Aunque en ocasiones se usan indistintamente ambas
palabras, en este caso verbos, no es lo mismo decir OIR
que ESCUCHAR. En el primer caso,
llegan a nuestros órganos auditivos unos sonidos, a los que apenas prestamos
esa atención, que sí aplicamos cuando “escuchamos” para nuestro entendimiento e
interés.
Cuando esos sonidos se convierten en palabras, es
necesario o imprescindible, que las comprendamos correctamente, a fin de poder
conocer fielmente el contenido de sus mensajes. Pero no
siempre podemos entender correctamente lo que tratamos de escuchar. Esta
incómoda situación suele aparecer cuando visionamos una película, también
cuando asistimos a una representación teatral o en otras muchas circunstancias.
Es frecuente, para nuestro pesar, que el sonido
de las palabras, en las películas españolas, sea difícil de escuchar y por
consiguiente de entender. También ocurre lo mismo cuando escuchamos a los
actores de las películas argentinas, con la consecuencia negativa para el
espectador de no entender bien lo que expresan esos intérpretes.
Hay varias razones/causas
que generan esta dificultad de la comprensión, para lo que otros dicen o
expresan. En el caso del cine, una primera causa puede deberse a deficiencias
técnicas en la grabación de los sonidos.
Pero en la vida relacional, el segundo motivo puede deberse a que hay personas,
generalmente de carácter nervioso, que hablan
demasiado rápido. Una tercera causa es que también hay personas que al
hablar apenas mueven los labios, ni el resto
de los órganos bucales, que ayudan a una buena expresión. Una cuarta causa, en
este contexto de las expresiones, es que hay también personas que suelen eludir la pronunciación de la última sílaba o de algunas
letras finales en las palabras. Todo ello, obviamente, dificulta la
comprensión acerca de lo que se nos está diciendo.
Vemos también a personas que, para hacerse
entender, necesitan, además de vocalizar las palabras, ayudarse
de gestos mímicos, producidos por los ojos, los movimientos de cabeza o usar
de la gesticulación con las manos o brazos cuando nos hablan. Produce cierta
comicidad ver a determinados artistas, por ejemplo, a cantantes, que no saben
qué hacer con sus manos cuando están sobre el escenario actuando ante el
público.
Resulta agradable y muy útil escuchar a nuestros
interlocutores, a los artistas, a los conferenciantes o a nuestros vecinos y
amigos, cuando éstos extreman el cuidado en la
correcta vocalización de las palabras. Hay que matizar que esa
delicadeza expresiva no es una actitud “cursi”. Todo lo contrario. Es una forma
muy plausible e inteligente de expresarse correctamente.
Tenemos otro aspecto en este contexto muy digno
de tener también en cuenta. No hay que olvidar que nuestros
órganos auditivos van perdiendo capacidad al paso de los años.
Dicho de otra forma, nuestros oídos oyen o escuchan cada vez con peor, reduciendo
la agudeza de los sonidos, a medida que avanzamos en la edad. Si a esta
limitación orgánica se le une el “mal hablar” de nuestros interlocutores,
tendremos que ir repitiendo, de continuo, esas frases de “por favor, quiere
repetir lo que ha dicho” o “disculpa, pero no te he entendido bien”.
Después de todo lo expresado, debemos priorizar
los hábitos que habría que aplicar cuando
hablamos: no hablar tan rápido; aplicar una “velocidad” más lenta a nuestras
expresiones, incluso “exagerando” determinadas palabras, para darles un mayor
realce o énfasis; cuidar ese final de las palabras que tanto nos cuesta en
determinadas regiones, con la “s” la “r” o la “n”.
Una práctica muy útil consiste en escuchar a esos
locutores de radio que “tan bien se expresan”. Los
profesionales de la radiodifusión se ven obligados a cuidar y extremar
la mejor dicción ya que ellos sólo tienen el sonido de su voz para expresar los
comentarios o informaciones, mientras que aquellos profesionales que trabajan
en la televisión, en el cine o incluso en el escenario teatral, se ayudan con
la imagen y muchas veces con estos gestos mímicos que antes se ha aludido. Por
este motivo, las audiciones radiofónicas son una buena práctica de aprendizaje,
siempre que elijamos bien a los locutores que realizan su trabajo detrás de las
ondas.
Otra práctica, que suele dar buenos, excelentes
resultados, es algo tan simple y lúdico como leer en
voz alta textos, en prosa o en verso, durante unos minutos cada día.
Casi sin darnos cuenta, iremos mejorando la entonación, las pausas y la
correcta pronunciación de las palabras. Esa educada expresividad, será bien
agradecida por nuestros interlocutores. Lo percibiremos con sólo mirar a sus
ojos. -
José L. Casado Toro.
Marzo 2024
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