Resulta obvio que todos los sentidos corporales
son importantes y muy necesarios, para un buen estado de nuestra salud.
Priorizando el valor incuestionable de la visión, sobre los demás sentidos,
todos ellos nos facilitan una destreza relacional para caminar con acierto por
la senda vital. Hay un sentido o capacidad que tal vez no recibe la importancia
que realmente merece o atesora. Nos referimos al olfato.
Sin desmerecer, en absoluto, la ayuda que nos presta, “posponemos” su trascendencia
o valor sobre otras capacidades cuya presencia consideramos “innegociables”.
Sin embargo, a poco que nos paremos a pensar, este sentido en nuestras vidas
nos ayuda a reconocer objetos diversos, espacios o ubicaciones, aunque
permanezcamos con los ojos entornados o cerrados.
El olor que llega a nuestras fosas nasales y,
posteriormente, a las terminaciones nerviosas de nuestro cerebro, hace posible
que nuestra inteligencia identifique la procedencia de ese aroma e incluso el
espacio físico en donde se ha generado. Y que sintamos ese olor como agradable,
neutro o ingrato, en función de las circunstancias específicas de cada persona.
Repasemos unos simples ejemplos, que nos muestran
el valor indicativo o ilustrativo de variados aromas, para indicarnos la
posible zona o espacio en el que nos podemos encontrar. Vamos a utilizar la
palabra OLOR sólo en el primer
ejemplo, a fin de evitar la reiteración del vocablo.
Olor húmedo y salino. Puede proceder de un ambiente o espacio marino,
sea puerto de mar o una playa. En este último caso, nos ayudaría en la
identificación el sonido del oleaje.
Papel, tinta y también un volumen bajo en la acústica
ambiental. Puede provenir de una librería, biblioteca o incluso de un puesto de
prensa.
Dulce y apetitoso. Puede proceder del pan cocido o los pasteles de
una panadería o una confitería.
Hierba fresca, más o menos aromática. Nos trae a la mente el
césped cortado de un jardín o de la propia naturaleza.
Hidrocarburo. Tal vez proceda de una estación de servicio o
gasolinera. También de un taller para la reparación de vehículos.
Perfume más o menos intenso. Puede tener su origen en un establecimiento de belleza,
perfumería o la proximidad física de alguna persona que guste echarse esos
aromas para oler bien. En este caso, es más frecuente en la mujer.
Madera; generalmente se trata de una carpintería,
taller de bricolajes o tienda de muebles.
Madera quemada: posiblemente tengamos cerca un maestro espetero
de sardinas u otros pescados, cercano al mar.
Incienso, cera, rancio/antigüedad: puede proceder de un templo de arquitectura
clásica.
Alcohol: puede derivar de una taberna o “quitapenas” o
establecimiento para la bebida de vinos, cerveza o licores.
Comidas de guisos: cocina de un hogar o restaurante.
Jabones y perfumes: normalmente de un cuarto de baño o aseo.
Aceite frito: chiringuito playero o tenderete de feria.
También churrería.
Humo “dulzón”: sin duda, un tenderete en donde asan castañas.
Orina: servicio urinario cercano o una zona degradada, utilizada para tan
fin.
Cítrico: posiblemente hay un naranjal o limonar próximo.
Alcohol sanitario, desinfectante, medicinas: Establecimiento hospitalario.
Y así, un largo etc. A través de éstos y otros
muchos ejemplos comprobamos la importancia del
sentido del olfato. Veamos más ejemplos. Pensemos que nos hallamos ante
cualquier tipo de alimento. Si éste nos
ofrece dudas acerca de su estado o calidad, para evitar que nos haga daño en el
aparato digestivo, lo primero que solemos hacer, tras una primera visual, para
comprobar si nos apetece o no, es olerlo, a fin de comprobar si está en buen o
mal estado para el consumo. En otras ocasiones, cuando tenemos por delante a
una persona, este sentido nos indica de
inmediato si la misma “huele bien” o mal. En este aspecto ya entran en juego el
aseo personal de la persona que tenemos próxima, si la ropa que utiliza está
bien limpia o incluso si padece problemas de halitosis, que tanto molesta al
que la recibe, aunque el emisor no suele darse cuenta de lo mal que le huele el
aliento al hablar. Cuando visitamos algún lugar,
público o privado, casi siempre tomamos una primera impresión del espacio en el
que nos hallamos. Uno de los elementos que destacamos para esa valoración es si
allí el olor es agradable o normal (limpieza, flores, perfumes) o si por el
contrario huele mal. A título personal, cuando vamos a ponernos una prenda de las que están colgadas o dispuestas en
el armario, nos asalta la duda si estará suficientemente limpia o no. Un primer
recurso es acercarnos la ropa a nuestras fosas nasales y comprobamos si huele
bien o mal, para no utilizarla en ese momento, procediendo a echarla al cesto
para la lavadora.
Y en este ámbito de los olores, vamos a dejar
para el final su significación en el mundo del cine.
La pantalla cinematográfica también ha dedicado repetidas oportunidades a los
aromas y los olores, en muchas de las historias que nos han hecho disfrutar,
pensar y multiplicar nuestra propia existencia. Si acudimos a un buscador de
Internet, encontramos numerosas películas que han utilizado el olor dentro del
desarrollo argumental. Entre los numerosos ejemplos, destacaremos un par de
filmes que justifican la anterior apreciación.
En 1960 se
rodó SCENT OF MYSTERY (El perfume del misterio), un
film americano dirigido por John Cardiff, con muchas escenas rodadas en nuestro
país (Málaga y Granada). El olor a un cierto perfume tenía claro protagonismo
en esta historia de intriga y delincuencia. Fue la primera y única vez que se
aplicó este y otros perfumes dentro de las salas de proyección, en sincronía
con las escenas que se visualizaban en pantalla. Este aditamento aromático
“fracasó” pues los olores se mezclaban en el ambiente, produciendo una
confusión e incluso malestar entre los espectadores. Fue la única película en
la historia del cine que utilizó este sentido del olfato para una mejor
inmersión de los espectadores en la trama proyectada.
Catorce años más tarde, 1974,
se estrenó una película italiana, con gran éxito de crítica y espectadores,
titulada PERFUME DE MUJER, dirigida por Dino
Risi y con Vittorio Gassman (1922-2000) como principal protagonista. En el
argumento, el perfume que lucía una mujer tenía una gran significación en la historia
narrada en pantalla. Esta cinta tuvo un “remake”, dieciocho años más tarde, en 1992, con el film de Hollywood titulado SCENT OF A WOMAN (esencia de mujer), dirigida por
Martin Brest y cuyo protagonista principal era Al Pacino (1940 -) Este gran
actor interpretaba el papel de un coronel del ejército ya retirado, que se
había quedado ciego, por lo que su familia decide contratar a una bella y
paciente joven, para que ayude al malhumorado y alcoholizado militar. El muy
agradable perfume que la chica utilizaba fue transformando positivamente el
comportamiento del militar invidente y su actitud inicial de rechazo hacia esa
persona que le prestaba ayuda y compañía.
Y para poner un buen fin a estas aromáticas
líneas, nos vemos gozando de una noche mágica, en donde la luna juguetea con
las estrellas, bajo la mirada misteriosa de esos dioses ocultos del Olimpo o el
Paraíso. Sentimos de inmediato la elegante y embriagadora fragancia de los “inmaculados”
jazmines, las frágiles danzarinas damas
de la noche y esas recias hojas que dormitan en las ramas, cimbreadas por la
fuerza presurosa de un mítico Eolo, siempre viajero por los confines del
universo. –
José L. Casado Toro
Febrero 2024
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