Cuando
disfrutamos viendo una película, leyendo una novela o asistiendo a una
representación teatral, solemos preguntarnos, a la finalización del lúdico y
cultural ejercicio, ¿qué habría ocurrido si el
argumento desarrollado hubiera seguido por otro camino, en lugar del elegido
por el autor? Obviamente, en este caso la película, la novela, la obra teatral,
ya no sería la misma, sino otra muy diferente, mejor o peor para los gustos particulares
de cada espectador o lector.
Pues
al igual que ocurre “viviendo o empatizando” con estas realidades culturales,
gracias a la creatividad del autor, tenemos una sensación parecida, en otro de
los ámbitos de la actividad cotidiana. Muchas son las personas que también
disfrutan practicando la sana, acertada y saludable costumbre de pasear. Tanto por el entorno urbano, como por los
senderos de lo rural. Para ello utilizamos la fuerza del principal órgano
locomotor que la naturaleza nos ha concedido: nuestras piernas y el ánimo, inexcusable,
de nuestra mente. Siempre mejor las piernas, que el bus, el coche, los
patinetes eléctricos o incluso la bicicleta.
Cuando
paseamos y recorremos los espacios diversos de nuestra
ciudad, a través de sus calles, plazas, avenidas, rotondas, barrios
periféricos o encastrados en el perímetro central de lo urbano, zonas que hemos
visitado una y mil veces a lo largo de nuestras vidas, vamos observando como la
misma ciudad o ese campo más alejado, ha ido
cambiando, debido a la influencia del tiempo transcurrido y a la acción
transformadora de sus habitantes.
Durante
esos recorridos, hay puntos comerciales en los que hemos tenido la oportunidad
de ver, más o menos repartidos en el calendario, distintos tipos de actividad.
Podemos recordar desde nuestra infancia, como nota curiosa, que donde estaba
instalado un establecimiento funerario, hoy luce en ese mismo lugar un alegre
bar de copas, casi siempre repleto de clientes, con atuendos y comportamientos
vitales y despreocupados. O esa panadería de toda la vida, hoy reconvertida en
una atrayente sauna relajante, tanto para el cuerpo como para el espíritu de
sus afortunados clientes. También visualizamos aquella popular mercería,
repleta de centenares productos para la ropa y la costura, hoy transformada en una
pequeña sala de exposiciones, con obras de arte moderno que muchos observan y
no tantos entienden.
Pues
también a estos paseos, matutinos o vespertinos, podemos aplicar esa “traviesa”
opción, expuesta al comienzo de estas líneas, imaginando
cambios, algunos tan sensibles o relevantes que transformarían
radicalmente la realidad que tenemos ante nuestros ojos. Apliquemos este lúdico
ejercicio, a la vitalista y alegre ciudad de Málaga,
muy conocida desde todos los ángulos y desde la que se escribe esta reflexión.
Observamos
el céntrico y gran Hotel Málaga Palacio. AC, junto al botánico Paseo
del Parque, establecimiento hotelero que tapa
visualmente un flanco importante de nuestra Catedral. Si en vez de
hacerlo con 12 plantas, añadiendo el entresuelo de los salones de restauración,
hubieran sumado un número muy superior de metros, el desaguisado urbanístico
hubiera sido tremendo y profundamente penoso. Pero ¿y si en este mismo espacio,
en lugar de la gran masa hotelera, se hubiera diseñado y construido una gran
plaza arbolada, con hídricas fuentes luminosas y setos de flores, para el
recreo ciudadano? Así el flanco sur del monumento catedralicio sería fácilmente
perceptible y no estaría semi oculto por las terrazas del gran hotel.
¿Y
si ese tráfico continuo, que ensordece, contamina acústicamente y divide al Paseo del Parque, en vez de ser aéreo lo fuera
soterrado? El lateral norte del Parque se uniría con el lateral sur, mejorando
no solo la visual de esta maravillosa masa vegetal, tan importante para la
ciudad. Fomentaría aún más la convivencia ciudadana, e incluso permitiría que
el Metro llegara con más facilidad a esa zona este de la ciudad.
¿Y
si la coqueta y romántica Plaza de la Merced se
ampliara, aplicando la sensatez urbanística y no “crematística”, convirtiéndose
entonces en la gran Plaza de Málaga, dedicada a las artes pictóricas, en un excepcional
entorno picassiano, romano, musulmán, Renacentista, Barroco y Neoclásico?
Continuamos
nuestros paseos, analizando y recordando con nostalgia los cambios habidos en
esos entrañables portales y casas del antiguo centro malacitano, hoy
reconvertidas en centenares de “restauradores”
populares de fast food o comida rápida o pizzerías italianas, laberinto
antiguo “colonizado” o invadido por miles de turistas sentados en taburetes de
madera y utilizando uno más elevado, o un antiguo barril, como mesa para los
alegres y suculentos “ágapes” que mantienen los comensales.
También
recordamos esas alegres, instructivas y fraternales tertulias
que se formaban en las puertas de las casas, durante las tardes y en las noches
de buen clima malacitano. Sobre las aceras o el suelo terrizo de las calles, se
sacaban las sillas, los botijos o búcaros, los helados y, por supuesto, los
vistosos abanicos. Todo ello sustentaba el intercambio de palabras,
chascarrillos y las fraternales “sentencias” entre vecinos, amigos y conocidos,
que tanto confortaban y ayudaban para la buena convivencia.
Y
llegamos al cauce del Guadalmedina, el río
que atraviesa la ciudad y que retiene sus escasas aguas en los embalses del
Agujero y del Limonero. ¿Y si esta trayectoria fluvial estuviera embovedada a
su paso por la ciudad? Sobre ese gran espacio longitudinal, norte - sur,
podrían florecer densos macizos ajardinados, con fuentes y zonas lúdicas para
el divertimento y el sosiego de mayores, jóvenes y niños. Algo parecido a la
inteligente solución dada al río Turia, a su paso por la ciudad de Valencia.
Seguimos
paseando, recordando, imaginando y soñando una ciudad que, a pesar de sus positivos
cambios, podría ser otra, siempre mejor, al igual que nos ocurre con las
películas, los argumentos de las novelas y las tramas escénicas teatrales.
Resulta en sumo interesante recrear alternativas urbanísticas a esta ciudad en donde
nacimos, crecimos y nos hicimos mayores, por esa ley innegociable del tiempo
que afecta a toda la naturaleza, ya sea urbana o de etnografía rural. Y también
a los protagonistas que la sustentan, con cariño, esfuerzo, dedicación o
desidia. -
José
L. Casado Toro
Agosto
2023
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