Artículo de Eduardo
Manzano Moreno, profesor de Investigación. Instituto de Historia. CSIC, Centro
de Ciencias Humanas y Sociales (CCHS - CSIC)
Discutir
sobre si en la Edad Media hubo o no una Reconquista es lo mismo que darle
vueltas a la existencia del átomo. Si nos ceñimos al significado de la palabra,
el “átomo” no existe, pues la palabra en griego quiere decir “indivisible”, y
la Física ha demostrado que está compuesto por distintas partículas. Por
supuesto, los átomos existen, y sólo una convención generalizada explica que se
les siga designando con un nombre tan poco apropiado.
¿Reconquista o, simplemente, conquista cristiana?
Con
la Reconquista ocurre algo similar. El término es inexacto, pues está demostrado que en sus orígenes se trató de una
resistencia frente a los conquistadores árabes por parte de poblaciones locales
en las zonas montañosas del norte, reacias a ser gobernadas por poderes
externos con independencia de su religión.
Tampoco
tiene sentido hablar de una lucha continua entre islam y cristianismo durante
ocho siglos, pues a lo largo de ese período hubo innumerables alianzas entre
gentes y gobernantes de ambas religiones. Es incluso posible identificar casos
de monarcas cristianos que se mostraban más que dispuestos a gobernar sobre
musulmanes. Además, el uso del término produce paradojas tales como hablar de
la “reconquista de Granada”, cuando esa ciudad no existía en el momento de la
conquista árabe, pues se trata de una fundación musulmana .
Sin
embargo, y a pesar de lo desafortunado del término, también sabemos que los cristianos legitimaron su
expansión militar contra al-Ándalus musulmán valiéndose de una “memoria
histórica” que defendía recuperar lo que sus correligionarios habían perdido
como consecuencia de la conquista árabe en el año 711. Un ejemplo es la carta que, en 1489, la reina Isabel
la Católica envió al sultán mameluco de Egipto, en la que declaraba su intención de
comenzar la guerra contra el reino de Granada porque “era notorio por todo el
mundo que las Españas en los tiempos antiguos fueron poseídas por los reyes sus
progenitores; y que si los moros poseían ahora en España aquella tierra del
reino de Granada, aquella posesión era tiranía y no jurídica”.
Muchos
historiadores serios y cualificados defienden, pues, con buenos motivos que es
legítimo hablar de “Reconquista” como un término consagrado por el uso que
permite entender la ideología que alimentó muchas de las complejas situaciones
que se vivieron en la península ibérica en época medieval.
Otros
historiadores, en cambio, arguyen, también con razón, que “Reconquista” posee
una carga ideológica que alimenta un discurso nacionalista y sectario que
intenta convencer a la ciudadanía de que hoy, al igual que ayer, es preciso
mantener una actitud de combate y exclusión contra todo cuanto tenga que ver
con el islam.
Hay
quienes, incluso, llegan al extremo de proclamar que la “Reconquista” libró a
España de convertirse en un país musulmán. Este es un argumento calcado al que
utilizaba la dictadura cuando defendía que, sin la Guerra Civil y el
franquismo, nuestro país se habría convertido en una república satélite de la
Unión Soviética. Utilizar la Historia como arsenal de contrafácticos –“si no
hubiera ocurrido tal o cual suceso, usted y yo no estaríamos aquí”– es una
forma muy burda de encarar el pasado, pues nadie sabe, ni sabrá nunca, qué
hubiera ocurrido si ese pasado se hubiera desenvuelto de una forma distinta a
la que conocemos.
Esto
explica por qué yo, y otros colegas, eludimos el término “Reconquista” en
nuestros trabajos. Preferimos usar “conquista cristiana”, que nos permite decir
lo mismo y ser mucho más precisos en la interpretación.
¿Por qué “Reconquista” es un término complejo?
Con
la idea de “Reconquista” en la cabeza hay muchos aspectos de la Edad Media que,
simplemente, son incomprensibles. No se entiende, por ejemplo, que El Cid fuera
un soldado de fortuna al servicio de soberanos musulmanes. O que el rey Alfonso
VIII, vencedor de la batalla de las Navas de Tolosa en 1212, acuñara monedas en árabe con el signo de la cruz impreso en
ellas y leyendas que mencionaban al “Imam de la Iglesia cristiana, el Papa de
Roma la grande”.
La idea de “Reconquista” tampoco permite entender cómo es posible
que, mientras los reyes cristianos ocupaban territorios de al-Ándalus, en
ciudades como Ávila, que jamás había estado bajo dominio andalusí, florecieran
dinámicas comunidades musulmanas, como atestiguan los restos de un cementerio y su mezquita
de época bajomedieval que la arqueología está sacando a la luz en los últimos
años.
No es sólo, pues, que el concepto de “Reconquista” nos remita a
una visión del pasado sectaria y unilateral. Es que, además, nos impide
comprender las complejas situaciones políticas y sociales que se vivieron en la
España medieval.
¿Por qué los
cristianos consiguieron que al-Ándalus acabara desapareciendo?
La respuesta a esta pregunta tiene algo de inesperado.
Ya desde la época de las conquistas, durante los siglos VII y
VIII, los árabes tuvieron éxito en someter territorios con buenas redes
urbanas, encontrando, en cambio, más dificultades para dominar zonas agrestes y
montañosas. Los nuevos gobiernos árabes, que desde luego estaban lejos de estar
formados por analfabetos, se ejercían desde ciudades. En ellas se controlaba la
administración de las regiones circundantes de una manera similar a como había
operado el antiguo Imperio romano. Ello explica su fracaso en establecerse en
las montañas de Asturias o en las comarcas pirenaicas.
Además, en las regiones del nordeste de la península, los árabes
tuvieron que hacer frente también a la reacción del imperio de Carlomagno.
Éste, tras haber detenido las incursiones árabes en Francia, consiguió éxitos
tan resonantes como la conquista de Gerona en 785 o de Barcelona en 801.
Durante más de doscientos cincuenta años, las fronteras entre los
territorios cristianos y al-Ándalus apenas variaron. Los gobernantes de Córdoba
se limitaban a lanzar, cuando podían, campañas anuales contra los territorios
del norte, buscando botín y cautivos, pero casi nunca ganancias territoriales.
Todavía en pleno siglo X, en la época del califato, los reinos y condados
cristianos no eran percibidos como una amenaza contra el poder hegemónico que
ostentaba al-Ándalus.
Golpes rápidos y
lucrativos
Sin embargo, a lo largo de esa centuria y, sobre todo, del siglo
XI, la situación cambió radicalmente.
Los reyes
astures habían venido ocupando el valle del Duero, una extensa región que desde
la época de la conquista había permanecido habitada por poblaciones
independientes y dispersas. Súbitamente, la frontera andalusí empezó a ser
objeto de ataques por parte de incesantes razzias cristianas, que buscaban golpes de mano
rápidos y lucrativos. Comenzó entonces a configurarse en el lado cristiano una
sociedad muy bien adaptada a la actividad guerrera.
Esto coincidió, durante el siglo XI, con el período de los taifas
en al-Ándalus, uno de los momentos más brillantes de la historia de España,
tanto por el desarrollo económico como por los innovadores modelos políticos y
culturales que se ensayaron durante esta época. Sin embargo, este apogeo se vio
lastrado por la debilidad militar de estos reinos, motivada por el hecho de que
su base social estaba compuesta por poblaciones urbanas con escasa preparación
guerrera.
Además, el
régimen de las parias, tributos impuestos
por los cristianos sobre los soberanos musulmanes a cambio de no ser atacados,
implicó un masivo trasvase de riquezas y recursos al otro lado de la frontera,
que sirvieron para engrasar cada vez mejor su maquinaria militar.
La conquista de Toledo en 1085 por parte del rey Alfonso VI marcó
así un punto de inflexión. Era la primera vez en mucho tiempo que la frontera
sufría una modificación de envergadura, y entre los andalusíes el suceso causó
una conmoción extraordinaria.
Cuatro siglos de
cambios
Durante los cuatrocientos años posteriores a la conquista de
Toledo, otras ciudades andalusíes fueron cayendo en manos cristianas. Aunque el
suceso se despache en unas pocas líneas, este lapso de tiempo es enorme.
Equivale, para hacernos una idea, al mismo período que separa nuestra época de
la de Felipe IV. Es por ello un error mayúsculo suponer que se trató de un
proceso inevitable. El propio Alfonso VI, por ejemplo, era muy consciente de
que el islam estaba tan arraigado en la península que resultaba quimérico
pensar que podría erradicarse, razón
por la que en algunos de sus documentos se presentaba como rey de las dos
religiones
Del lado andalusí, las profundas crisis políticas provocadas por
el creciente expansionismo cristiano dieron lugar a experimentos políticos y
militares, como los que representaron almorávides y almohades. Lejos de ser reacciones fundamentalistas y fanáticas,
como generalmente se las retrata, constituyeron serios intentos de reforma
religiosa, similares en su espíritu a los que en esos momentos se estaban
produciendo en la cristiandad. Si hay una sociedad histórica rica, compleja y
llena de vitalidad esa es la andalusí de época bajomedieval.
Las conquistas castellanas y aragonesas de los siglos
bajomedievales fueron lentas y difíciles. Encontraron siempre una tenaz
resistencia por parte de poblaciones y gobernantes, que intentaron defender
unas formas de sociedad y de cultura amenazadas por el expansionismo cristiano.
Fueron, además, conquistas con episodios de extrema violencia, que muchas veces
sólo pudieron ser culminadas por medio de tratados que incluían condiciones muy
favorables para los conquistados. Estas condiciones, sin embargo, fueron
incumplidas a medida que el dominio cristiano se consolidaba.
Tras la conquista, las principales mezquitas se convertían en
iglesias y las élites políticas e intelectuales emprendían el camino del
exilio. También hay casos, los menos, de algunos que se quedaron e incluso se
convirtieron al cristianismo.
La Iglesia, las órdenes militares y la nobleza recibieron gran
número de propiedades, cimentando así el dominio patrimonial que mantuvieron
durante siglos.
¿Se repobló el
territorio conquistado?
Aunque fueron muchos quienes desde el norte se instalaron en los
nuevos territorios, un movimiento conocido como repoblación, es muy dudoso que se produjera un completo reemplazo
demográfico. Los conquistadores cristianos
podían ser muchas veces violentos y fanáticos, pero no tontos. Conquistar
territorios carecía de sentido si no había gentes a las que explotar para que
los trabajaran en las zonas rurales.
En el valle del Ebro, el interior de Aragón y el Levante o las
Baleares, un número significativo de poblaciones musulmanas
permanecieron tras la conquista. Podemos
suponer que, en otras zonas, una silenciosa población rural fue lentamente
cambiando costumbres y religión por no tener un lugar mejor al que ir.
En todo caso, es un tema sobre el que no tenemos certezas absolutas,
pues el binomio “reconquista/repoblación”, asumido por la historiografía
tradicional, ha pasado de puntillas sobre él.
Como ocurre con otros muchos temas de la historia de España, ya va
siendo hora de que nos desprendamos de los lugares comunes, tópicos y falsas
vanaglorias que la tachonan, y que configuran una visión de esa historia que,
simplemente, no nos merecemos.
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