conseguir realizar durante su nueva vida, esos logros que ahora en la
vivencia actual le han estado vedados por causas diversas o profundamente crípticas
para la comprensión. Sin embargo, apoyándose en la racionalidad, debe entender,
como todo un éxito, haber sido protagonista,
durante un trozo del tiempo y en su particular microcosmos, de la complejidad
existencial. -
José L. Casado Toro
Diciembre 2024.
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