Artículo de Josep M. Trigo Rodríguez, Investigador
Principal del Grupo de Meteoritos, Cuerpos Menores y Ciencias Planetarias,
Instituto de Ciencias del Espacio (ICE - CSIC). Publicado en la revista digital
The Conversation.
La Luna se antoja un lugar inhóspito y
extraordinariamente seco, pero en el marco de nuestro regreso al satélite las
diversas agencias espaciales intensifican la búsqueda de agua en su superficie.
En ese contexto, el análisis de las muestras recogidas
en el Oceanus Procellarum por la misión Chang'e-5 de la Agencia Espacial China estima
que la superficie lunar puede albergar entre 30 y 30 000 millones de
toneladas del líquido elemento. Tal hallazgo no solo podría ser utilizado como
fuente de energía sino también para abastecer de agua a futuras bases lunares
sin necesidad de cargarla desde la Tierra en costosas misiones de
abastecimiento.
Algo que parecía imposible
Todos los cuerpos del Sistema Solar de más de
1 000 km de diámetro se definen como cuerpos planetarios.
No todos poseen atmósfera, como ocurre en la Luna, y su ausencia los expone al
embate de asteroides, cometas y sus fragmentos que, progresivamente y a lo
largo de los últimos 4 500 millones de años, han ido excavado cráteres en
sus superficies. Esos proyectiles los martillean constantemente y el proceso es
muy violento dado que impactan a hipervelocidad.
Las
energías resultantes pueden vaporizar al propio proyectil y parte de las rocas
superficiales, excavando cráteres y creando plumas de impacto por unos breves
instantes, en los que los materiales alcanzarán incluso temperaturas en que
pasan a fase vapor. En ese proceso también quedan implantados materiales
exógenos dado que se crean un tipo de rocas llamadas brechas de impacto: los
materiales del cuerpo y del proyectil se mezclan y compactan a alta presión.
El
panorama no parece demasiado halagüeño para la supervivencia de sustancias
volátiles, es decir, aquellas capaces de fundirse a relativamente bajas
temperaturas. De hecho, la presencia de agua en la superficie lunar en
cantidades significativas constituía una gran incógnita. Hasta ahora.
El hallazgo de la
misión china Chang'e-5
De hecho, las superficies de esas
esférulas están continuamente bañadas por hidrógeno y otros elementos químicos
que conforman el viento solar, una especie de aliento que desprende de manera
continua nuestra estrella y que se expande a su alrededor, bañando a los
cuerpos planetarios que lo rodean.
Los elementos químicos que llegan con
el viento solar interaccionan con las esférulas vítreas y, en su superficie, se
forma agua que queda retenida a través de un proceso de difusión en su
estructura mineral.
Millones de
toneladas de agua en la Luna
Por si fuese poco, los materiales condríticos
hidratados que alcanzan nuestro satélite natural quedan también implantados en
el regolito que forma su superficie. De hecho, los grupos de
condritas carbonáceas hidratadas han dejado implantados sus componentes en la
superficie lunar a lo largo de los eones, enriqueciendo en el regolito lunar y
en las llamadas brechas de impacto. Esos proyectiles que llegan continuamente contienen minerales
hidratados: filosilicatos, óxidos y carbonatos que son fruto de
la alteración acuosa de asteroides que quedaron empapados en agua en los
primeros tiempos, decenas de millones de años antes de que acabara de formarse
la Tierra.
Misiones
en busca de agua y otros recursos
La base de ese ingenioso instrumento
es que los neutrones rebotan de átomo a átomo como bolas de billar, perdiendo
energía en cada colisión. Algunos de estos neutrones escapan al espacio, donde
LEND los detecta.
Sin embargo, aquellas zonas del
regolito lunar que poseen hidrógeno reducen el número de neutrones que escapan.
De ese modo, para poder mapear los posibles depósitos de hielo, los científicos
emplean ese tipo de detectores de neutrones.
Los resultados obtenidos por las
sondas empleadas hasta la fecha apuntan a la existencia de depósitos de agua
helada en aquellos cráteres y regiones permanentemente apantalladas de la luz
solar.
Podemos
hacernos una idea de la relevancia de encontrar reservas de agua en la Luna
pero también de las dificultades intrínsecas detrás de su extracción y
utilización. Precisamente desde el CSIC
trabajamos en esas técnicas de reutilización de recursos in situ, conocidas
como ISRU.
De hecho, el desarrollo de técnicas
ISRU será el primer paso a emprender en las futuras misiones tripuladas de
retorno de muestras si se desea bajar sus costes, incrementando la viabilidad
de usar la Luna como puerta de salida a otros mundos. De hecho, eso es lo que
planea la llamada Lunar Gateway,
actualmente en construcción.
En este panorama que, hoy por hoy, se
antoja futurista, el liquido elemento resultará fundamental para generar
energía o incluso, si conseguimos desarrollar sistemas de purificación
adecuados, podrían ser de uso común para los astronautas o para terraformizar
entornos próximos a las futuras bases lunares.
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