El
8/6/1873 nacía en Monóvar (Alicante) José Martínez Ruiz, más conocido como
Azorín, responsable del “renacimiento de la palabra literaria en España”, según
Gabriel Miró.
Cumplidos
los 40, llevaba tiempo en circulación la saga de novelas autobiográficas cuyo
protagonista le proporcionó su seudónimo definitivo: La voluntad (1902), Antonio Azorín. Pequeño libro en que se habla de la
vida de este peregrino señor (1903) y
Las confesiones de un pequeño filósofo (1904) A la vez había ido
alimentando las otras dos grandes vetas de su obra: los libros de reflexión
paisajística y nacional: Los pueblos
(ensayo sobre la vida provinciana) (1905), La ruta de don Quijote (1905),
España. Hombres y paisajes ((1909) y Castilla (1912), y había hecho
renovadoras incursiones en la tradición literaria: Lecturas españolas (1912), Clásicos y modernos (1913) y Al margen de
los clásicos (1915)
Releía a los clásicos
desde la más absoluta subjetividad, rehuyendo la erudición y vivificando sus
valores a los que impregnaba de un sentido actual. En sus escritos, Azorín
mostraba un talante moderno e innovador, Había roto con el oneroso peso del s.
XIX y apostado por la modernidad. Así, en un capítulo de La voluntad (1902), el maestro Yuste alecciona al alumno Azorín
sobre la nueva novela: reclama que contenga una clara “emoción del paisaje”,
evite las comparaciones y se desprenda de descripciones y diálogos rutinarios.
El gusto por la innovación y el rechazo del pasado literariamente caduco se
manifestó en el muy celebrado aspecto externo de su prosa: el laconismo verbal,
el estilo minimalista, una sublevación revolucionaria contra las frases de
oratoria rotunda y encabalgada. Ningún español ha hablado nunca como escribe
Azorín. Pero el fraseo azoriniano desnuda a nuestro idioma de hojarasca, no es
palabrero ni retórico. Su prosa, sintética y adelgazada, atenta al detalle y
parca en calificativos, guillotinó el énfasis decimonónico, de modo que la
modernidad de nuestro estilo literario nace con Azorín (1)
Coincidiendo con los años de la República, la estrella de Azorín empieza
a declinar. Y la decadencia se acentuó después de la guerra (que, por cierto,
pasó en París) aunque el escritor se mostró cercano a la dictadura, rindió a
los nuevos gobernantes exageradas apologías, rubricó elogiosos escritos al
Caudillo y glosas ensalzadoras al fundador de la Falange.
Se recluyó
en su casa madrileña y se convirtió en un melancólico cinéfilo. Fue articulista
de ABC y escribió media docena de relatos novelescos que lo alejaron del lector
común. Murió en 1963 y, en este 150 aniversario de su nacimiento, es preciso
admitir que su figura dormita en el panteón de clásicos de nuestra lengua.
(1)Francisco Umbral, muy
reticente con el alicantino, decía que “inventó el párrafo corto porque tenía
las ideas cortas”
JOSÉ RAMÓN TORRES GIL.
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