20 abril 2023

EL CULTURAL.- Entrega 13: Shostakovich

 

     En septiembre de 1999 estrené mi abono para los conciertos de la Orquesta Ciudad de Málaga (hoy Filarmónica) con la audición de la Sinfonía nº7 “Leningrado” de Dimitri Shostakovich. Era un autor prácticamente desconocido para mí, y fue una magnífica sorpresa. Me impactó, sobre todo, el primer movimiento, Allegretto. Un tiempo después, en el film de Disney “Fantasía 2000”, el Concierto nº 2 para piano que ilustraba el episodio de “El soldadito de plomo”  reafirmó  mi aprecio por el compositor.

    Nacido en San Petersburgo en 1906, muerto en Moscú en 1975, su obra, abrumadoramente amplia, la resumo así: 16 sinfonías,  6 conciertos (piano, violín y chelo), 15 cuartetos de cuerda, 12 obras de cámara, 20 suites, 9 óperas, música para 30 películas, y un amplio número de ballets y obras menores.

     EC dedica un número de marzo al compositor con motivo del estreno en el Teatro Real de su ópera “La nariz”. Y a mí me permite relatar las grandes dificultades que tuvo el músico para desarrollar su extensa carrera en un país donde la censura del Partido Comunista se inmiscuía en todos los ámbitos.

     Hijo de un médico, cantante aficionado, y de una madre pianista, Dimitri asombró al director del Conservatorio de la ciudad por “su oído finísimo, portentosa memoria musical y facilidad para leer al piano cualquier partitura a primera vista”. Su Sinfonía nº 1 se estrenó en 1925 y fue elogiada por compositores coetáneos y programada por grandes directores como Toscanini y Klemperer. En Rusia  se convirtió en el músico emblema del país y del régimen. A lo largo de su producción destaca su vena grotesca y su gusto por la sonrisa (“Defiendo el derecho a la risa en la llamada música seria”, dejó dicho) Y, por encima de todo, destacan el chorro de ideas, la arrogancia técnica y el talento chispeante.

     Entremos en el conflicto: En 1939, el régimen le pide una partitura para festejar la toma de Finlandia. Él compone Suite para temas finlandeses que se queda en un cajón tras la desastrosa campaña de las huestes soviéticas en su empeño invasor. No se sabe si el músico cumplió el encargo sin remilgos morales o con la conciencia carcomida por dotar de banda sonora al imperialismo ruso. ¿Fue Shostakovich un pancista que gozó de cargos y condecoraciones oficiales o un exiliado interior obligado a practicar el posibilismo?

     Lo cierto es que, en enero de 1936, Stalin fue a ver una representación de la ópera Lady Macbeth en Mtsenk. El autor estaba presente y comprobó que el dictador y sus acompañantes hicieron mutis antes del tercer acto. Días después, un editorial de “Pravda”, el periódico oficial, definía la ópera como “caos en lugar de música”, y añadía que “cosquilleaba el gusto pervertido de los burgueses” y que su carácter “nervioso, compulsivo y espasmódico” procedía del nefando jazz americano. Se cree que fue el propio Stalin quien redactó esas palabras que tuvieron el efecto de un absoluto rechazo hacia la ópera, y, de paso, hacia el propio autor que no se atrevió a estrenar su Cuarta Sinfonía por estar demasiado influida por Gustav Mahler.

     La rehabilitación pública le llega a DS en 1937 con el éxito de la Quinta Sinfonía, y alcanza su cénit con la Séptima, compuesta en el Leningrado cercado por las tropas nazis, cuyos movimientos rezumaban ardor patriótico y épica resistente, según las críticas unánimes. Sin embargo, en 1948, una nueva purga contra el formalismo carga contra la vanguardia musical que forman Prokófiev, Khachaturian y el propio Shostakovich que es destituido de su puesto en el Conservatorio de Leningrado.

      Para recuperar la unción oficial le tocó leer discursos que no había escrito en un Congreso para la Paz Mundial celebrado en Nueva York, e incluso afiliarse   al Partido Comunista para ser nombrado secretario general de la Unión de Compositores. En definitiva, la vida de uno de los grandes músicos del siglo XX fue un atroz dilema entre los aplausos y el temor al destierro, entre la Gloria y el Gulag.

JOSÉ RAMÓN TORRES GIL.


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