Los
bloqueos puntuales o “estructurales”, en la imaginación o en la creatividad
literaria de los guionistas cinematográficos, paralela a los éxitos manifiestos
de algunas grandes películas en el pasado, mueve a la industria del cine a
“probar de nuevo suerte” con la repetición de esas obras inmortales para la
asistencia y el aplauso de los espectadores. De esta forma se rueda de nuevo
prácticamente la misma historia, con los mismos, algunos u otros actores. Es lo
que en el lenguaje cinéfilo se denominan REMAKES. (Si en esa repetición de la historia el
director se toma algunas licencias para variar aspectos y contenidos de la obra
original, en vez de remakes se denominan REBOOTS).
Estos
remakes de las grandes cintas del cine generan, en su inmensa mayoría, la
desilusión, tanto del público que va a visionarlas, como de los analistas de la
critica especializada, quienes quedan defraudados por la decisión del productor
y del director para rodar prácticamente una repetición argumental, con
resultados ciertamente desalentadores.
Por
supuesto que cualquier productor puede poner mucho capital encima de la mesa
para rodar, por ejemplo, en 2023, un remake de LO
QUE EL VIENTO SE LLEVÓ, Gone with the wind, 1939, abonando importantes
cantidades a consagrados actores y actrices, utilizando al tiempo medios
digitales de alta cualificación. Nadie ha de dudar de que el resultado de
semejante atrevimiento sería un burdo remake de una obra “inmortal” que hay que
respetar, como hito “irrepetible” en la historia del cine. Piénsese despacio.
En el año en curso, puede haber abundante dinero para intentar esta repetición,
pero no se puede tentar a sus actores originales para que la interpreten. Vivien Leigh (1913-1967), Clark
Gable (1901-1960), Olivia de Havilland (1916-2020) o Leslie
Howard (1893–1943). Todos ellos ya fallecieron. Ese osado productor
tampoco podría hacer una oferta tentadora a Victor
Fleming, George Cukor o Sam Wood, directores que intervinieron en la
película original y que hoy tampoco están entre nosotros. Incluso con otros
actores y director, aquella gran obra de la historia del cine (238 m) de 1939,
rodada en el más tradicional y emocionante celuloide, sería hoy, a pesar de los
adelantos de la digitalización, un producto “desnaturalizado”, falsificado y repetitivo
de un original que debe ser absolutamente respetado.
Estas
nuevas versiones o enfoques de una primera historia, casi siempre “salen mal”.
El espectador que ha tenido el acierto o la suerte de disfrutar de esa obra,
hoy copiada, no la olvida, comparando y criticando acremente la osadía de un
productor, director e intérpretes que se han esforzado en “copiar” el mismo
argumento pero sin el arte, la originalidad, el estilo, el sentido emocional y
la creatividad que no puede “traspasarse alegremente” al remake de una
película, por muchos adelantos técnicos que se apliquen en el desacertado
empeño.
Y
si alguna vez leemos, en palabras de algún crítico especializado, esa insólita
frase de que “el remake mejora la primera versión de la obra”, con nuestro escepticismo
e incredulidad, obsequiaremos al osado “plumilla” con esa amable respuesta de
que “hay gustos para todo”.
Existe
otra modalidad de “remakes” a los que la industria cinematográfica, una y otra
vez, se siente tentada, a fin de continuar exprimiendo los buenos resultados
económicos de una 1ª y afortunada versión. Son las SECUELAS de una película
“taquillera”. En pocas palabras, una secuela sería como la continuación de la
historia narrada audiovisualmente. Con ella se trataría de dar respuesta a la
pregunta que se plantean muchos espectadores, acerca de ¿qué ocurrió después,
del THE END o EL FIN de la película que se ha visionado?
Lo
que se ha escrito previamente sobre los remakes sirve para las secuelas. Pero
éstas tienen otras variantes. Pueden realizarse con otros actores. También se
puede “tentar” al intérprete principal o a los secundarios para que continúen
la historia. Puede ser el mismo director quien controle el rodaje. En las
secuelas, esa modalidad puede ser menos “lesiva”, pues el guionista se limita a
continuar narrando el tema expuesto en la obra primera, dirigiendo esta segunda
parte el mismo u otro director. Pero, en general, las secuelas de una película
afortunada suelen ser “desafortunadas”, pues no suelen mejorar o añadir
aspectos relevantes al impacto ofrecido por la obra original. Normalmente,
defraudan el interés que despertó esa historia que se está continuando. Es como
tratar se seguir “exprimiendo” una esponja que ya apenas mantiene líquido en
sus micro oquedades.
Los
ejemplos en este caso pueden ser numerosos. Vamos a centrarnos en una obra
mítica de la historia del cine, dirigida por el gran maestro Alfred HITCHCOCK (1899-1980). Un emocionante thriller
de intriga y terror. PSICOSIS (Psycho), 1960, con Anthony Perkins y Janet Leigh, entre sus principales
intérpretes. Esta también inmortal película, muchas veces revisionada por los
espectadores, tuvo un enorme éxito de público y crítica desde el momento en que
fue proyectada en las pantallas de los cines. Obra de “culto” para los cinéfilos:
por ejemplo, los seguidores de Filmaffinity le dan una puntuación media de 8,4
sobre 10, una muy alta calificación, inusual en esta consolidada página de
cine.
La
industria cinematográfica tardó 23 años en realizar una secuela (no se
“atrevieron” a hacerlo antes). Exactamente en 1983.
El maestro Hitchcock ya no se encontraba entre nosotros, pero sí su
protagonista principal: Anthony Perkins (1932-1992) que fue de inmediato
contratado. Incluso repetía Vera Miles (la hermana de Marión Crane, asesinada
en la magistral escena de la ducha). Le pusieron un “ingenioso” título: Psycho
II, Psicosis II, El regreso de Norman. La
crítica fue benévola en sus valoraciones, pero en esta secuela el éxito de
público no se repitió. En la valoración de Filmaffinity, el 8,4 de la primera
bajó a 5,3 en la segunda. Fue dirigida por Richard Franklin. En cuanto a la
música, tampoco pudo componerla el maestro Bernard Herrmann, que nos había
dejado en 1975.
Pero
había que “seguir estrujando” la esponja económica de la taquilla. Tres años
más tarde, 1986, Hollywood se embarcó en ese
navío “crematístico” de la 2ª secuela. Psicosis III.
Psycho III. Para asombro del público y crítica, fue dirigida e interpretada en
esta ocasión por ¡Norman Bates! Es decir, por el actor Antony Perkins, ya con
54 años. Resultó ser un sonoro fracaso. La puntuación de Filmaffinity siguió
bajando a un 4 sobre 10.
Perkins
se sintió tentado a probar de nuevo suerte (probablemente bien compensado en
sus emolumentos) con un Psicosis IV: el comienzo,
en 1990. (Psycho IV. The beginning). Esta
“precuela” fue un telefilm para la pequeña pantalla, que trataba de aclarar su
“torturada” niñez y adolescencia, bajo una tiránica madre. Filmaffinity le
concede otro 4 sobre 10.
Dos
años más tarde, en 1992, el actor protagonista de las cuatro películas sobre el
controvertido desequilibrado mental Norman Bates, falleció. Anthony Perkins nos
dejó con sesenta años. Por cierto, Janet Leight,
(la secretaria Marion Crane) no pudo, lógicamente, aparecer en estas secuelas
(falleció en 2004) porque en la historia original, 1960, había sido acuchillada
mortalmente en la escena de la ducha.
Como
conclusión: es necesario respetar las primeras versiones de las películas, pues
contienen los mejores elementos que enriquecen aquello que se quiere contar. Y
como dice el refrán, “nunca segundas partes fueron buenas”. No es sólo por la
calidad de la repetición, que normalmente sufre un deterioro, sino también por
todo un conjunto de valores (originalidad, impacto, arte, estilo, actores, etc.)
que se van perdiendo con la reiteración o el más de lo mismo. La imaginación
siempre tiene recursos para buscar nuevos e interesantes argumentos. Con sólo
mirar “a través de la ventana” o pasear por la calle, esos temas se van
generando. Y también, por supuesto, observando y analizando en el interior de
nuestras propias conciencias e intimidades. –
José
L. Casado Toro
Mayo
2023
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