26 mayo 2023

EL MONO FERMÍN Y LA GORRA DE TEODORO

 

Era un señor, de carácter retraído, güevon y  muy supersticioso, al que le faltaban unos meses para su jubilación, al llevar más de cuatro decadas prestando servicio como Cartero Urbano. Tenía su zona de reparto en el barrio de El Limonar, donde reside la gente de `posibles´, como él decía, aquí en Málaga. Le ocurrió un día, que al entrar a una de las villas, como hacía siempre, con un jardín florido, muy cuidado, una alta araucaria y una frondosa jacaranda de flores lilas, para hacer entrega de la correspondencia diaria, cuando su gorra de plato, que era la prenda que los carteros de entonces usábamos para cubrirnos la perola, le desapareció como por ensalmo. El pobre Teodoro, con su perenne despiste, creía que había sido alguno de los sirvientes guasones de la casa, y mirando a todas partes, por arriba, por los lados, y nada, no había nadie, solo el perro, que no le ladraba porque lo conocía desde que era un cachorrillo. El hombre, todo acojonado, con su superstición y su temor en el cuerpo, porque se hablaba de que en esa casa existían espíritus que movían los muebles, y las puertas se abrían y cerraban solas, llegó a Correos con el clásico mosqueo, y algo de canguelo en el cuerpo. Como era lógico, nadie se creyó que la gorra, que él cuidaba con tanto esmero, desapareciera como el humo.  Así que un compañero, motorizado, de pagos de giros, que lindaba con su distrito, le prometió ir con la Rieju amarilla, del PMM, para hacerle el favor de la entrega correspondiente del correo ordinario en esa villa embrujada. Este compañero, guasón como él solo, le propuso averiguar qué es lo que ocurrió con la desaparición de su preciada gorra. Muy diligente y seriote, y puesto en su papel de funcionario postal, al llegar a la villa en cuestión, pulsó el timbre, y a los pocos minutos salió un señor muy sonriente, encorbatado y enfundado en un batín de colorines, con la gorra del compañero en la mano, preguntando que le ocurría a Teodoro, cartero titular del distrito:  “Nada, que hoy tiene el día libre y somos varios compañeros a suplirle el servicio por el barrio”, -“Pues haga el favor de darle la gorra que Fermín, mi mono, le quitó ayer”. En esto que un mono muy chiquitillo con grandes bigotes, casi volando desde la jacaranda, se posó en el hombro de su amo pareciendo que se reía, el muy cabrón, del susto que le pegó a su compañero.

Otra anécdota se refiere cuando en la década de los 60, en la Cartería de Málaga se recibió una carta dirigida solamente con el nombre de un señor, sin más dirección de destino que: Ciudad de Málaga. Como antaño, en cada cartería de las administraciones importantes, existía un negociado denominado: “Los Sabios”, el funcionario, encargado de cantar los nombres y direcciones de la correspondencia con insuficiencia de señas, a viva voz, como siempre, cantó el nombre de dicho señor, y al momento, desde un rincón, un compañero contestó: “¡Mía!”, y dicha carta fue entregada en la dirección donde vivía ese destinatario, pero no a él, sino a su esposa.  Resultando que la carta, con insuficientes señas, era de una amiga especial del marido. El cartero, como era natural no podía saber las interioridades de los destinatarios de la correspondencia ordinaria que entregaba con toda diligencia y buena fe.  La señora, supuestamente engañada y casada por el juzgado y por la Iglesia, de misa  de 12 en domingo, puso el grito en el cielo, en la familia, y en Correos, más bien en el cartero; y todo porque el tal destinatario no teniendo suficiente con su mujer, se fue a buscar otra, para tener el doble de problemas, el muy gilipollas.  Más tarde este “don Juan”, pendón desorejado, con el “Bacilo de Koch” royéndole sus débiles pulmones, quiso hacerle la vida imposible al funcionario, pero la verdad es que la cosa quedó en agua de borrajas. Su señora esposa lo perdonó. Más tarde nos enteramos, que al “don Juan de ojaneta”, de tanta tos, se le olvidó de respirar a los pocos meses del suceso. Pues q.e.p.d.. Amén.

 

 Juan J. Aranda


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