21 julio 2023

CONSUMIR CONSUME

 

 

        Tomó entre las manos la hucha y la vació.  Durante meses había ido introduciendo todas las monedas de dos euros que le devolvían en el supermercado, o en cualquier otro establecimiento. Ahora, por fin y tras la larga espera, habían llegado las rebajas.

        Extrajo por debajo del colchón el sobre gris, algo arrugado, donde había ido guardando los billetes sobrantes de las últimas compras, y comprobó que en su billetera estaban las dos tarjetas de crédito que utilizaba para el gasto de la familia del que ella se ocupaba. Sabía que no podía usarlas en exceso porque, de otro modo, su matrimonio corría peligro.

        Antonio, su marido, le había dado un ultimatum. O corregía aquella  obsesión compulsiva, casi enfermiza por comprar, o le retiraría las tarjetas de crédito y daría orden al Banco para que las bloquearan. Y, además, la obligaría a someterse a una terapia con un psicólogo, ya que su actitud estaba adquiriendo perfiles de auténtica enfermedad.

        Quieta, tensa delante de la puerta de aquellos grandes almacenes, se sentía como el corredor de maratón que espera, ansioso, el silbido de salida.

        Corrió enloquecida por los pasillos, arrebató prendas de las manos de otras compradoras; sus brazos apenas eran capaces de sostener todos los artículos de los que había hecho acopio.

        Al fin, con expresión triunfante, se colocó la primera ante la caja.  Lo había conseguido abriéndose paso a codazos, ciega ante cualquier obstáculo.

        Cuando la cajera, tras marcar el sinfín de prendas elegidas, le indicó la cantidad a pagar buscó su bolso. Aterrada, se dio cuenta de que no colgaba de su brazo. Se lo habían robado.

        MAYTE TUDEA.

 

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