Fue el
pintor más famoso de su tiempo, autor de bellísimas escenas de playa, numerosos retratos de
personalidades y del titánico encargo de la Hispanic Society de Nueva York que
le costó la salud.
Joaquín
Sorolla y Bastida (Valencia, 1863-Cercedilla, 1923) perdió a sus padres a la
edad de 2 años, y se crio con sus tíos. Fue aprendiz de cerrajero y, por las
noches, estudiante de dibujo en la Escuela de Artesanos. Con 15 años ingresó en
la Academia San Carlos de Valencia donde comenzó a pintar al aire libre. Viaja
a Madrid en 1881 y queda deslumbrado por Goya y Velázquez. Cuatro años después,
pensionado por la Diputación, estudia en Roma, donde se forma en clases de
desnudos y se empapa del arte antiguo de los grandes maestros. Invitado por un
amigo, viaja a París y entra en contacto con la pintura social, el naturalismo
y el realismo pictórico que serán sus influencias reconocidas; no así el
impresionismo, aunque coincida con este movimiento en el uso del color, la
manera de aplicar la pintura y el gusto por pintar al natural.
En 1888
vuelve a Valencia para casarse con su amada Clotilde, y vuelve con ella a
Italia a instalarse en Asís. Regresa a España y fija su residencia en Madrid
donde nace su hija María; Joaquín lo hará en 1892 y Elena en 1895. Los tres
hermanos son protagonistas de muchas de las escenas domésticas del pintor que
en ocasiones se quedaban a medias ante el reclamo de encargos de clientes que
debía priorizar.
Su
carrera empieza a despegar con exposiciones nacionales e internacionales y los
primeros galardones: el Grand Prix de París y la medalla de honor de Bellas
Artes de Madrid. Es la época de dos grandes obras: ¡Aún dicen que el pescado es caro! y ¡Triste herencia!. Con
los éxitos, llegan los encargos privados que lo encumbran como retratista.
Preocupado por la economía familiar, dice: “Hay que pensar que tengo hijos y
debo ocuparme (de mala gana) en lo que se refiere a ingresos”.
A
comienzos de siglo viaja por el sur de España y capta los paisajes y jardines
de Granada y Sevilla. Su primera individual en París es un éxito total: vende
65 obras por 230.650 francos. En 1907, el joven rey Alfonso XIII posa para él
al aire libre. Un año después conoce a Archer M, Hungtington, hispanista y
futuro mecenas que le propone exponer en Nueva York, donde vende más de 150
cuadros de una exposición visitada por 160.000 personas.
A la
vuelta, en Valencia, es el verano de sus más conocidas escenas de playa. Paseo a orillas del mar, El baño del caballo
y El balandrito son buenos
ejemplos. En plenitud, comienza su casa de Madrid, hoy Museo Sorolla, con
jardines de resonancias andaluzas y estancias que acogen su colección de
cerámica popular.
A
partir de ahora se vuelca con frenesí en
la pintura. La prensa se hace eco: “Entregado día y noche a la durísima tarea
de un cuadro por semana, sin tiempo ni vida, lo vemos con la faz arrugada y
descolorida, la cabeza canosa, entristecidos los ojos”. Y falta la traca final.
En
1911, el hispanista Hungtington le encarga los murales de Visión de España para su sociedad neoyorquina. Sin descanso,
Sorolla viaja por toda España durante 8 años agotadores, No puede
viajar a NY para la instalación de los 14 paneles, y se refugia en el jardín de
su casa donde, a los 57 años, un derrame cerebral le sorprende pintando un
retrato. En 1923 fallece en Cercedilla y
es enterrado en Valencia con todos los honores, carta del rey incluida.
JOSÉ RAMÓN TORRES GIL
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