Magda Szabó nació el 5 de octubre de 1917 en Hungría, en el seno de una
familia burguesa. Desde pequeña sintió la llamada de la literatura. Al terminar
sus estudios obligatorios se decidió por la carrera de Filología latina y húngara en la Universidad de Debrecen. Pronto se convirtió en una de las autoras más leídas de su generación y de las novelistas
con mayor reconocimiento en el extranjero, de ahí la gran cantidad de
traducciones que existen de su obra.
Falleció el 19 de noviembre de 2007 en Kerepes. En la literatura húngara, el nombre de Magda Szabó es referencia de calidad en diversos
géneros: teatro, poesía, ensayo y novela.
El
libro comienza y termina con la pesadilla de una puerta y la sensación de una
culpa.
La puerta: Su
título nos evoca en sí mismo unas expectativas de lo que podemos encontrar entre
sus páginas. Está escrito con una prosa cercana, sin dejar de ser impecable y
precisa, además de envolvente. Nos sumerge desde el principio en el final: una
elipsis, que lejos de hacernos desistir, nos impulsa a descubrir con avidez en
cada capítulo los aspectos desconocidos, inesperados y pintorescos de la vida
de Emerence, la asistenta, en constante interrelación con el resto de los
personajes.
La
puerta no es la que pensamos al principio. La autora va despertando el interés
de los lectores a pinceladas, hasta que Emerence decide contarle a la señora el
secreto que esconde detrás de otra puerta y hacerla cómplice del posible desenlace.
Emerence
es una anciana orgullosa, cercana a los ochenta años, con una infancia terrible,
que solo desvela cuándo y a quién quiere.
Es de una vitalidad fuera de lo común para su edad. Una mujer muy humanitaria
que recorre el barrio con sus guisos de
comadrona, para los enfermos que lo necesitan. Ayuda a los animales
indefensos, incluso los adopta saltándose las normas de su comunidad. Da cobijo,
en su propia casa, a débiles y perseguidos por la justicia. Una buena
samaritana que no comulga con el cristianismo, ni quiere saber nada de Dios ni
de su Iglesia. Y conoceremos sus motivos…
Cuando
asiste a la entrevista de trabajo con quién la va a contratar para el servicio
doméstico de su casa, como si fuera el mundo al revés, interroga a su posible señora sobre sus costumbres: si
eran ruidosos o alcohólicos, y dice: «Yo no lavo la ropa sucia de cualquiera». Esta frase ya es una
declaración de intenciones de su fuerte personalidad. Siempre fiel a sí misma
descubriremos unos rasgos de su carácter tan variados como opuestos, que se nos
antojan de una convivencia casi imposible bajo una misma piel.
Se
dice que la escritora basó esta historia en la relación, de muchos años, con su
asistenta, Emerence Szeredás, y el argumento está centrado en ella, pasado por
el tamiz de la ficción. La voz narrativa de la historia es el personaje de una
escritora, cuyo nombre solo menciona Emerence, casi al final del libro: Magduska,
nadie más que la familia me llamaba así. El Amo, el esposo de la escritora, y Viola, un perro al que ella
puso un nombre femenino, aunque era macho. Los demás personajes son: Polett, El
teniente coronel, su sobrino (el hijo de su hermano Józsi), Adelká, Sutu, el
señor Brodarics, sus familiares cercanos de sangre, aunque lejanos de
sentimientos, y todos los inquilinos de la urbanización que ella cuidaba y
limpiaba sin descanso. Algunos con mayor visibilidad que otros, pero todos como
satélites girando alrededor de un sol llamado Emerence. Magda Szabó consigue hacerla
destacar por sus muchas peculiaridades. Desde las primeras páginas el personaje
de la escritora intenta conocerla y se ve superada por su asistenta, esa mujer
que «Solía vengarse de las
preguntas indiscretas con esa ironía elegante y perspicaz tan suya».
Protagonista
y antagonista viven una amalgama de sentimientos encontrados. A pesar de la
diferencia de criterios y lo difícil del carácter de Emerence, después de discusiones
muy acaloradas, en las que ella siempre tenía la última palabra, se fraguó un
fuerte vínculo afectivo entre Emerence y la escritora.
«Emerence
mantenía una actitud hostil hacia todo lo intelectual y consideraba que quienes
se dedicaban a ello eran holgazanes. Cuando la base de mi vida eran los libros,
y mi unidad de medida, las palabras».
Su
lectura es ágil con elementos que nos atrapan en cada capítulo gracias a la calidad
creativa de la autora. Su brillantez nos demuestra que, en una historia con
tintes domésticos aunque nada comunes, se pueden abrir infinitas posibilidades
con las vidas de sus singulares personajes y una excelente narrativa. Es la
historia de un cariño convertido en amor filial, administrado a cuentagotas.
Con muchas concesiones por ambas partes y una tolerancia puesta a prueba diariamente
a través de los años.
Una
vez atravesado el umbral de La Puerta,
llevándonos de la mano hasta el final, creo que el libro supera, sin
pretenderlo, el listón literario de las grandes obras: las que permanecen en la
memoria.
Esperanza
Liñán Gálvez
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